El filósofo alemán Leibniz se preguntó en el siglo XVII por qué hay
algo en lugar de nada. Es decir, ¿cuál es la causa de que el universo
exista? ¿De dónde salen todas esas estrellas, planetas y nosotros
mismos? ¿No sería más fácil y sencillo que no hubiera nada en absoluto?
Al fin y al cabo, y como decía Woody Allen, “la nada eterna no está mal,
si llevas la ropa adecuada”.
La respuesta de Leibniz era la usual en su época: hay algo porque
Dios lo creó y Dios se creó a sí mismo. Aunque se trata de una
explicación que deja el asunto relativamente zanjado, no es
excesivamente popular hoy en día. No solo porque se intenten buscar
explicaciones seculares a cómo es y cómo funciona el mundo, sino porque
en realidad tampoco responde a la pregunta, ya que seguimos sin saber
por qué Dios es como es y no de otra forma.
Damos un repaso rápido a otras respuestas a esta pregunta, no sin
antes recordar al filósofo Sydney Morgenbesser, que la contestaba con un
“si no hubiera nada, aún os seguiríais quejando”.
1. La ciencia no tiene, pero tendrá, la respuesta. Tal y como recoge
Jim Holt en Why Does The World Exist (¿por qué existe el mundo?), el
biólogo Richard Dawkins confía en que la ciencia podrá no solo explicar
cómo es el mundo, sino también por qué.
Una de las teorías candidatas para aclarar cómo se pasó de la nada al
Big Bang sería la de la fluctuación cuántica, que apunta que el vacío
es inestable y permite la formación de pequeñas burbujas de
espacio-tiempo que se forman de manera espontánea.
Aun así y como explica el físico Steven Weinberg al propio Holt, una
respuesta de este tipo no acabaría de solucionar el problema: las leyes
de la naturaleza podrían determinar que debe existir algo y que la nada
no es posible. Pero aún quedaría por explicar por qué estas leyes son
así y no de cualquier otra forma.
2. Somos un experimento. Hay un episodio de Los Simpson en el que
Lisa funda sin querer una civilización en un diente que se le ha caído y
que deja en un cuenco con Buzz Cola. Aunque parezca mentira, hay
teorías que apuntan a posibilidades parecidas.
El físico de la Universidad de Stanford Andrei Linde explica en el
libro de Holt que no hace falta mucho para crear un universo en un
laboratorio: “Una cienmilésima de gramo de materia” bastaría para crear
un pequeño vacío que diera lugar miles de millones de galaxias. Esta
teoría de la inflación cósmica no solo podría explicar la expansión del
universo, sino que apuntaría a la posibilidad de crear un cosmos en el
laboratorio. “No podemos descartar que nuestro propio universo haya sido
creado por alguien de otro universo”.
Por otro lado, está la teoría de que vivimos una simulación de
realidad virtual, como sugiere el filósofo Nick Bostrom en un artículo
publicado en 2003. Su argumento se basa en dos premisas: la primera, que
la conciencia se puede simular por ordenador. La segunda, que
civilizaciones futuras podrían tener acceso a una cantidad ingente de
poder computacional. En tal caso, estas civilizaciones podrían programar
simulaciones de mundos enteros. Bostrom apunta que un simple ordenador
podría ejecutar millones de estas simulaciones. En tal caso, habría
muchos más universos simulados que reales, por lo que sería más probable
que vivamos en una simulación que en un mundo real.
Esto tampoco acaba de responder a la pregunta de por qué hay algo en
lugar de nada: pongamos que vivimos una simulación creada por un
estudiante de instituto para su trabajo de fin de curso; eso explicaría
nuestro universo (totalmente), pero no el universo del estudiante.
3. Dios lo hizo. Hoy en día, las explicaciones que
recurren a Dios se acogen con sospecha, pero eso no quiere decir que no
las haya. John Leslie y Robert Lawrence Kuhn citan en su libro The
Mystery of Existence (El misterio de la existencia) a filósofos
contemporáneos como Alvin Platinga y Richard Swinburne, por ejemplo.
Uno de los argumentos a los que se suele recurrir para que la idea de
Dios no resulte fácilmente descartable es el del “ajuste fino” (fine
tuning) del universo. Según esta idea, las leyes físicas están tan
afinadas que cambios muy pequeños harían imposible que surgiera la vida.
Esta teoría se encuentra con algunas objeciones:
- El universo que tiene 13.700 millones de años y su parte observable
tiene un diámetro de más de 90.000 millones de años luz. Entonces, ¿por
qué es importante lo que ha ocurrido (que se sepa) en un solo planeta?
¿No es posible que la vida no sea más que una excepción poco importante?
- El hecho de que algo tenga pocas probabilidades de suceder no
quiere decir que no se pueda explicar por leyes naturales. Es muy
difícil que me toque la lotería, pero el hecho de que me toque se puede
explicar recurriendo solo a las matemáticas.
- Además, del mismo modo que hay sorteos de lotería cada semana,
también podría haber más universos. Hay cosmólogos que proponen esta
posibilidad, basándose en la teoría de cuerdas o en la cosmología de los
agujeros negros, por ejemplo. En filosofía, hay que mencionar el
realismo modal de David Lewis, que sugiere que todos los mundos posibles
existen. Es decir, si hay muchos universos, no sería tan raro que en al
menos uno de ellos haya vida. A alguien le tiene que tocar.
4. Vivimos en el mejor de los mundos. Platón
escribió en La República que el Bien es la razón de la existencia de
todas las cosas conocidas. Para el filósofo John A. Leslie, esta
afirmación podría ser literal. En su opinión, que el cosmos exista
podría ser una necesidad ética, provocada por el hecho de que un
universo bueno es mejor que la nada o, al menos, que nuestro universo es
mejor que nada.
El hecho de que haya maldad en el mundo se explica porque “no todos
los bienes pueden estar presentes a la vez”. Por ejemplo, no podríamos
ser libres si solo pudiéramos actuar de forma correcta. Leslie también
explica que hay maldad en el universo comparándolo con un museo: aunque
el mejor cuadro del Louvre sea la Gioconda, el museo no sería mejor de
lo que es si solo incluyera réplicas de este cuadro.
Este filósofo canadiense nacido en 1940 no acaba de explicar cómo se
pasa de una necesidad ética a una realidad material, pero al menos no
llega al extremo de Leibniz, que asegura que vivimos en el mejor de los
mundos posibles. El mal es una ilusión, según el alemán: “Solo conocemos
una parte muy pequeña de la eternidad”. Del mismo modo, una parte
pequeña de un enorme cuadro apenas nos parecería una mancha.
5. Vivimos en el mundo más mediocre. Derek Parfit
publicó en 1998 un detalladísimo ensayo en la London Review of Books en
el que se preguntaba “¿Por qué hay algo? ¿Por qué esto?”.
Parfit explica que hay multitud de posibilidades cósmicas: podría
existir un solo universo, o ninguno, o infinitos. Si el cosmos es de una
forma determinada, quizás esta forma particular es la que puede
explicar el universo. Parfit llama Selector a este criterio.
En su opinión, la posibilidad más sencilla sería que no hubiera
ningún universo. Siguiendo a Leibniz, la nada no requiere explicaciones.
Pero es obvio que hay algo; en caso contrario, Parfit lo habría tenido
muy difícil para encontrar una revista que publicara su texto.
Quizás el Selector sea la plenitud: la segunda posibilidad que
requiere menos explicaciones es que existan todos los mundos posibles.
Hay que buscar razones muy concretas si solo existe un universo o si hay
exactamente 58, pero si existen todos los lógicamente posibles, tampoco
hay mucho que justificar.
Sin embargo, en su opinión, lo más probable es que nuestro universo
sea uno de los que se puede regir por leyes relativamente simples. Y si
el criterio es la simplicidad, justamente lo más sencillo es que ni
siquiera haya Selector, es decir, que no haya un criterio concreto.
En estas circunstancias y como recoge Holt en su libro, lo más
probable sería una posibilidad cósmica “sin ninguna característica en
especial. En otras palabras, deberíamos esperar que el mundo fuera
absolutamente mediocre”. El universo sería “una mezcla indiferente de
bien y de mal, de belleza y fealdad, de orden y caos…”. Es decir, un
universo que se parece mucho al nuestro.
6. El problema no tiene sentido. Ludwig Wittgenstein
escribía en el Tractatus Logico-Philosophicus que “lo místico no es
cómo es el mundo, sino que el mundo sea”, reconociendo que la pregunta
de por qué hay algo en lugar de nada resulta, al menos, intrigante. Pero
apenas unas líneas más abajo el filósofo concluye que “el enigma no
existe”. Para el Wittgenstein del Tractatus, esta cuestión no es más que
un pseudoproblema: hablar de por qué hay algo en lugar de nada no tiene
sentido, es algo que excede los límites de nuestro lenguaje.
No es el único que cree innecesario debatir la existencia de las
cosas. Henri Bergson consideraba que la idea de la nada absoluta era
absurda: “No tiene más significado que un círculo cuadrado”. Se trata de
“una pseudoidea, un espejismo conjurado por nuestra imaginación”.
El filósofo Adolf Grünbaum, nacido en 1923, también opina que estamos
ante un falso problema. En su opinión y tal y como recogen Leslie y
Kuhn en su libro, el universo ha de verse como un hecho natural. Ni
siquiera tiene sentido hablar de lo que pasó antes del Big Bang ya que
entonces no había tiempo. Es como preguntar qué hay al norte del Polo
Norte. El cosmos, simplemente, es. Como decía Bertrand Russell,
apostando por este hecho desnudo: “Diría que el universo simplemente
está ahí, y eso es todo”.
Es una respuesta razonable. Sobre todo porque, si no la aceptamos,
corremos el riesgo de no dejar de buscar. Como se explica en el blog de
filosofía Reason and Meaning, no nos convence la idea de que el universo
no tenga una causa o que sea su propia causa, pero cuando encontramos
una posible explicación, nos preguntamos por qué esa explicación es la
correcta y no otra, y si hay alguna explicación que, a su vez, la
explique.
Al final, Morgenbesser tenía razón. Nunca estamos contentos.
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