Alonso Salinas García
Existe un antagonismo histórico entre la fe cristiana y la ideología marxista, donde ambas se calificaban de antagónicas y posicionaban a la otra de ser un mal necesario de eliminar. Los cristianos se declaraban en contra del Socialismo como los Socialistas Científicos buscaban eliminar el Opio del Pueblo. Pero este antagonismo pertenece nada más que a los intereses particulares o la ridícula posición dogmática aristotélica, pertenece al miedo de los jerarcas de la Iglesia y los sectores conservadores por el cambio de la Sociedad Estamental –o lo que quedaba de ella- y el dogmatismo o mal interpretación sobre “la Cuarta Tesis de Feuerbach”.
Cabe destacar para cristianos y marxistas que la base del Socialismo se encuentra en el Cristianismo, es la Teología Cristiana con Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro la base de la doctrina socialista, del último podemos mencionar el libro de su autoría: Utopía. Él cual describe una nación donde: el oro y el dinero no valen absolutamente nada, son otras rocas sin valor; no existen ni ricos ni pobres; se vive en comunidad; cada uno da lo que puede y recibe lo que necesita. Por la otra vereda es el mismo Marx quien afirma en sus “Manuscritos Económico-Filosóficos”: “La desvalorización del mundo humano crece en razón directa con el incremento de valor del mundo de las cosas” (pag. 63). Mientras en el ideal final del marxismo, la Sociedad Comunista, funciona exactamente como el paraíso terrenal de Tomás Moro, como señalaría el creador del Materialismo Histórico en su “Critica del Programa de Gotha”: “En la fase superior de la sociedad comunista (…) podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual, según sus necesidades!” (pag. 17). El Reino de Dios –lo que Tomás Moro describe como la Sociedad de Utopía – es la Sociedad Comunista. El objetivo pareciese ser el mismo.
Pero muchos cristianos han reducido la fe a un mundo mundano abstraído de la vida terrenal, donde todo se contempla, donde se reza mucho y actúa poco, donde se castiga y condena lo mundano para llegar a un paraíso. Y es esa la cara del cristianismo a la que Marx llamó “Opio del Pueblo”, no a la fe en sí, sino a la ideología que abstraía al pueblo de su realidad a un sueño alienante. La Cuarta Tesis de Feuerbach dicta:
“Feuerbach parte del hecho del auto enajenación religiosa, del desdoblamiento del mundo en un mundo religioso y otro terrenal. Su labor consiste en reducir el mundo religioso a su fundamento terrenal. Pero el hecho de que el fundamento terrenal se separe de sí mismo para plasmarse como un reino independiente que flota en las nubes, es algo que solo puede explicarse por el propio desgarramiento y la contradicción de este fundamento terrenal consigo mismo. Por tanto, es necesario tanto comprenderlo en su propia contradicción como revolucionarlo prácticamente. Así, pues, por ejemplo, después de descubrir la familia terrenal como el secreto de la familia sagrada, hay que destruir teórica y prácticamente la primera”.
La abstracción de la realidad ocurre porque la fe es utilizada para distraer al pueblo, es la proyección del yo idealizado, de lo que queremos y merecemos en la vida terrenal, pero esperamos en resignación y esperanza en la otra vida, en la recompensa de Dios, en ese reino sobre las nubes. Pero es eso, una instrumentalización, la fe cristiana en sí misma no es reaccionaria, por ejemplo la Espiritualidad Ignaciana (de Ignacio de Loyola) es “Contemplativa en la Acción”, que promulga el título de la famosa película de los años setenta: “Ya no basta con rezar”. Los Jesuitas comprenden que es en la acción en la cual reivindicamos nuestra fe, y es ahí donde somos juzgados, no en cuanto se va a misa los domingos o cuanto se da al diezmo. Por ello desde la teología se entiende que tanto la salvación como la condenación, infierno y paraíso, no son lugares a los que se van, sino estados, y es deber de todos los cristianos –en especial tras la confirmación en los ritos católicos- ser abiertamente apóstoles de Jesucristo, sus discípulos, lo cual implica el valor Apostólico de la Iglesia, el cual se encuentra en la misión, y es esa misión la vida coherente y la acción por la realización del estado de la salvación/paraíso: el Reino de Dios, pues todos vivimos en él, pero no convivimos como si lo estuviéramos.
La construcción de aquel reino en la vida terrenal es la unión de lo divino y terrenal, es la superación del “desdoblamiento del mundo” y la alienante forma en que el Cristianismo calló una vez la rueda de la historia. Por ello el Cristianismo es por sí mismo tan revolucionario como el Marxismo, ambos buscan la misma Sociedad –como señale al comparar el ideal de Tomás Moro y Karl Marx-. Como el Marxismo fue malinterpretado y utilizado para edificar Estados Totalitarios (el modelo político de Stalin: el Socialismo Real), el Cristianismo fue malinterpretado y utilizado por las castas sacerdotales que se aliaron a las Clases Gobernantes, siendo su instrumento para mantener la Infraestructura Económica feudal y los valores medievales conservadores, ni uno de los dos en su naturaleza son malos o antagónicos.
Muchos marxistas seguirán oponiéndose a la idea de aceptar a los cristianos o comprender que no hay antagonismo entre aquella fe y su doctrina, pues dirán que Jesús era un predicador de esperanzas banas que el pueblo toma por desesperación y termina callándolos, o peor aún que aunque no sea la fe en sí el Opio del Pueblo, esta es inútil para los cambios estructurales que el mundo necesita para el Socialismo/Reino de Dios. “Bien aventurados aquellos que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis” (Lucas 6:17, 21), ¿de qué sirve pedir más pan al patrón si al final la eternidad será mía?, ¿de qué sirve pedir igualdad de derechos o reconocimiento como iguales si al final la eternidad será mía?
Pero el discurso de Jesús, Bienaventurados, no es un acto de compasión ante los miserables sin esperanza como muchos señalan, es un acto del porvenir, un llamado a la solidaridad y unidad entre oprimidos para romper sus cadenas. Fue Jesús quien dijo en ese mismo discurso: “Pero ¡Ay de vosotros, los ricos!, porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estéis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reis ahora!, porque tendréis aflicción y llanto” (Lucas 6:17, 24-25). Fue Jesús quien echo a los mercaderes del Templo y dijo que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja que un rico al Reino de Dios, pues ese reino nace de una Sociedad donde es abolido todo el sistema que sustenta la riqueza y poder de pocos, de una Sociedad donde existe Democracia económica y política.
Y para aquellos que niegan la utilidad del cristianismo, cabe decir que este si tiene su praxis política transformadora, la síntesis es justamente el enfrentamiento del pobre, del miserable, del explotado –como un sujeto político y no objeto de lastima- al sistema que lo oprime y lo que lo sustenta, es que los mismos esclavos derroquen al amo. Es un advenimiento a la Teoría del Reconocimiento de Axel Honneth.
Clotario Blest, famoso cristiano, sindicalista y político chileno -quien es la muestra real e indiscutible del último punto mencionado-, fundó en 1928 el grupo Germen, en el cual a través de su revista del mismo nombre compartió ese otro espíritu, el revolucionario, del Cristianismo. Uno de los principios de este grupo era:
“Se ha desfigurado a Cristo ante las masas hasta el extremo de hacerlo odioso. Silencio alrededor del obrero que es Cristo: mucha palabrería alrededor del Dios que es rey. Se ha desfigurado a Jesús, mirándole sólo como Dios, y no como hombre y obrero, verdadero hermano nuestro según la carne, donde Él quiere y desea y pide ser imitado y amado”
La desfiguración de Cristo, la malinterpretación e instrumentalización del Cristianismo es el Opio del Pueblo, ahí el verdadero enemigo del Marxismo –como también de los cristianos practicantes-. Mientras los cristianos deben ver a los marxistas, y viceversa, como hermanos con el mismo objetivo, dos fuerzas humanistas en pos de la construcción de un mundo mejor. Se puede ser cristiano y marxista, como edificar el Socialismo sin eliminar la fe, los antagonismos no existen realmente y la cooperación es posible, en medida que los marxistas no sean dogmáticos ni aristotélicos, y los cristianos interpreten el verbo de cristiano que echo a los mercaderes del templo.
Alonso Ignacio Salinas Garcia (Chile).
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