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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Una nueva Iglesia

Gabriel Mª Otalora

En un mundo que ya se avecinaba plural, Pablo VI tocó la médula del problema al afirmar que hoy se escucha más a los testigos que a los maestros, siguen más al ejemplo que a lo mandado. Y se escucha a los maestros porque dan ejemplo, no solo por ser maestros. En este sentido, Juan XXIII inició un retorno a las fuentes de la fraternidad universal que pone al amor como lo fundamental del seguimiento de Cristo. Es aquí, en el amor, donde los laicos y laicas tenemos que ser un referente cristiano aunque solo sea porque suponemos la abrumadora mayoría de cristianos. Cada vez somos más los cristianos incluido un buen número de consagrados- que no aceptamos una Iglesia autoritaria y triste que se reconcentre en el templo y las normas para administrar un poder ajeno al evangelio. El reto pendiente es la creación de un nuevo marco eclesial participativo basado en la verdadera caridad cristiana que hoy parece secundaria en la fe de muchos bautizados.

Es necesario insistir en el papel que tuvieron los primeros cristianos extraídos de la sociedad civil y no de entre los profesionales del Templo. Nada indica que la tarea pastoral debe depender casi únicamente del clérigo, o que el estado clerical está más cerca de la perfección cristiana. Pero nos falta el convencimiento de que los laicos participamos en la Iglesia y fuera de ella por nuestra condición en la triple misión sacerdotal, profética y real de Cristo.
En una audiencia a los participantes del Capítulo General de la Compañía de los Siervos de los Pobres, el Papa Francisco advirtió de que “Uno de los peligros más graves, más fuertes de la Iglesia de hoy es el clericalismo”. Y les animó a trabajar “con los laicos”: que sean ellos los que vayan adelante, los que tengan la valentía de ir adelante, y vosotros sostenedles y ayudadles como sacerdotes, como religiosos”.
Por otra parte, resulta preocupante el número de fieles seglares que no ha salido del ostracismo y se conforma con la misa dominical y poco más para sentirse practicantes en su fe, dejando las bienaventuranzas en un segundo plano. Son tantos siglos de una Iglesia y una pastoral clericalizadas que ha propiciado el alejamiento de muchos fieles a los que el cansancio les ha decantado mirar a otro lado desistiendo de una renovación que no esperan que llegue nunca. Bastantes cristianos están “de vuelta”, incluidos un buen número de consagrados y consagradas. Muchos se han quedado fríos ante una burocracia poderosa, rígida y trasnochada, inexplicable en la Iglesia de Jesús.
Laicos y clérigos nos encontramos en un mundo que ha desplazado a Dios, en parte por nuestros errores de ejemplo. Ahora nos sentimos descolocados y en crisis; también los clérigos que se sienten jerarquía, claro; los unos desilusionados y frustrados; los otros, mirando más al Código Canónico que al Evangelio. De mientras, acucian las necesidades y son insuficientes los laicos que se brindan a comprometerse en tareas parroquiales con sacerdotes que lo demandan, pero por necesidad.
La línea a seguir es empujar hacia una real corresponsabilidad para humanizar la vida desde nuevos niveles de autenticidad en el testimonio, no de poder; de amor, no de estatus; de responsabilidad, no de indiferencia. La prueba del nueve se resumen en el axioma cristiano “Por sus hechos los reconoceréis”, y sabemos muy bien a qué hechos se refería el Maestro. Debería cumplirse la sentencia que leí hace un tiempo: el Concilio Vaticano I fue el del Papa, el Vaticano II el de los obispos; el tercero, debería centrarse en los laicos.
El problema de la falta de interés por parte del clero en crear instituciones participativas que tengan operatividad, al igual que la falta de interés de los seglares en participar, no sería empero el principal problema. Lo grave de verdad es que siguen sin abrirse las puertas legales a una participación real y madura en las instituciones eclesiales, incluyendo en ellas expresamente a la mujer. El Concilio no cerró bien este tema y solo la presión de la falta de vocaciones está abriendo la brecha, junto al espíritu renovador de Francisco.
Este problema es legal, de normas y Código canónico que preserva a la Iglesia como estructura piramidal que no permite una verdadera acción comprometida del laicado en los retos de evangelización actuales. Hay una ancha base de fieles organizados fundamentalmente en parroquias, al frente de las cuales están los párrocos como primeros responsables y todos ellos bajo la autoridad del obispo diocesano correspondiente, los cuales, a su vez, deben obediencia total al Papa, que a su vez está investido de una “potestad ordinaria, que es suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia, y que puede siempre ejercer libremente” (canon 331). Esta estructura legalizada imprime el carácter fuertemente clerical a la Iglesia aunque existan multitud de comunidades de base que viven su fe comprometida en micro comunidades viviendo el evangelio con autenticidad.
No es algo pernicioso ser y sentirnos todos Iglesia en condiciones de igualdad, acabando de una vez con el clericalismo estatutario e ideológico que impregna el Código de Derecho Canónico y la mentalidad que vive en la mayoría del clero -sobre todo el joven- sino también, lamentablemente, de muchos seglares. Quizá todo mejoraría desde una autocrítica humilde que reconozca que la Iglesia lidera el Plan de Dios, no el plan del Vaticano ni de sus rectores, como parece que a veces se olvida.
Lo importante, en fin, está en el cómo y en el talante que ofrecemos a la hora de evangelizar amando. Nada importa al mundo -ni entiende- la imagen clerical que quiere volver vistiendo el traje talar o el clergyman como signo distintivo pero que produce una sensación de anacronismo y de separación clericalista. Lo que importa es que todos llamemos la atención por nuestra disponibilidad y ejemplo.

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