Aun habiendo estrenado el año con la colectiva expectativa de que las cosas sean mejores, en todos los sentidos, persisten muchas situaciones que oscurecen y ensombrecen la vida de mucha gente. Como cada año, no faltan las profecías fatalistas, que ennegrecen el panorama. En medio de eso, celebramos una fiesta que, más allá de las tradiciones populares, embellece la etapa final del tiempo de Navidad y nos ofrece pistas sugerentes para la vuelta paulatina a la vida cotidiana en la luz.
Tenemos en todas partes vestigios de oscuridad. Millones de personas en el mundo, sobreviven como pueden, entre el acecho y la amenaza. La violencia cobra cada día más víctimas, y padecemos las consecuencias de la avaricia y el egocentrismo crispado. Constatamos además lo que sucede cuando las ideologías se crispan, y los narcisismos gobiernan. Sobran razones para la incertidumbre y el pesimismo.
El punto de partida de la fiesta de la Epifanía es la luz de Dios, que se manifiesta en medio de la densa oscuridad. El primer elemento es la luz del astro que llamó la atención de los magos de Oriente. Dios expresa su amor incondicional, poderoso en todo, que nos ofrece luz que orienta nuestros pasos, y nos llena de inmensa alegría. La luz de Dios mueve a seguir andando, buscando el reinado de paz para todo el mundo, sin darnos por vencidos. Por más densa que sea la oscuridad, hay luz.
No quepa duda alguna: Dios manifiesta su gloria, que resplandece en medio de la oscuridad; pero es preciso que pongamos atención, pero necesitamos poner atención, y fijarnos bien, y buscar, y adorar y ofrecer; para sentir inmensa alegría. ¿De qué serviría la luz si no nos percatáramos de ella? Vivamos mirando, pero no de manera descuidada, sino poniendo atención. Vivir lo más atentamente posible, reconociendo lo que en realidad está sucediendo, y lo que ante ello pensamos y sentimos.
Caminar atentamente, sí, pero en actitud de búsqueda. Porque mirar y escuchar, entre tantos destellos deslumbrantes que saturan los caminos, puede ser muy complicado. Buscar a Dios nos da rumbo, nos orienta y da sentido al camino, para no rendirnos. No tiene sentido andar por andar, hay que saber por qué y para qué, o para quién caminamos. Buscamos a Dios en el camino. Vivamos poniendo atención, sí, pero ejercitando la capacidad de captar la presencia divina en cada circunstancia.
Iniciemos el año proponiéndonos vivir con atención y buscando a Dios; a ejemplo de los magos de Oriente, que buscaban al Rey. No confundamos vivir en búsqueda, con vivir en ansiedad; no confundir la sana esperanza, con la enfermiza expectativa. Busquemos a Dios; aprendiendo a agradecer y celebrar. Busquemos primero, no el propio confort; sino el reinado de Dios, tal como nos enseñó Jesús, y ayudándonos unos a otros a buscar lo que en realidad necesitamos, nos da luz y paz.
Otra pista sugerente para iniciar el año, en la escena evangélica de los magos de Oriente, es cuando, al encontrarse con Jesús y su familia, aquellos sabios, reconociendo en esa pequeña humanidad, la más hermosa manifestación de la divinidad, se postraron y le adoraron. Adorar en este tiempo, tan de narcisismos, no es fácil. Mucha gente idolatra su imagen, inflada de elogios y mesianismos, o maquillada con causas aparentemente razonables. Vivir sin adorar, a nadie más que a Él, nos libera y llena de inmensa alegría.
Nos gusta, sin duda, no solamente idolatrar, sino ser el centro. Que nos regalen, presos de la compulsión obsesiva de retener, acumular, negociar o recibir reconocimiento. De los magos de Oriente que, adorando a Dios, abren sus cofres y ofrecen los tesoros que han llevado consigo a Jesús, aprendemos otra importante actitud: Ofrecer. Cuando ponemos atención en Dios, podemos abrir nuestros cofres y ofrecer; no sólo lo que tengamos, sino quienes seamos. Del miedo a perder, que difícilmente nos libera del propio ego, sanamos dándonos gratuitamente, generosamente, humildemente.
Así que, al iniciar el año, no nos dejemos vencer por el miedo y la oscuridad y, poniendo atención a la luz divina que se manifiesta, caminemos buscando y ofreciendo, para sentir inmensa alegría...
¡Atención, mucha atención en Epifanía!
Miremos con atención, para percatarnos de la Luz.
Dejémonos conmover con la alegría que sólo puede venir de Dios.
Adorémosle con cariño y gratitud, y ofrezcámonos como don a los demás.
Hoy Dios se está manifestando en nuestra vida...
Recibamos con gratitud, los regalos que nutren nuestra vida.
Recuperemos la capacidad de encontrar y dejarnos guiar por la luz.
Recordemos la alegría que viene de encontrarnos y contemplar a Jesús.
Regalemos, no sólo cosas, sino lo mejor de nosotros mismos a los demás...
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