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jueves, 14 de diciembre de 2017

Detestable, la política

Jaime Richart, Antropólogo y jurista

Si por algo me exaspera la política y especialmente la polí­tica española, es porque es una actividad que, quizá como ninguna otra, más fácilmente se presta a envilecerse. Eso por un lado, y por otro, porque siendo así que las mentes gran­des hablan de ideas, las medianas de cosas y las pequeñas de personas, y siendo así también que el periodismo español al uso refuerza en las mentes pequeñas su pequeñez hablando continuamente de personas, me niego yo a mencionar si­quiera a una personaje público por más resonante o bellaco que sea o lo parezca. Lo puede comprobar todo aquél que me conozca. Porque el interés que me suscita la política en Es­paña, apenas pasa de saber lo que ha dicho o hecho uno o de lo que le ha contestado el otro en un toma y daca incon­gruente…


Y hemos quedado en que eso no es propio de una mente grande. Por otra parte, es imposible hablar de ideas que no sean mostrencas en este país (a menos que sea de la que tiene que ver ahora con la quimera del momento y ello sólo en aquellas tierras), pues los sucesivos dirigentes y con ellos las clases dominantes que les votan lo dan todo por he­cho. Esto, por un lado. Y por otro, el pensamiento global tó­pico existente admite muy pocas variables acerca del incrus­tado en cada gen. Por tanto es una pérdida de tiempo dialo­gar sobre política para personas como yo, clásico razonando pero adelantado a nuestro tiempo…
 
Veamos. El concepto de Política venido de los griegos anti­guos que la ordenaron y que luego a través de la historia al­gunos grandes hombres la perfeccionaron, atiende a tres co­sas fundamentales: servicio a la comunidad, regulación de su ejercicio y parlamento. Al ser generosamente remune­rada, lo de servicio es puro eufemismo, al girar sobre un orde­namiento jurídico y una Constitución viciados en Es­paña, es tramposa, y al no haber nunca correspondencia tam­bién en España entre lo que interpela un político y lo que le responde el gobernante, es pura incongruencia…
 
Además si, por ejemplo, en cualquier país de esa mentali­dad que declara a la democracia burguesa como el menos malo de los sistemas, ya me resulta ridículo y estúpido ver a docenas de periodistas por la calle detrás de un personaje o ver a uno solo en una radio o un plató de televisión, en am­bos casos haciéndole preguntas que cualquiera sabe que no va a responder, en España, aparte de transmitirme la sensa­ción de vivir en una sociedad inmadura, la mayoría de sus profesionales, y no se diga de los gobiernos, cada uno a su manera, han hecho de la politica una actividad maniobrera, envilecida y aburrida dentro de un marco de referencia ana­crónico y caduco.
 
La Constitución es ese marco. Pero la Constitución nació vi­ciada por las condiciones “políticas” del momento que fue re­dactada, es decir, por el miedo al golpe de Estado tras la muerte del dictador. Y ahora, en lugar de replantearse su revi­sión o reforma a fondo o incluso la elaboración de una nueva, los dirigentes que dominan la política se concitan con­tra sus oponentes para mantener el texto de la Constitu­ción erga omnes, es decir, contra viento y marea. Ello, pese a haberse elaborado en las condiciones dichas, por no haberla refrendado las generaciones actuales y por no ser conforme a los principios y libertades que se supone les son propios a los actuales tiempos, incluido el derecho a la autodetermina­ción de los pueblos. En estas condiciones ¿qué interés puede tener la política que no sea el pugilato entre las fuerzas de dos bandos, uno de ellos organizado para delinquir, como ha sancionado la Justicia, y sabiendo de antemano que la otra lo tiene perdido?
 
Los países del entorno tienen Constituciones originarias leja­nas en el tiempo cuya sociedad ha ido mejorando y perfi­lando en todas las materias y especialmente en la de liberta­des públicas y de ordenamiento territorial. Lo han hecho a lo largo de su historia y mediando especialísimas circunstan­cias, como lo son las dos guerras mundiales. Mientras que Es­paña la elaboró en 1978 en las condiciones precarias di­chas y dándose otra circunstancia, también especialísima pero que nada tiene que ver con una guerra entre naciones sino con una guerra intestina, fratricida. Algo que marca una diferencia abismal entre la clase de política burguesa que la practica sostenidamente en aquellos países desde tiempo in­memorial, y la caricatura de política que hay en España vista como la pugna entre dos mentalidades irreconciliables por­que la división entre vencedores y vencidos en aquella gue­rra fatal no ha sido superada ni lleva camino de superarse. Y este dato hace de ella un factor deprimente por un lado y exasperante por otro.
 
Sabido es que en la vida no hay justicia, pero si hay algo en lo que no siendo imprescindible (hay otras maneras de organi­zarse  sociedad) no hay justicia, ese algo es la política. Por eso, por su infantilismo, por la obstinación que caracte­riza a la política que se impone, por el inmovilismo al que es­tamos condenados y por prestarse a un fácil envileci­miento y por haberla envilecido quienes vienen estando a su frente durante cuarenta años gentes por unas u otras razones indignas, detesto la Política y espe­cialmente la española.

Por último, el sentido moral y la ética del político nada tie­nen que ver con los del común de los mortales. Y eso signi­fica que el político, una vez en la gobernanza, por acción o por omisión, es capaz de cometer o permitir que se cometa el crimen más atroz por razones de Estado. Algo que se da de bruces con el humanismo que profeso…

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