Jesús siempre sorprende con frases inesperadas, excéntricas y hasta
contradictorias. Así, por ejemplo, cuando nos invita: “Sean perfectos
como el Padre es perfecto”.
¿Perfectos? La perfección no es una virtud deseable en nuestros días.
Evidentemente el mundo postmoderno en el que vivimos huye de los
perfeccionismos. Y ello resulta muy útil para contrarrestar utopías
inalcanzables y deseos impertinentes que no tienen mucho que ver con una
concepción ajustada de nosotros mismos. En este sentido, podríamos
intentar traducir la perfección desde senderos más equilibrados, en
términos de plenitud, de sinceridad, de honestidad y hasta de búsqueda
de la verdad. Pero la frase de Jesús continúa curiosamente: “como el
Padre es perfecto”.
Si ser perfectos parecía improcedente, ser perfectos como el Padre no
parece ser posible para nadie. ¿Cómo es perfecto el Padre? La palabra
“como” que vincula la perfección del Padre a la nuestra me ofrece una
clave de interpretación comparativa. ¿Cómo y en qué circunstancias
podemos ser como el Padre? Las palabras de Jesús tienen mucho de
incomprensibles y habría que dejarlas abiertas. Pero ofrezco aquí una
posible interpretación que vincula la práctica de acciones de
misericordia con una mirada contemplativa.
En clave de bienaventuranzas, el texto que reflexionamos este domingo
nos invita a realizar varias acciones concretas que son la parte
práctica de esta felicidad: dar a quien nos lo pida, mantenernos firmes,
íntegros y con fortaleza cuando nos golpean, acompañar a alguien en su
camino…
Pero, tal vez, para que ello no se convierta en mero activismo, Jesús
nos ofrece un universo de sentido: nosotros como el Padre. Es decir,
nos invita a redescubrir la vinculación profunda con Dios. Hoy, con la
fuerza que recobra la espiritualidad y el influjo de la meditación,
hablaríamos de abrir nuestra conciencia para vernos a nosotros mismos
tal como somos, y entendernos en relación profunda con todos y con Dios.
Esto mismo ya lo decía, por ejemplo, santa Clara de Asís cuando
invitaba a sus compañeras a mirarse en el “espejo de eternidad”. Esta
conciencia transformada puede ser la guía que nos impulsa a las acciones
de empatía, de no violencia y de compañía, más allá de
arrinconamientos, de victimismos o de desempoderamientos. La perfección,
como este entendernos a nosotros mismos desde Dios, se presenta
entonces como posibilidad de transitar este mundo de las
bienaventuranzas.
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