Miguel Ángel Mesa Bouzas
Hay muy pocos líderes que, a nivel mundial, sean un referente ético y muestren en su vida cotidiana una gran humanidad. Entre ellos podríamos nombrar a dos: al Papa Francisco y a José Mújica, expresidente de Uruguay.
Ambos se han dado cita en el Vaticano para celebrar el III Encuentro Mundial de Movimientos Populares. Algo impensable de poder realizar durante los anteriores pontificados. Pepe Mújica dijo que Francisco “honra a la humanidad y, por eso, hay que ayudarlo lo más posible; mientras estemos vivos estaremos respaldando sus luchas quijotescas”. Proviniendo de un hombre de la altura moral de Mújica, es un gran cumplido que haría enrojecer a cualquiera.
Porque, en la línea del movimiento altermundista por otro mundo posible, que inició los Foros Sociales Mundiales en Seattle en 1999, Francisco no ha tenido ningún reparo a ser blanco de las críticas de las altas instancias eclesiásticas o gubernamentales, por reunir por tercer año consecutivo a decenas de movimientos populares que “son sembradores de cambio, promotores de un proceso en el que confluyen millones de acciones grandes y pequeñas encadenadas creativamente, como en una poesía; por eso quise llamarlos “poetas sociales”… Enumeramos algunas tareas imprescindibles para marchar hacia una alternativa humana frente a la globalización de la indiferencia: 1. poner la economía al servicio de los pueblos; 2. construir la paz y la justicia; 3. defender la Madre Tierra… Tal vez no estemos de acuerdo en todo, seguramente pensamos distinto en muchas cosas, pero ciertamente coincidimos en estos puntos”. Estos movimientos se comprometen “a abrazar un proyecto de vida que rechace el consumismo y recupere la solidaridad, el amor entre nosotros y el respeto a la naturaleza como valores esenciales. Es la felicidad de «vivir bien» lo que ustedes reclaman, la «vida buena», y no ese ideal egoísta que engañosamente invierte las palabras y nos propone la «buena vida»”.
También es de los pocos líderes que se atreven a criticar el sistema económico neoliberal y capitalista, que tiene su centro en el dios dinero, y al que califica como el “terrorismo fundamental contra la humanidad”. Ninguna Conferencia Episcopal ha sido tan valiente para expresarse con esta claridad y contundencia. Únicamente algún obispo, como Pedro Casaldáliga, ha sido capaz de decirlo durante muchos años con su palabra y su testimonio de vida profética.
Francisco se ha puesto pues al lado de estos movimientos, para alentarles, porque “el futuro de la humanidad no está únicamente en las manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los pueblos, en su capacidad de organizarse y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”.
En su discurso de despedida les invitó a “que sigan enfrentando el miedo con una vida de servicio, solidaridad y humildad en favor de los pueblos y en especial de los que más sufren. Se van a equivocar muchas veces, todos nos equivocamos, pero si perseveramos en este camino, más temprano que tarde, vamos a ver los frutos. E insisto, contra el terror, el mejor antídoto es el amor. El amor todo lo cura…
Les agradezco nuevamente su trabajo y su presencia. Quiero pedirle a nuestro Padre Dios que los acompañe y los bendiga, que los colme de su amor y los defienda en el camino dándoles abundantemente esa fuerza que nos mantiene en pie y nos da coraje para romper la cadena del odio: esa fuerza es la esperanza”.
Quien tenga ojos para ver y oídos para escuchar, que vea y escuche.
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