Mi afirmación es clara y nace de una convicción profunda, es el grito
de mi fe. Algo que es difícil de expresar con palabras. Pero, es lo que
intento en este escrito. No digo en qué Jesús creo, porque el
descubrimiento que he hecho de El ha supuesto un lento y doloroso
proceso de desmitificación a través de los años. He leído mucho y
estudiado varias cristologías, por el enorme interés que tengo por su
persona. Sin embargo, creo que una cosa es saber sobre Jesús y otra muy distinta creer
en él. No quiero meterme en los estudios que se han hecho sobre el
Jesús de la historia, el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Estudios
documentados los hay a montones. Jamás se me ocurriría meterme por esos
caminos. También hay magníficas Cristologías, algunas muy modernas con
enfoques sugestivos y con gran amplitud de miras. Otro campo en el que
sería una ridícula osadía pretender entrar. De modo que descarto con
toda claridad todo lo que pueda sonar a estudio o exposición científica
de estos temas. Porque estoy convencido de que la fe no se basa en los
conocimientos. Se puede conocer algo de Jesús de Nazaret, pero no creer
en él, o creer muy poco, o no confiar plenamente en su persona. En mi
vida lo importante es la convicción, mi creencia, mi fe. Y esta
convicción no es ni será nunca demostrable por la evidencia de sus
argumentos. Es algo que se escapa a las pruebas de la razón, es de otra
dimensión. Las convicciones son la prueba de la autenticidad de mi fe en
Jesús. He descubierto que lo importante no es estar seguro de una serie
de conocimientos o de verdades, sino tener unas convicciones que se van
traduciendo poco a poco en una forma de vivir, en comportamientos lo
más coherentes posible con esta fe.
Proceso desmitificador:
Como toda persona creyente, para superar la fe del carbonero, me he
hecho una serie de preguntas aunque no haya encontrado las respuestas, y
me he dejado interpelar por la realidad en la que vivo. No quería que
me engañaran más y cuando leía algún texto del Evangelio, me iba directo
al griego a descubrir su verdadero significado. He soportado la
perplejidad y el desconcierto, he convivido con la duda y hasta he
experimentado el vértigo del agnosticismo o de la increencia. Me ha
hecho polvo el silencio de Dios. Bonhoeffer, el teólogo protestante, lo
formuló magníficamente: “Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios”. En el
compromiso sociopolítico no interviene Dios para nada. La lucha por la
liberación de los pobres, por su causa, como la de Jesús, tiene un
componente ético de justicia y nada religioso. Y camino por esa senda
con total desnudez. En una palabra, he tratado de seguir los pasos hacia
la adultez cristiana, lo mismo que caminamos con mayor o menor éxito
hacia la adultez humana.
1º) Jesús, ¿es Dios?
Y la primera pregunta sería ésta: ¿Jesús era Dios? Si Jesús era Dios y
lo sabía todo, en realidad no llevaba una vida humana como el común de
los mortales. Jugaba con doble baraja. Sabía lo que iba a pasar, cómo
iba a reaccionar cada persona, a cada uno de los acontecimientos desde
los más inmediatos hasta los más lejano en una palabra sabía el final de
la película. ¿Es posible admitir que la vida de Jesús fue una inmensa
comedia de cara a la galería? su asombro, su admiración, su extrañeza,
su indignación o sus lágrimas, ¡eran puro teatro! Todo aquello estaba ya
previsto en el guión. Me resisto rotundamente a esa farsa porque la
considero totalmente irrespetuosa para con Dios y para con los seres
humanos. ¿Qué idea tenemos de Dios? Creo que no tiene sentido esa
pregunta, porque si desconocemos el predicado, no lo podemos afirmar del
sujeto. No sabemos, ni podemos saber nada de Dios, quien es Dios, cómo
es Dios. Diríamos al revés, no preguntarnos si Jesús es Dios, sino
afirmar que Dios es Jesús. Es el único Dios que hemos conocido.
2º) Jesús, ¿es hijo de Dios?
Desde luego, no me creo que Jesús sea Hijo de Dios, es decir, que sea
la “segunda persona” de la Santísima Trinidad. Creo que la Trinidad no
existe, me parece que es un constructo humano, algo así como un mito o
leyenda que también tienen otras religiones. No es lo mismo Hijo de
Dios, que “Dios Hijo”. Se trata de la influencia griega que juega con
conceptos filosóficos: Hijo de Dios es entendido en términos de
naturaleza y esencia y no de fe. Decían que en Jesús había dos
naturalezas, divina y humana, (perfectus Deus, perfectus homo, propio
del siglo IV del concilio de Calcedonia) pero una sola persona, porque
“como Dios todo lo tiene presente”. Desde siempre hemos considerado los
términos Dios e Hijo de Dios como sinónimos. Pero, está claro que no era
ése el sentido corriente en las culturas de la época. Hijo de Dios era
el faraón desde el momento en que llegaba al poder. Hijo de Dios era el
emperador romano, revestido del poder divino. Hijo de Dios era el rey de
Israel y, de forma colectiva, todo el pueblo elegido. Está claro que,
en estos contextos, “Hijo de Dios” no tiene el sentido fuerte que
después ha ido adquiriendo en la teología. Por otra parte, conviene
recordar que la expresión Hijo de Dios aparece 38 veces en los
Evangelios frente a las 98 veces que usa la fórmula: Hijo del hombre.
Parece bastante seguro, desde el punto de vista histórico, que Jesús
nunca reivindicó para sí el título de Hijo de Dios. En cambio, se
apropia el título de Hijo del hombre. No es casualidad. Se trata de un
planteamiento muy madurado. Es decir, el centro del mensaje de Jesús no
es Dios sino el hombre, todo ser humano.
La afirmación es mucho más osada y más desconcertante. Lo que se deduce del prólogo de Juan es que Dios se refleja en Jesús.
Efectivamente, avanzamos desde lo conocido (Jesús) hacia lo desconocido
(Dios). El término cercano e inmediato es Jesús, su forma de vivir y su
forma de morir. Su manera de apostar por la felicidad y por la vida. A
partir de su vida tomada en su totalidad podemos barruntar lo que es
Dios. Porque a Dios nadie la ha visto nunca; es el Hijo único, que es Dios, y está al lado del Padre, quien lo ha explicado (Jn 1,18).
3º) La filosofía griega:
Desde la perspectiva de Jesús, necesita una severa revisión el Dios
de la filosofía griega. No tiene nada que ver con el Dios de Jesús la
imagen de un dios lejano e inaccesible, impasible e inmutable, ajeno y
ausente de los avatares humanos. El Dios, motor inmóvil de Aristóteles,
resulta difícilmente conciliable con el Dios de Jesús. La tendencia
intelectualista griega ha puesto la teoría por encima de la práctica, el
dogma por delante de la ética, la doctrina por encima de la vida, la
ortodoxia en vez de ortopraxis. Dios no es persona, porque la palabra
persona es propia de la filosofía griega. Nos han presentado un dios que
todo lo tiene en un puño: el presente, el pasado y el futuro; para
quien no hay sorpresas ni imprevistos, que lo tiene todo bajo control.
Es el dios todopoderoso que permite el mal y los desastres naturales.
Así han presentado los artistas a Jesús, como el “pantocrator”, el dios
todopoderoso sustituto del dios Júpiter de los romanos. Yo creo en un
dios débil que se identifica con los débiles, descarto que Dios sea
todopoderoso.
4º) Jesús es la Vida.
Nunca comprendí la introducción al evangelio de Juan en el que se
dice que en el principio existía el Verbo. Luego, el Verbo fue traducido
por “logos” y en otra parte traducido por Palabra. Se van aclarando las
cosas: Verbo, Palabra, Proyecto. Me gusta la interpretación de Juan
Mateos. Textualmente: La traducción del v. 1 puede hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el Proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto. El Proyecto de Dios es la vida,
una Vida con mayúscula, en su sentido más pleno y totalizador. Desde el
nivel biológico (¡pan para todo el mundo!) hasta las calidades de vida
que podemos ir añadiendo a medida que nuestro desarrollo va ganando en
sensibilidad: la paz, la alegría, la felicidad, la comunicación humana,
el bienestar, la ternura, la armonía con la naturaleza, etc. La vida
personal, la colectiva y la planetaria. La Vida es la luz de los hombres.
El criterio ético por antonomasia, el punto de referencia para calibrar
las actitudes y las decisiones es justamente aquello que crea vida. Quienes aceptan el Proyecto se van haciendo hijos de Dios. Una visión dinámica de la maduración humana y de la filiación divina al alcance de cualquier bolsillo. Hacerse hijos de Dios significa imitar a Dios en su capacidad de crear vida, de suscitar esperanza y confianza entre las personas. Porque quienes mantienen la adhesión al Proyecto, esos han nacido de Dios. Y el Proyecto se hizo hombre.
Se traducía “el Verbo de Dios se hizo carne”. “Carne” (sarx) dice el
texto del prólogo. Con el doble sentido de realidad visible, palpable,
verificable y también de fragilidad/debilidad humana. No es puro sueño
el Proyecto de Dios. Ni es tampoco una realidad para el mundo futuro. La
apuesta por la vida se hace aquí, en esta tierra, con estas personas
que nos rodean o que viven a miles de kilómetros. Aquel hombre, Jesús, se fue haciendo hijo de Dios a lo largo de su vida. Su comportamiento se fue pareciendo cada día más a la forma de comportarse Dios.
Está claro que Jesús no hace teorías, no especula ni construye
edificios filosóficos o teológicos. Jesús vive. Entra en contacto con la
realidad y se deja interpelar por ella. A partir de los hechos,
reacciona a favor de la vida, defiende la vida allí donde ésta se
encuentra más amenazada. Ese es el sentido profundo de su cercanía a los
excluidos y marginados, a las prostitutas y a los publicanos… No sienten necesidad de médico los sanos sino los que se encuentran mal (Lc 5,31).
5º) Jesús no lo sabe todo.
Al dudar de que Jesús sea Dios, no se puede decir que su vida esté de
antemano prevista y programada. Una vida que se sustrae a los avatares
propios de la vida humana: la incertidumbre ante el futuro, el
desconcierto o la perplejidad, el error y la metedura de pata, el no
saber muchas veces qué hacer. Si fuera un Dios que todo lo sabe y todo
lo puede, quedarían eliminadas todas las angustias y todas las dudas.
¡Menudo chollo! Durante siglos hemos estado repitiendo un Credo, donde
el hombre Jesús queda literalmente anulado por el Verbo de Dios. La vida
de Jesús se reduce a su nacimiento de María, la virgen, y a su muerte
en cruz. El resto de su vida no interesa. ¿Cómo vivió? ¿Qué hizo y qué
dijo? ¿Qué sentía ante los acontecimientos, las relaciones humanas, la
vida? Jesús crecía, se desarrollaba como todo ser humano, y tuvo el
proceso de maduración propio de todo ser humano. No tenía nada previsto,
ni programado. Era un ser que se despojó de todos los “privilegios” de
la divinidad, y en un total vaciamiento (kenosis) de todo lo divino, se
humanizó de tal manera que se fundió y se confundió con todo lo humano.
Con el sufrimiento de los que nada tienen, los que mueren de hambre cada
día, con la angustia de los parados de larga duración, con el dolor de
las muertes causadas en las terribles guerras entre pueblos, con la
exclusión de tantos inmigrantes, con el sufrimiento de los enfermos, con
la pobreza y la miseria de todos los pobres de la tierra. Era un ser
tan asombrosamente humano que llegó a ser un modelo de vida para toda la
humanidad, aunque no sea Dios, porque no podemos saber qué es Dios.
6º) La muerte de Jesús
Otro interrogante crucial ¿Y la muerte de Jesús?: ¿por qué murió
crucificado? Su muerte en cruz, ¿fue pura casualidad, estaba ya prevista
o tiene que ver algo con su forma de vivir? El Credo ya se encarga de
decir que fue crucificado “por nuestra causa”, por nuestros pecados,
pero nos deja, como quien dice, con los mismos interrogantes. La muerte
de Jesús fue horrenda, injusta y despiadada. Fue crucificado
precisamente en medio de dos subversivos políticos. El término “lestai”
en griego significa eso, subversivos políticos, no que fue crucificado
entre dos ladrones vulgares. Fue un asesinato político y religioso. Se
lo cargaron los poderes del Imperio romano y los poderes de la religión
judaica. Su muerte en cruz es la prueba más descorazonadora de que Dios
lo ha abandonado. El propio Jesús clamó dando una gran voz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
(Mc 15,34). Esta es la única “palabra” que pronunció Jesús en la cruz,
según Marcos y Mateo. Aquel hombre, Jesús, se vio sometido al
desconcierto total, a la oscuridad y a la duda más aterradora: ¿de
verdad lo había abandonado Dios? Porque hasta su experiencia de la
paternidad divina queda aquí en entredicho.
Para tratar de solucionar el problema ante aquel desastre se dice que
“todo estaba ya escrito”. Fórmula que desde nuestra perspectiva resulta
ambigua y hasta escandalosa, porque nos suena a fatalismo. Como si toda
la vida de Jesús y su trágico desenlace estuvieran ya diseñados y
programados desde toda la eternidad. Según algunos, Jesús no podía
sufrir porque gozaba siempre de la visión beatífica divina, pero en la
cruz hizo un milagro: ocultó misteriosamente su visión beatífica de
Dios… ¡para poder sufrir! Resulta realmente asombrosa y espeluznante
esta visión de Jesús y del sufrimiento. La muerte de Jesús no estaba
prevista, ni programada. Podemos decir, eso sí, que una posible muerte
violenta era incluso altamente previsible. No se desafía impunemente a
los poderes establecidos. Sobre todo cuando ese desafío se realiza desde
la desnudez de la palabra y desde la solidaridad con los excluidos
religiosos y sociales. Jesús fue víctima de su propia manera de vivir,
de su enfrentamiento con una religión ritualista y alienante, de su
cercanía hacia las personas marginadas. En una palabra, fue víctima de
su propia ingenuidad al proponer una sociedad alternativa basada en
cosas tan sencillas como el servicio fraternal frente a toda forma de
poder y la mesa compartida frente a la riqueza acumuladora.
7º) Jesús resucitó:
No tengo ni idea de lo que esto significa. No es un hecho que se
pueda probar ni comprobar no es un milagro. Solo puedo entender algo de
manera confusa que Jesús sigue viviendo, es el Gran Viviente, que supera
las formas de existencia humana, el tiempo y el espacio, propios de la
historia humana. No todo terminó en la cruz. Él tiene razón para seguir
viviendo, y creo que sigue vivo, aunque no entiendo sus razones. También
admito la posibilidad de que voy a resucitar, es decir, a seguir
viviendo de forma misteriosa, enigmática. No entiendo nada de esto, pero
tengo la creencia, la sospecha, no la certeza, de que pueda resucitar
junto con todos los pobres de la tierra que no gozaron de la vida a la
que tenían derecho. Si alguien tiene “derecho” a resucitar son ellos los
que principalmente han de resucitar. Me parece que no se puede decir
que la injusticia triunfará al final. Tengo muchas dudas de que haya
otra vida definitiva que va más allá de esta; a pesar de que él lo ha
dicho. Yo me fío de El, confío de tal manera en él y en su mensaje que
se con una certeza absoluta que Él no me va a fallar, no que vaya a
resucitar. Vivo tranquilo y con mucha paz, aunque tenga muchas dudas. No
tengo otros apoyos, vivo en una dura soledad, en una clara pobreza
económica, “no tengo donde caerme muerto”, en casi completa desnudez
psicológica, tampoco tengo otras seguridades sobre un futuro incierto,
ese “más allá”, que traspasa las fronteras de mi existencia terrena.
Sólo le tengo a Él, del que me fío y confío plenamente.
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