Enviado a la página web de Redes Cristianas
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
Como de puntillas respecto al resto de Europa, desde hace tiempo venimos asistiendo en España a una batalla campal entre dos clases sociales en los parlamentos, en la Justicia y demás instituciones, y en el espacio de los medios de comunicación. Entre la clase de los que predican, mandan y organizan la vida de todo bicho viviente, y la de quienes se resisten u obedecen a regañadientes representados por otros que abanderan el espíritu de la dignidad. Una prueba recién salida del noticiero diario abrumador español es la decisión del ayuntamiento de una ciudad importante de reponer el nombre de calles de resonancia franquista que estuvieron hasta hace unos años, contraviniendo así una ley vigente, la de Memoria Histórica. Decisión ésta que obliga a imaginar la tremenda mentalidad involucionista del partido del gobierno si con mayoría absoluta volviese a gobernar y a legislar…
La lucha de clases, pues, no ha desaparecido, o ha resurgido en España. La lucha de clases se refiere al conflicto entre las dos clases sociales existentes, entre los de arriba y los de abajo, entre los que producen y los que no producen, entre los que sin trabajar se adueñan de la producción y excluyen a los que trabajan, entre explotadores y explotados; históricamente entre amos y esclavos, entre patricios y plebeyos, entre terratenientes y campesinos, entre burgueses y proletarios, entre ricos y pobres, entre depredadores y presa, entre el 1% y el 99%. En la naturaleza las manadas o presas desorganizadas, nunca dominan a sus depredadores. En el gobierno de los amos, un esclavo nunca será rey y de igual modo en el gobierno de la burguesía, un obrero jamás llegará a gobernar a los burgueses.
A lo largo de la historia siempre ha sido así, siempre ha habido clases enfrentadas. Unas practican la opresión y otras luchan por la liberación. En el esclavismo los amos se apropiaron de la producción, lo tenían todo y dominaban a los esclavos o productores. En el feudalismo, la minoría que se adueñó de la tierra y la producción dominaba a la mayoría que fue expropiada. En el capitalismo dominan los que se han enriquecido con la tierra que es propiedad de todos, y con la acumulación originaria (saqueo de riquezas a otros pueblos y al propio pueblo) se adueñaron además de todos los medios de producción, de la materia prima, del trabajo y del trabajador o esclavo de nuevo tipo a través de la esclavitud asalariada…
Pero es que en la sociedad del capitalismo avanzado, el capitalismo neoliberal, el proceso de incautación de toda la riqueza a cargo de la clase dominante se está cronificando y la lucha de clases se ha agudizado. Desde luego en España. De un bando la burguesía, propietaria de los medios de producción (capital, transportes, medios de comunicación, etc.) y por otro el bando del trabajador convertido en lumpen que, al disponer únicamente de su fuerza de trabajo, se ve obligado a venderse por un salario que apenas le sirve para su supervivencia.
¿Han variado en España las condiciones generales de la convivencia entre una clase y la otra u otras, siendo así que la clase media apenas se reduce a la de los pensionistas? ¿Ha desaparecido acaso la lucha entre los que acumulan el dinero y las propiedades y los que carecen de todo? ¿No hay una distancia abismal entre los que hablan y los obligados a escuchar, entre los que disponen de megafonía y tribunas y quienes se esfuerzan inútil o débilmente por hacerse oír; entre la clase que masivamente piensa con amplias miras, y la minoritaria que, lejos de ser excelente como se imagina, piensa y actúa con mezquindad, maquina y crea una realidad a su medida haciéndose apoyar de diversas maneras, todas torticeras, por millones de necios?
En España vivimos, en efecto, actualmente una lucha encarnizada entre los de arriba y los de abajo, entre los que han perdido la cabeza en la política, en la empresa, en la judicatura y en los medios, y quienes mantenemos la cabeza en su sitio y conservamos intacta la intemporal filosofía humanista y los valores plasmados en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789 y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948; entre quienes, en fin, se empeñan en alejarse cada vez más, como las galaxias entre sí, del sentimiento de solidaridad, del sentido común de la justicia y de la igualdad dentro de las inevitables diferencias naturales, y la inmensa mayoría que se esfuerza por ejercerlos, desarrollarlos y divulgarlos… El antiguo, el feudal e incluso el postmoderno no tienen conciencia de la opresión como tal. Es ahora, hace muy poco, cuando irrumpe esa conciencia. Pero hay un grave inconveniente que se alza como barrera casi infranqueable: el consumismo como motor del neoliberalismo y de alienación, que hace mucho más tiempo se instaló en la sociedad actuando como lo más antirrevolucionario y al tiempo como trampa saducea. Y lo es, pues anula mecánicamente la reacción habida cuenta que la única manera de contestar con eficacia y sin violencia a los abusos del neoliberalismo sería a través de la voluntad del “no consumo”; decisión ésta que en sentido estricto no es posible activar masivamente, como no es posible activar la bondad o la solidaridad, sólo posibles de uno en uno…
Pese a todo, o precisamente por la alienación de que va acompañado el consumismo, nadie quiere violencia, ni material ni moral. Pero los poderes actuales, esos que detentan la fuerza, esos que están en todas las instancias y en todos los estamentos, esos que configuran el establishment, el sistema, están forzando las cosas lo bastante como para provocar ese odio creciente que acabó siempre siendo germen de violencia.
Es más, creo que la sociedad bien nacida española no desea ni enfrentamientos sangrientos ni la mera sustitución de unos propietarios por otros nuevos. Pienso que, a caballo del consumismo y de su dignidad como hija del milenio en que le ha tocado vivir, la sociedad española se conforma con que gobernantes, grandes empresarios, tribunales, curas y periodistas -la clase dominante- reaccionen y se percaten de que necesitan ejercitarse en la cordura que tuvieron, ahora tan resquebrajada por el peso muerto de una extrema estupidez…
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