El taller de lectio “Palabra y Vida” quiere compartir, con los lectores de Eclesalia Informativo, esta sencilla reflexión -fruto de la lectio- con el deseo de formar comunidades a imagen de la que nos propone Hechos 2, 42-47; 3, 1-10.
La primera comunidad cristiana. Esta comunidad está formada por un grupo de personas convertidas, que han abrazado la fe predicada por los Apóstoles. La conversión les ha llevado al bautismo, el cual reciben en el nombre de Jesucristo. Y, Dios, a su vez, les otorga como don, el Espíritu Santo. Es una comunidad que está en camino de salvación, lejos de creerse que ya han llegado, y que ya está salvada. Es a partir de la experiencia, del don del Espíritu, que la comunidad se va construyendo con unas características propias:
*Una comunidad que se sabe heredera de una promesa, que no solamente le corresponde a ella sola, sino también a sus hijos y a todos los extranjeros que reciban la llamada del Señor.
*Una comunidad, abierta, a la universalidad de razas pueblos y naciones; llamada a la acogida y la evangelización, al anuncio de Jesucristo al mundo entero.
*Podemos decir que la constancia es una de las características de esta comunidad (constante, constancia). Sin la cual no podemos avanzar en el camino de la salvación.
*El compartir/repartir tiene una gran fuerza: “compartían en familia, con sencillez y alegría sincera” (v. 46).
*La oración, expresada de distintas maneras, tiene un lugar importante en la comunidad: partían el pan, es decir, en lenguaje actual: celebraban la eucaristía, a diario acudían al templo, con constancia e íntima armonía, estaban unidos. Juntos alababan a Dios. En esta comunidad vemos la importancia que le dan a la oración comunitaria y a la unidad. Esto indica la expresión de una comunidad viva.
*Vivian en mutuo acuerdo, todo lo compartían, lo que tenían lo ponían en común. Esta experiencia es la que vivimos en la vida monástica: todo se pone en común, no solamente el tener, sino el ser, el saber y el hacer, es decir los dones que Dios te ha dado para el servicio del bien común.
*La armonía y unidad elementos esenciales: vivían en un mutuo acuerdo. Testimonio evangélico de unidad.
*La escucha de las enseñanzas de los Apóstoles. Es una comunidad que se forma y se deja enseñar por los Apóstoles.
*Es una comunidad que tiene cierto atractivo, “arrastre”, capacidad de convocatoria. Pues dice el texto: “Toda la gente los miraba con simpatía” (v. 47).
*Y como respuesta a su manera de vivir y actuar, reciben la bendición de Dios con el “aumento” y “crecimiento” de la comunidad.
*Es una comunidad que se pone “a salvo de este mundo corrupto” (v. 40), para vivir de otra manera. “Padre no te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn 17,15).
La manera de vivir y el resultado de esta comunidad, nos lleva a reflexionar y profundizar en nuestras comunidades eclesiales, parroquiales y también religiosas. Y, por supuesto, en nuestro propio compromiso bautismal. ¿Por qué nuestras comunidades no crecen sino que disminuyen?
Ante esta visión comunitaria de las primeras comunidades: ¿Cuál es nuestro reto? ¿Qué hago yo para formar comunidad de fe y de celebración?
Más que nunca necesitamos de la comunidad para vivir la fe, en nuestros días es difícil de vivir la fe en solitario. Urge crear comunidades vivas donde se pueda celebrar, orar, compartir y festejar. El sentido festivo es importante en las comunidades. La unidad y la alegría dos valores que por ellos mismos evangeliza, atraen. Estamos llamados a formar pequeñas comunidades de vida donde podamos vivir la fe con gozo y entusiasmo y, tal vez, de esta manera seamos fermento en la masa.
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