José Arregi
Me siento hermanado con la multitud que se manifestó el sábado pasado 27 de agosto en las Ramblas de Barcelona. Yo también soy Barcelona, soy Cataluña, pero soy incapaz de gritar su lema: “No tengo miedo”. Jo sí que tinc por.
Tengo miedo de quienes están dispuestos a morir matando para imponer su locura. Nunca lo conseguirán, pero podrán seguir provocando indecibles sufrimientos a innumerables inocentes. Apelan al Islam, pero niegan el Islam, religión de paz. Están llenos de odio y resentimiento, o simplemente desesperación, contra Occidente, contra su propia comunidad islámica, contra todo el género humano, contra sí mismos. No son muchos, pero son temibles, porque no tienen miedo –ellos no– de nadie y de nada, ni de matar ni de morir. Quienes no temen matar y morir son invencibles, más aún si no tienen nada que perder y creen tener de su lado a Dios o a Allah o la Verdad absoluta, y piensan ganar el paraíso matando y haciéndose matar.
Hay que defenderse de ellos. Pero ¿cómo hay que defenderse? Miro a todos los lados, y veo que quienes deben y pueden defendernos agravan el peligro. También a ellos los temo, sobre todo a ellos. Los yihadistas no nacieron fanáticos asesinos, con bombas en la cintura o fusiles y puñales en las manos, ni al volante de furgonetas mortíferas. No nacieron así ni se hicieron tales a sí mismos, aunque no por eso son, quiero decir han de llegar a ser, menos responsables. Todo tiene que ver con todo.
Temo a los imanes de Arabia Saudí, pues siguen enseñando que hay que entender y aplicar el Corán a la letra. ¿Por qué no también la aleya que ordena: “Matadlos [a los que se resistan al Islam] donde deis con ellos, y expulsadlos de donde os hayan expulsado” (2,191)? Temo al régimen teocrático saudí, que nombra, paga y controla a todos los imanes de su país y a otros muchos en todo el mundo. Imanes que siguen soñando e inculcando un califato medieval, dictatorial y religioso para vergüenza de su religión. Me da miedo que tantos millones de musulmanes, gente noble y pacífica, los sigan escuchando y creyendo. ¿Qué nos asegura que un día, en otras circunstancias, no pasarán a la yihad violenta “porque el Corán lo manda”?
Mientras los imanes y los regímenes que los sustentan no enseñen que todo el Corán son palabras humanas escritas hace 1400 años en otra cultura y que en el Libro solo es “divino”, más allá de la letra, el espíritu que nos sigue inspirando justicia, paz, tolerancia, igualdad de hombres y mujeres, mientras no cambie la lectura del Corán –o de la Biblia–, “mientras no cambien los dioses” o las religiones –incluida la de muchos obispos católicos que apoyan cadenas de televisión que difunden la islamofobia o impiden que la imagen de la divinidad hindú Gasnesha se encuentre con la imagen de María en el santuario patronal de Ceuta–, no bastará con perseguir yihadistas. La intolerancia y el exclusivismo llevan a la violencia.
Temo también a tantos gobiernos de países modernos y democráticos –España, por ejemplo– que se muestran tan celosos de las libertades y de los derechos humanos en Venezuela, celosos en el fondo de su petróleo, mientras rinden pleitesía a los gobernantes de Arabia Saudí, les venden armas, les construyen ferrocarriles y hacen pingües negocios. ¡Qué más da que allí se hubiera fundado y sigan aún financiando en buena parte el Estado Islámico, y prohibiendo a las mujeres conducir, encarcelando, torturando y condenando a muerte a los disidentes, y masacrando a Yemen desde hace dos años con nuestras armas? Los petrodólares valen más que los derechos humanos.
Temo a quienes quieren hacernos olvidar que el Estado Islámico nació de Al Qaeda y que Al Qaeda nació en Irak, tras la invasión americana promovida por el trío de las Azores: Bush, Blair y Aznar. Y aún produce escalofríos leer la declaración de Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad de Jimmy Carter: “Yo creé el terrorismo yihadista y no me arrepiento”.
Temo la política de los Estados Unidos y de la Unión Europea en Turquía, el Oriente Medio y el norte y el centro de África, donde se cumple la sentencia de Paul Valéry: “La guerra es una masacre entre gente que no se conocen, para provecho de gente que sí se conoce pero que no se masacran”.
El miedo es a menudo el mayor peligro, pero también una alerta necesaria para indagar las causas y buscar la verdadera solución.
(Publicado en DEIA y en los periódicos del Grupo NOTICIAS el 3-09-2017)
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