Mt 22,15-21. Evangelio del domingo 22 de octubre 2017
Una situación peliaguda. No era nada fácil salir airoso de aquella pregunta formulada con el propósito de ponerle en un aprieto: “¿es lícito pagar impuesto al César?” Pero Jesús logró dar una respuesta que se ha convertido en un clásico: “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Sí. Hay cosas que pertenecen al orden de lo divino, y otras al orden temporal, y cada ámbito se rige por leyes diferentes aunque compatibles. Por eso no debemos acogernos solo a una de las dos dimensiones para evitar cumplir nuestras obligaciones con la otra. Un buen creyente no debe reducir su compromiso con los demás al hecho de dar limosna y ser caritativo, sino que tiene que pagar sus impuestos y contribuir de todos los modos posibles al bien común. Un buen ciudadano, además de ajustarse a la ley establecida, debe ir más allá de ella, pues a la legislación se le escapan muchas dimensiones del ser humano que también hay que cuidar.
Sin embargo, los fariseos estaban planteando a Jesús una cuestión que poseía una carga política por el contexto en que la formularon: en una tierra, Palestina, dominada por Roma. Lo que en el fondo estaban buscando era que el Señor se “mojara” y tomara partido por uno de los dos grupos que en esos momentos estaban en litigio: los judíos beligerantes y los paganos romanos. El de Nazaret, ¿a quién apoyaba? Querían que se definiera. Por eso, los fariseos “llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta y le enviaron algunos discípulos suyos, con unos partidarios de Herodes”. Habían diseñado un plan malicioso para ponerle entre la espada y la pared delante tanto de los judíos más afines a posturas radicales –entre los que posiblemente habría defensores de la lucha armada–; como de los simpatizantes de los romanos –algunos de ellos “vendidos” al poder–. De este modo los fariseos pretendían matar dos pájaros de un tiro: obligar a Jesús a posicionarse (y por tanto hacerle perder seguidores del grupo que no eligiera); y que se convirtiera en el causante de un nuevo enfrentamiento entre las dos corrientes de opinión. Los partidarios de Jesús quedarían posicionados junto a unos… y frente a otros.
Pero no les salió bien. No era colaboracionista, ni guerrillero. Era el Señor. Su querer e interés estaba en otro lugar, y sus palabras eran para todos. Con su réplica nos dio una buena pista para vivir la política mejor: poner cuidado para no absolutizar ningún poder humano, y ser siempre, como Él, incluso en circunstancias complicadas, hombres de paz que no alimentan la división.
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