Jorge Costadoat S. J.
La visita del Papa Francisco ha dejado a la iglesia chilena en una grave crisis. No han sido sus últimas palabras de respaldo al obispo Barros la causa del estruendo y la estampida. Hace ya muchos años que los católicos no se sienten interpretados por sus pastores. La crisis en curso es una crisis de confianza. Los fieles no creen a las autoridades que debieran transmitirles el cristianismo.
El Papa pide pruebas contra Barros. Los acusadores o el mismo Comité permanente del episcopado tendrán que hacer una acusación formal que permita deponer al obispo por carecer de “buena fama” (Código de derecho canónico 278, 2). Pero el problema es más profundo: la jerarquía eclesiástica no parece entender que, desde el punto de vista del sentir común de los ciudadanos, se ha invertido el peso de la prueba. Los chilenos, en vez de confiar en ellos, han preferido creerle a las víctimas de los abusos sexuales, psicológicos y espirituales del clero.
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