(Jn 1,6-8.19-28)
El desierto tiene una larga tradición espiritual. Simbólicamente representa un lugar privilegiado de encuentro con la divinidad. También es el lugar de la preparación, de la austeridad y de la búsqueda de Dios. Bíblicamente representa un lugar especial para Israel que ha tenido que atravesarlo antes de llegar a la tierra prometida. Los profetas eligen este lugar como símbolo de la restauración: del desierto, Dios sacará una tierra fértil. Y en el NT, Juan Bautista y Jesús mismo tendrán que atravesarlo.
La descripción del desierto bíblico no coincide con nuestra idea actual. La RAE lo define como un lugar despoblado, o como un lugar en el que la falta de agua hace que no haya vegetación. El ambiente en el que está el bautista, por ejemplo, no es así: hay agua para bautizar (y sumergirse) y concurren personas de distintos lugares.
Así Juan el bautista se presenta en este desierto, como la voz que clama en el desierto, retomando el anuncio del profeta Isaías. Y lo que anuncia es que el Reino está cerca.
A nivel personal podemos hablar de desierto espiritual: “El desierto es parte de la condición y del espíritu humano. Es la experiencia del vacío, la soledad, la frustración, la ruina y aridez que periódicamente nos invade” (Segundo Galilea 1928-2010). Y a nivel colectivo hoy muchos desiertos aparecen en medio de las personas debido a las serias dificultades de comunicación. Aunque estamos juntos, constatamos sorderas generadas por la falta de atención e incomprensiones. Muchas veces, en especial las mujeres, decimos y repetimos, con más y distintos argumentos, nuestras formas de entender la vida, las relaciones y nuestra experiencia de Dios pero no es lo habitual ser escuchados con empatía y mucho menos que la realidad se reordene en diálogo con nuestra voz. Somos con Juan una voz que grita en el desierto, que cae en el vacío, que no se escucha.
Y esto es así porque, por otro lado, saber escuchar es un don y una tarea. Jesús nos pide: “Estén atentos”, porque el Reino está entre nosotros. Pero ello es un regalo para los pobres, para los sencillos, para los enfermos, para quienes trabajan por la justicia…
Es entre ellos, donde se hace eco débil o con más fuerza de la voz que anuncia que el Reino está cerca, a la puerta. Y donde se constata que Dios saca de los desiertos una tierra fértil y fecunda. El desierto, como lugar de pobreza espiritual y social y como hábito de atención, es así lugar privilegiado de encuentro con Dios.
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