Juan José Tamayo, Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones. Universidad Carlos III de Madrid
Hoy los bárbaros somos nosotros. El Mediterráneo ha sido un mar abierto, sin fronteras, de intercambios comerciales, diálogo, hospitalidad y encuentro entre las dos orillas; un espacio intercultural, interreligioso, interétnico e intercivilizatorio. Es puente entre tres continentes: Europa, Asia y África. Pero ha sido también un mar de enfrentamientos bélicos, choques culturales, guerras de religiones, conflictos entre civilizaciones, generador de discriminaciones étnicas, políticas, sociales, de género. Se ha convertido en frontera infranqueable, foso de separación entre el Norte y el Sur, espacio de exclusión, xenofobia e islamofobia. Es fosa común de muertos “anónimos” del Sur, cementerio de inmigrantes y refugiados por mor de nuestra insolidaridad, de la insolidaridad de Europa, que cierra sus fronteras a cal y canto y pone diques al mar para evitar la entrada de los “bárbaros” en un continente “civilizado”. Y eso lo hace la Europa que sigue llamándose “cristiana”.
Hoy los bárbaros somos nosotros. Por este mar están pasando a lo largo de 2016 cientos de miles de inmigrantes y refugiados, que huyen del hambre y de la miseria; grupos humanos víctimas de las dictaduras, gobiernos militares, regímenes corruptos, que escapan de los terrorismos de todo tipo, siendo el más sanguinario el que dice matar en nombre de Dios. A día de hoy, 2 de noviembre –efemérides de los difuntos en la Iglesia católica- más de 3.800 personas, de las que un 40% son niñas y niños, no han conseguido llegar a la otra orilla por haber sido anegadas en las aguas del Mare Nostrum. Son población sobrante, producto de la “cultura del descarte”, como denuncia el Papa Francisco. A su vida no se le reconoce valor o, al menos, el mismo valor que a la nuestra. Sus muertes son lamentadas de forma cínica, pero no sinceramente sentidas, ni lloradas por una Europa de ojos secos, sin lágrimas, sólo con intereses contantes y sonantes. ¿Quién los recuerda el día de los difuntos?
Hoy los bárbaros somos nosotros. Una de las tragedias más dramáticas fue la que tuvo lugar el 18 de abril de 2013 al sur de la isla italiana de Lampedusa, que arrojó al mar a 800 inmigrantes. En la Antigua Grecia las tragedias de los grandes dramaturgos tenían lugar en la ficción y se representaban en los anfiteatros. Hoy, las tragedias son reales y su escenario es el Mediterráneo. Hammid Alizadeh las califica de “crímenes del capitalismo”. ¿Pueden evitarse? Claro que sí, con una política de fronteras abiertas, hospitalidad en Europa y de apoyo al desarrollo en los países de origen.
Hoy los bárbaros somos nosotros. En Europa no hay voluntad de evitar esas muertes. Por eso se ha invertido la vieja teoría barbarie-civilización, que consideraba bárbaros a los de fuera y civilizados a los europeos. Hoy, ¡nosotros somos los bárbaros! Por eso, el grito “¡que vienen los bárbaros!” pueden pronunciarlo los migrantes y refugiados referido a nosotros. Sólo reconociéndolo, podrá tornarse nuestra mentalidad eurocéntrica insensible al sufrimiento humano de los “otros” en mentalidad solidaria y compasiva, y nuestra conciencia acomodada en conciencia autocrítica y abierta a los “otros”. Me viene a la memoria la máxima solidaria de la antropología africana Ubuntu en positivo: “Yo sólo soy si tú también eres” y en negativo: “Yo no soy si tú tampoco eres”. Solo convirtiendo las aguas del Mediterráneo en aguas de vida para las personas y pueblos de las dos orillas, puede hablarse de vida para todos y todas. En caso contrario, las muertes en el Mediterráneo son también la muerte de Europa, nuestra propia muerte y nosotros seremos sus directos responsables.
¡Nosotros somos los bárbaros! Para liberarnos de nuestra propia barbarie tenemos que empezar a trabajar por la utopía de una sociedad intercultural, interreligiosa, interétnica, interreligiosa, que reconozca, respete y acoja la pluralidad de identidades culturales, religiosas, étnicas, sexuales y promueva el diálogo entre ellas
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