Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Desde que Christine Lagarde y el ministro de economía japonés pasaron a los anales de la bellaquería histórica de sugerir la muerte a los mayores por razones economicistas, no son pocos los que a edades intermedias insinúan que la única solución para los graves problemas sociales que presenta el capitalismo salvaje, mimetizado ahora en neoliberalismo económico, es que los viejos se mueran cuanto antes. En definitiva, desean su muerte…
No se conforman esos y esas canallas con vivir ellos una vida escandalosamente lujosa y blindada. Quieren más. Quieren mandar y sobre todo generar en el provecto el deseo de morir; deseo éste interno y callado, que es por donde suele empezar el camino de la persona hacia la tumba. Son estas gentes, tan sobresalientes como mal nacidos, chusma trajeada de Dior o de Armani que, desde una posición de fuerza institucional, llaman fácilmente a cualquiera nazi o comunista para descalificarle políticamente o insultarle, que nos hace a los demás, sobre todo a los mayores, desearles a ellos la muerte y si es atroz mejor.
Les espanta el socialismo real, basándose en los “progroms”, reacciones de grandes masas de población hartas secularmente de tantísimos abusos cometidos por individuos de la misma ralea que la de los actuales refinados indeseables, entonces acogidos aquellos a la inmunidad que disfrutaban los reyes y su corte, y hoy amparados estos en los de su mismo o parecido pelaje que les votaron…
Lo que puedo decir desde mi edad avanzada es que les odio a fondo y con toda mi alma, y que si de mi dependiese esta actual justicia justiciera que padecemos en España, implacable con los desprotegidos y prácticamente cómplice con los verdaderos individuos antisociales, yo les haría envejecer a marchas forzadas por cualquiera de los muchos procedimientos que los infames buscan a menudo en la ciencia de la perversidad.
El caso es que si hay alguna solución para la humanidad, algo harto dudoso, sobre todo para las naciones vertebradas en este deplorable sistema socioeconómico que sólo contenta a quienes viven opíparamente, es precisamente una solución que pasa por la racionalidad extrema. Racionalidad extrema, en tiempos dramáticos por la superpoblación y por los efectos del cambio climático, en los que el rigor preciso entre la producción de bienes básicos y su distribución entre la población debiera ser sagrado. Tiempos, por lo demás, en los que en lugar de inducir a morir a los vivos, debiera ser preceptivo evitar en lo posible los proyectos de vida en el vientre de la mujer; sobre todo en tantos casos en los que ésta no desea ser madre.
Soluciones, por cierto, sólo posibles en un sistema radical que bien pudiera ser un neocomunismo marxista revisado y actualizado en función de las hondas transformaciones en la sociedad. Transformaciones que van desde las nuevas tecnologías y toda clase de adelantos materiales, hasta la constatación de que todos, salvo los irresponsables, pese a vivir en una decadencia palpable hemos alcanzado un alto grado de consciencia de lo mucho que se está jugando la humanida, cada uno en su país y el propio planeta…
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