José Arregui
Amiga, amigo, hoy es Pascua, que significa paso. Celebramos que todo pasa pero nada se pierde, que todo se mueve y se renueva como la luna y la primavera, que ninguna muerte es definitiva y ninguna vida está condenada, que la bondad y la vida triunfan a pesar, mejor, a través de todos los daños y muertes. Mira el laurel en flor. Escucha el canto del zorzal. Siente el pulso de los pueblos pobres.
Jesús de Nazaret es para los cristianos la imagen por excelencia de la pascua universal, porque pasó la vida haciendo el bien. Y por ello fue condenado por el Sanedrín judío y crucificado por el poder romano, pero por eso mismo confesamos que resucitó: por la vida buena y eterna que vivió. La fe en la resurrección de Jesús no proclama que sucedieran milagros sobrenaturales, tumba vacía y apariciones físicas, sino que la vida de Jesús, su rebeldía pacífica, su fe en el futuro, su bondad feliz no quedaron sepultadas bajo una losa fría. Y que todo paso hacia el bien, por pequeño que sea y no exento de equívocos, también es pascua de la vida, como la de Jesús.
Jesús de Nazaret es para los cristianos la imagen por excelencia de la pascua universal, porque pasó la vida haciendo el bien. Y por ello fue condenado por el Sanedrín judío y crucificado por el poder romano, pero por eso mismo confesamos que resucitó: por la vida buena y eterna que vivió. La fe en la resurrección de Jesús no proclama que sucedieran milagros sobrenaturales, tumba vacía y apariciones físicas, sino que la vida de Jesús, su rebeldía pacífica, su fe en el futuro, su bondad feliz no quedaron sepultadas bajo una losa fría. Y que todo paso hacia el bien, por pequeño que sea y no exento de equívocos, también es pascua de la vida, como la de Jesús.
Por eso saludo como signo pascual el desarme de ETA –unilateral, definitivo y sin contrapartidas–, que tuvo lugar el pasado sábado 8 de abril en Bayona (País Vasco francés). Claro que una verdadera Pascua del desarme exigiría muchos más pasos y desarmes infinitamente más importantes –ante todo y sobre todo el desarme del Pentágono, de Rusia y de China, los más poderosos, y el desarme de los poderes económico-financieros, los más asesinos y terroristas, como afirma el papa Francisco–, pero saludo y celebro el desarme de ETA como una llamita pascual. Por eso estuve en Bayona el 8 de abril. La luna de la Pascua estaba creciendo.
Estuve en Bayona porque llevaba más de 40 años soñando que sucediera y temiendo que nunca lo fuera a conocer. Por fin iba a suceder, y había que estar allí. He estado en muchas manifestaciones contra ETA: ¿cómo no participar en esta última manifestación, celebrando su desarme final? Estuve allí conteniendo el aliento hasta el último momento, porque parecían ser muchos y fuertes quienes se resistían a que el desarme se diera, al menos de esa forma. Pero el hecho era más importante que la forma, más importante que los motivos íntimos que cada uno llevara, más importante que los legítimos proyectos políticos que cada uno persiga.
Estuve en Bayona para recordar con pena a las víctimas de la violencia injusta de connotación política desde 1960, a todas y cada una de ellas: 837 asesinados por ETA y grupos derivados, 167 asesinados desde 1960 –fuera de enfrentamientos armados– por las Fuerzas de Seguridad del Estado español y por fuerzas paramilitares. Cada víctima es única. Cada una de ellas sin excepción, cada familia y cada persona que aún sigue herida merece reconocimiento, reparación, cuidado. Cada una me pide ponerme en su lugar.
Estuve en Bayona para mostrar mi gratitud a todas las personas y organizaciones que han hecho posible que llegara ese día, a todos los “artesanos de la paz” que arriesgaron y no desistieron ni en los peores momentos, a Jesús Egiguren y Arnaldo Otegi y Pello Rubio (el anfitrión del caserío Txillarre, Elgoibar), a Jonan Fernández y tantos otros, a los mediadores internacionales, al arzobispo de Bolonia Matteo Zuppi. Me hubiera gustado agradecer a los obispos vascos, pero todos ellos se han sentido ajenos y han estado ausentes de esta pascua del desarme: grave y lamentable ausencia.
Estuve en Bayona para mostrar mi gratitud a todas las personas y organizaciones que han hecho posible que llegara ese día, a todos los “artesanos de la paz” que arriesgaron y no desistieron ni en los peores momentos, a Jesús Egiguren y Arnaldo Otegi y Pello Rubio (el anfitrión del caserío Txillarre, Elgoibar), a Jonan Fernández y tantos otros, a los mediadores internacionales, al arzobispo de Bolonia Matteo Zuppi. Me hubiera gustado agradecer a los obispos vascos, pero todos ellos se han sentido ajenos y han estado ausentes de esta pascua del desarme: grave y lamentable ausencia.
También estuve en Bayona porque no comparto el esquema de vencedores y vencidos al que muchos siguen aferrados. Es un lenguaje de guerra, y a la guerra se va a matar. ¿No adoptan peligrosamente la lógica militar de ETA? La guerra es la mayor derrota. Y quienes repiten que “ETA ha fracasado” ¿acaso sugieren que hubiese sido legítima la guerra de ETA si no hubiese fracasado? La guerra es el mayor fracaso.
Estuve en Bayona, por fin, porque aún quedan muchas heridas que curar, mucha paz y convivencia que construir, muchas tumbas y cárceles que vaciar. Quedan muchas palabras, actitudes, leyes, banderas y patrias que desarmar. Queda mucha vida buena y feliz que resucitar como la vida de Jesús, y esa Pascua no será sin nosotros.
José Arregi
(Publicado el 16 de abril de 2017 en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS)
Estuve en Bayona, por fin, porque aún quedan muchas heridas que curar, mucha paz y convivencia que construir, muchas tumbas y cárceles que vaciar. Quedan muchas palabras, actitudes, leyes, banderas y patrias que desarmar. Queda mucha vida buena y feliz que resucitar como la vida de Jesús, y esa Pascua no será sin nosotros.
José Arregi
(Publicado el 16 de abril de 2017 en DEIA y en los Diarios del Grupo NOTICIAS)
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