Carlos Miguélez Monroy, Periodista
La irrupción de mensajes relacionados con el trabajo impide vivir con
plenitud en espacios vitales que son tan fundamentales para la vida.
Francia estrenó 2017 con la aplicación del “derecho a desconectar” para
limitar la conexión a Internet por parte de los trabajadores tras varios
años de negociación entre la patronal de empresarios y los sindicatos.
Se ha convertido en práctica habitual recibir llamadas, correos
electrónicos y mensajes de Whatsapp de jefes y compañeros de trabajo a
cualquier hora. Las nuevas tecnologías contribuyen a la eficacia y a la
rapidez en la respuesta a cuestiones que antes llevaban horas y días.
Pero este aumento en eficacia ha ido acompañado de un incremento en el
número de tareas que se pueden resolver y, por tanto, en la carga de
trabajo.
La acumulación de minutos dedicados a responder fuera de horas de
trabajo no suele ir acompañada de una flexibilidad en los horarios
presenciales en la oficina. Esto, junto con secuelas en la salud, llevó a
los trabajadores en Francia a negociar con los empresarios para que,
cada día, tuvieran derecho a 11 horas de desconexión cada día laborable y
a no recibir correos, llamadas o mensajes los fines de semana. Pudo
jugar un papel importante el caso del expresidente de France Télécom,
Didier Lombard, procesado por acoso tras el suicidio de unos treinta
empleados hace unos años.
Una persona que tenga una jornada laboral de diez horas vuelve a su casa
a las cinco de la tarde. Como mínimo. Eso deja unas cuatro horas de
calidad para pasar con la familia, para hacer la compra, para el
deporte, para clases de idiomas o de lo que sea y a otras actividades.
La irrupción de mensajes impide vivir con plenitud en espacios
vitales que son tan fundamentales como el trabajo, aunque éste nos dé el
dinero para subsistir y llevar una vida digna. Muchos jefes animan a
sus empleados a tener habilitadas sus cuentas de correo en su en su
Smartphone “por si entra algún mensaje importante”. Lo que tiene mucha
importancia a veces no suele resolverse con una llamada o con una
gestión, lo que implica a conectarse a la computadora de casa o a hacer
malabares con el teléfono celular. Todo esto quita tiempo y atención a
la familia. O refuerza el phubbing, como se denomina a ignorar a una
persona por atender un dispositivo móvil. Se repiten cada vez más las
escenas de niños que demandan atención de unos padres poseídos por la
pantalla de su teléfono. Estos mismos padres no podrán rasgarse las
vestiduras cuando esos niños, dentro de unos años, deambulen como
zombies por sus casas con los audífonos puestos y sin comunicarse con
nadie.
La tecnología puede convertirse en un obstáculo más a la conciliación
familiar a la que algunas patronales de empresarios parecen oponerse
aunque, por otro lado, muchos se lleven las manos a la cabeza por las
bajas tasas de natalidad de algunos países. Muchas parejas pierden la
comunicación, se multiplica el estrés por la sensación de “no llegar
nunca” y el agotamiento impide entregarse más a los hijos, lo que
desemboca en sentimientos de culpa más adelante.Llevar el abuso de las
tecnologías del ámbito laboral al personal no sólo perjudica la vida
familiar y los tiempos para la expansión de las personas, sino también
con la propia salud. Se ha comprobado que la utilización de aplicaciones
en los minutos previos a dormir altera el sueño e incluso produce
insomnio. Mucha gente reconoce despertarse varias veces a la mitad de la
noche para ver si alguien les ha escrito algún mensaje. Incluso
“aprovechan” sus visitas al baño.
La creencia extendida de que hay que estar disponible para los demás
las 24 horas ha desembocado en la creación de herramientas como los
“manos libres”. Sin embargo, el repunte de accidentes automovilísticos
en Estados Unidos ha llevado a un cuestionamiento de su uso porque se
demuestra que son un elemento de distracción para llevar un vehículo que
puede acabar con la vida propia o la de los demás.
En años recientes han proliferado las clínicas de desintoxicación para
personas que han desarrollado una adicción a las tecnologías. No se
puede culpar al trabajo, pero el derecho a la desconexión contribuye a
la erradicación de un problema que nos aísla de los demás y pone en
peligro nuestra salud.
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