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miércoles, 2 de noviembre de 2016

Aquí y ahora, carpe diem

Carlos Miguélez Monroy, Periodista



Somos estúpidos al olvidar que las cosas son finitas. Es una de las más grandes limitaciones humanas que impiden que gocemos de cada momento.
Se me escapa la vida y me da miedo. Cuanto más se acerca el día, más añoranza siento por lo que aún no termina. Ahora sé que ese temido día llegará y que, como todos los demás capítulos de mi vida, éste también terminará. A pesar de que comenzará uno nuevo, éste no se repetirá; tan sólo permanecerá en mi memoria, que tiende a ser nostálgica y a echar de menos todo lo que se me escapó de las manos, y que sólo puedo rehacer con las cenizas de mis recuerdos.


Como agua se han ido estos cuatro años. A diferencia de los episodios anteriores de mi vida, considero que la experiencia aquí ha sido la más fructífera de todas, la que más me ha formado como hombre; la que me ha enseñado más. Me acompañaron por momentos la alegría, la tristeza, la soledad, el gozo y la euforia. Al final, se quedarán las vivas imágenes de mí recorriendo estos desconocidos caminos a los que entré sin temor y de los que salí fortalecido. De entre todos los enfrentamientos que tuve todo este tiempo, el más presente fue el que tuve conmigo mismo. Miré a los ojos a mi miedo, a mis demonios, a lo peor de mí. Saqué también lo mejor; mi parte creadora, mi lado valiente, positivo, aventurero y emprendedor. Hice amigos para siempre y vi caras que jamás olvidaré.

Somos estúpidos al olvidar que las cosas son finitas. Es una de las más grandes limitaciones humanas que impiden que gocemos de cada momento, sea agradable o lamentable, sea triste o memorable. Es un error caer en la falacia de posponer todo para mañana, por creer que seguiremos teniendo lo que hoy tenemos. Es una gran mentira. Cuando vemos el final del túnel nos doblamos, nos rendimos y admitimos por fin nuestra condición de seres mortales. Aceptamos que lo que vivimos hoy ya pasó y no volverá a pasar.
Aférrate a este momento como si fuera el único respiro que tienes. No lo dejes ir. Siéntelo. No vayas a dormir si hay algo que quieres aún hacer el día de hoy. No sabes qué calamidades o cambios te traerá el mundo mientras duermes. No hay mañana, no hay futuro. Sólo existe aquí y ahora. Disfruta el día. Al final, todo futuro se convierte en pasado. A medida que aceptes el inevitable fin de las cosas, podrás gozar más de la vida, sin tener que esperar el momento en que casi todo habrá terminado.


Era un niño cuando me subí a ese avión, que para siempre cambió mi rumbo. Nunca volveré a sentir esa ansiedad de dirigirme por aire a mi destino universitario. Jamás volveré a ser un estudiante de primer año, con aquella inocencia en cada uno de mis actos. No podía imaginar mi vida a los 22 años que ahora tengo, a tres meses de graduarme y de entrar al “mundo competitivo”. Aunque claro, no hay mundo ficticio, ni siquiera en nuestras mentes. Todo lo que habita en nuestras cabezas es una realidad.
Ahora sé que, cuando me vaya de esta universidad norteamericana, habrá muchas personas a las que no volveré a ver jamás. Debo de reconocer mi debilidad como persona y decir que esto me provoca una angustia y tristeza enormes. Siento un profundo dolor desde que hoy desperté. Quiero tener conmigo todos estos inolvidables momentos, todas estas grandiosas personas. Quiero aferrarme a todo eso y quedarme con ello. No puedo, y me frustro. Sólo podrán permanecer en mi corazón.


¿Por qué cometo siempre el mismo error? Mañana lo llamo, mañana la invito, mañana le digo. Ahora no hay mañana. Mañana me voy de este país y, por dejar todo para después, no hice muchas cosas que me hubiera gustado hacer. Y todo por pensar que las cosas siempre serían iguales. Nunca lo son.
Este texto que acabo de encontrar “por casualidad” lo escribí pocos meses antes de terminar la universidad. Esa noche me levantó de la cama una angustia que no me dejaba dormir. El texto mantiene su vigencia, en especial ahora que comienza en la Universidad Complutense de Madrid una nueva edición del Taller de Periodismo Solidario, que dirige el profesor al que envié esta carta en una noche de insomnio.

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