Querido Papa Francisco, eres lúcido, inteligente y ecuánime pero no equidistante. No estás ni con los que ganan ni con los que pierden sino con los que luchan y buscan la paz y respetan a los demás. Oírte vacuna contra el fanatismo y la estupidez y ayuda a ser mejores personas, mejores cristianos. Desnudas con amabilidad y firmeza las miserias del mundo, de los cristianos, de la curia romana aunque sabes como nadie que somos pobres realidades pasajeras.
Lo divino de la Iglesia no descarta lo humano que no sólo es una estrella azul que surge a través de la bruma sino una profunda realidad. Los hombres de fuertes experiencias como tu dejan de tener miedo a la muerte para dedicarse de lleno a las tareas de la vida; para ti es como si las categorías espacio y tiempo no existieran porque vives y nos haces vivir en otra dimensión como los resucitados, con enorme amplitud de miras, con humor que no degrada tu seriedad, a veces presa de un inmenso dolor.
Muchos jefes de Estado envidian tu coraje y valentía para viajar al ojo del huracán. Tú ves y miras a la humanidad como una unidad indisoluble, un intrincado compuesto de relaciones, sentimientos y que el amor y la educación pueden tardar en dar fruto pero lo darán, el único compuesto que dará.
Seguramente, ningún antecesor tuyo disfrutó de una cobertura tan generosa de prensa, radio y televisión como tú porque, a pesar de que el Catolicismo no goza de su mejor momento entre la inteligencia, hablas en Roma para todos los hombres de buena voluntad con un lenguaje llano, claro, al alcance de los más humildes. Uno de tus legados será que has hecho posible hasta a los más sencillos, con el raído arte de tus palabras que avanzan como una marea sobre el corazón de los humildes, la comprensión de la fe en Jesús.
Pensaron muchos que un papa llegado de lejos sería una raya en el agua. Ya ves, Hermano Francisco, Dios puede escribir derecho con rayas torcidas. No te crees ni un Mesías ni uno de los sabios del mundo ni subes a un monte para agitar las banderas a no ser la del amor y misericordia. Tus palabras revelan con indecible bondad el tejido de que está hecha la Iglesia y sus deformaciones; son como bálsamo para el alma estresada, como el sonido arrobador de la trompeta para el indiferente, tienen consecuencias y hacen de la teología algo asequible y hasta entretenido sin faltar al rigor, son un canto de ida y de esperanza. Y tus silencios son como espadas que llegan a esos corazones que laten como el de un enfermo.
Como siempre hay quien ponga peros, algunos te consideran un viejo imprudente, un náufrago de un inmenso destino debatiéndose en una inmensa pesadilla, patadas de ahogado, un remolino gigante que lo ha puesto todo patas arriba sin saber para qué. Hasta cierto punto puedo dar razón a alguien que me dijo: Francisco vive en un caos; pero es paradójicamente un caos estructurado, en el que reina un orden pensado, buscado y repetido que rompe la linealidad de la historia y las unidades doctrinales jerárquicamente ordenadas pero no excluye las sorpresas que cada día nos da la vida.
El tiempo pasa y tú te adaptas a los momentos y a los espacios elegidos porque no nace el sol ni anochece de la misma manera en todas partes pero la multiplicidad de situaciones convive en la unidad: en todas partes alumbra y se oculta el mismo sol. Tú no esperas a que el milagro se produzca, pones todo lo que está en tu mano para que el milagro se cumpla.
Sabes que hay una manera de estar de acuerdo y mil maneras de estar en desacuerdo, que una gota de miel atrae más moscas que una olla de vinagre, que el verdadero liderazgo nace del conocimiento de nosotros mismos y del diálogo con el mundo que nos rodea, que el sufrimiento, el dolor y la miseria pueden ser fuentes de resistencia y de solidaridad, que todo tiene un límite, y que el mayor criminal puede llegar a santo y el hoy santo, mañana puede ser un criminal y todos hacen parte de la viña del Señor.
Sabes que en todas partes hay problemas y que la solución de muchos es convivir con ellos sin dejarse arredrar nunca, que es difícil cambiar la mentalidad y el carácter de una persona, que las instituciones, tal como las conocemos aunque no en su función y finalidad, están cambiando y que la Iglesia porque también es presa del zarpazo el tiempo, debe de cambiar en su actuar para seguir el ritmo de la sociedad, cambiar o morir; que la vida está compuesta, tejida con cosas fugacísimas y se desgarra, que no hay reforma ni cambio duraderos que no pasen por la conversión del corazón del hombre, que lo difícil se puede conseguir si se intenta seriamente, que ilusiones realistas se pueden lograr si se convierten en el objetivo de un proyecto. Para saber todo esto hay que escuchar, creer y entusiasmarse con los ecos teológicos, religiosos y sociales del mundo, como escuchas, crees y te entusiasmas tú.
Eres un bálsamo para entreabiertas heridas. A veces tus ojos, indulgentes y buenos, parecen empañados y tu frente arrugada con recuerdos terribles de nobles y amadas tierras. Nunca pierdes la alegría que causa la fe profunda ni la confianza en aquel que la sustenta, únicas armas, fe y confianza, que pueden llevarnos a buen puerto, las que hacen posible que las fuerzas y el magnetismo de Cristo, como ondas gravitatorias, lleguen hasta nosotros y que todo fluya hacia él. El odio, estertor del herido que jamás encuentra límites, es un borracho al fondo de una taberna maloliente que se nutre de la deshumanización y de destrozar al otro. Todo lo opuesto al fuego de un hogar que palpita y humea y trae a la memoria recuerdos lejanos y esfuerzos inmensos, urdimbres de la vida.
Hay creyentes, y hasta teólogos, que muestran ante lo que dices la prevención de un creyente medieval ante algo horrendo. Tu alma, tesoro de serenidad, es como una marmita en donde hierve la humanidad, como un templo en donde cada contrahecho, pobre, hambriento tiene, sin hacerle remilgos, un reclinatorio y una hucha de atractivos durables.
Tu manera de ser, tu filosofía, tu vida, están rompiendo el espinazo del anticlericalismo de muchas instituciones, y te asiste una inteligencia privilegiada para hacer tratos con los señores del mundo porque has sustituido la diplomacia vaticana, sin renunciar a ella, por el cariño, la amistad, la bonhomía; sin espuelas ni látigo. Eres como una esponja que integra los sentimientos, emociones e incertidumbres de los demás y les aportas tu sensibilidad que aporta amplitud y resonancia a todos; eres como una intersección entre ciencia, fútbol, música, tristeza y alegría del mundo que hace más digeribles las preocupaciones del día a día. Hay un flujo de ti al pueblo pero también, y sobre todo, del pueblo a ti porque te has subido al tren de los tiempos, porque antes de hablar escuchas, porque ni renuncias a saber más ni crees que alguien haya dicho la última palabra sobre nada.
Eres como un camposanto de todos los muertos sin tanatorio, sin funeral, y de todos los peregrinos sin santuario. Miras con piedad y esperanza el mar Mediterráneo, este cementerio inmenso, fosa abismal de huesos viejos, donde yacen los cimientos de un futuro pasado de venganza demente y agonizantes lágrimas. En tu voz se escuchan los gritos de los desheredados, de los niños y mujeres violadas, de los padres sin pan que llevar a la boca de sus hijos, de los perseguidos por la fe y la justicia, de los que no han conocido nunca el calor del hogar, prestas tu sonrisa a todos los rostros inexpresivos, estancos dormidos, y llenas con tu mirada compasiva la sima de los ojos vacíos y el hastío de los desesperados. En tu mejilla restallan las bofetadas dadas y las humillaciones hechas a todos los sin derechos. Eres firme con los poderosos, y cargas suavemente los hombros de los pobres y humildes.
Querido Francisco, a veces la vida se convierte, sin que nosotros podamos hacer nada, en un voraz abismo, en un sombrío diálogo del alma consigo misma, hermano del silencio, en un montón de gente que ni se escuchan ni se entienden. A pesar de los errores, que son, en ti como en mí, consustanciales a la vida, actúas de manera irreprochable. Estoy fascinado por lo exitoso que está siendo tu pontificado. Es más importante la calidad que la cantidad pero lo mejor es convertir cada elemento de la cantidad en alguien o algo cualitativo. El único fracaso es un tropiezo que no nos deja seguir o nos aparta del proyecto que, el del cristiano, es seguir el ejemplo de Jesús. Todo lo demás son concreciones, circunstancias que se pueden cambiar y rehacer al albor y tenor de la vida nueva.
En una sociedad resuelta a suicidare espiritualmente, nos abres los ojos ante las cosas inútiles para el mundo sin las cuales la forma de mirar el mundo cambiaría por completo y lamentas las generaciones de jóvenes, fruto de leyes absurdas de educación, que crecen y vivirán sin el derecho a un desarrollo integral de su persona, sin conocimientos humanístico.
Tú prefieres estresarte a aburrirte, dejar de hacer cosas por falta de tiempo a no tener que hacer. Un tonto no es capaz de superar un éxito y un inteligente saca lecciones del fracaso. Estarías muerto de éxito si fueras tonto pero como eres inteligente aprendes de los fracasos de muchos clérigos y hasta de la Iglesia. A todo ello te ayuda tu profundo convencimiento de que la Iglesia es un medio para ir a Cristo, y de que dedicar la vida a resolver problemas estériles e insolubles es una idiotez.
El éxito de Harry Potter, de ciertos libros de filosofía, son síntomas de que la humanidad, al menos ciertos segmentos y grupos, andan a la busca de algo para llenar un vació existencial; que muchos pastores no se den cuenta de ello. Te preguntas: ¿Qué buscan los ciegos en el cielo? El talento de la Iglesia debe de ponerse a la escucha del hambre de Dios del mundo de hoy. La Iglesia de hoy, como debió ser y fue en muchas épocas, debe de conjugar la inteligencia con ser lista, el talento con la inteligencia práctica.
El miedo, océano de niebla, reduce los espacios de libertad y achica nuestro mundo y nuestra alma. Por eso hay que reorganizar la iglesia aunque la Iglesia sea la de siempre, la mano tendida de Dios pero no podemos imaginar cómo será la iglesia del avenir. Solo identificando la fuente de los errores se podrán diseñar instrumentos para corregirlos y poner el rumbo correcto. La revolución tecnológica, como todas las revoluciones, sólo se pueden evangelizar desde dentro y desde ella evangelizar hacia fuera.
Tú marcarás nuestra época porque eres hombre con carácter, porque te diriges con paso firme y cauteloso, armonioso y lento, como el lobo, hacia un futuro incierto, inmenso vaivén, "enjambre de maléficos sueños", que a veces se cierra como una inmensa alcoba pero te acuestas sabiendo que las últimas luces del atardecer son el pregón del alba. Es maravilloso ver como dejas que los demás succionen tu vida, como Jesús. Tu personalidad, compleja y rebelde, es la mejor aliada para fidelizar e incentivar a los fieles; eres la mejor campaña publicitaria en favor del Vaticano y de la Iglesia y la mejor imagen de ti mismo.
A pesar de tu aspecto bonachón y de tu hermoso abandono, no confundes las acciones con el lenguaje ni la tinta con la virtud. No tienes una bola de cristal para adivinar el futuro por eso dejas que las dudas y los temores salgan a flote porque la vida se convierte en un proyecto improvisado sin guión, una mezcla de talento, ironía y dolor, terrible y cruel comicidad, que, de vez en cuando, nos convierte en bufones a los que nada sale bien.
Eres fuerte como una bestia y libre como un dios, nunca te vienes abajo, y no estás obsesionado con el tiempo sino con administrarlo amorosamente. Te apasiona lo que haces y lo que haces apasiona a la gente de buen corazón. La calidad de tus contenidos son la garantía de tu influencia y lo que otorga valor a tu popularidad; anima a ser solidarios, cariñosos.
Tus propuestas responden a las preguntas esenciales que se hace la gente de hoy: amor, amistad, honestidad, solidaridad, corrientes profundas que invaden todo tu hacer y decir y que, al mismo tiempo son una denuncia de la cara monstruosa del lado oscuro e nuestro mundo;
Francisco de Asís inició, se cree, la tradición de los Belenes. En este mundo monótono y pequeño, tu vida alumbra el misterio del nacimiento, en tierras de Galilea, de aquel hombre/Dios. Cada encuentro tuyo con los más humildes del mundo, cuidado con esmero para dignificar a los sin nombre reducidos a su condición animal, es un verdadero memorial de Navidad, anonadamiento de Dios al plantar su tienda entre nosotros.
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