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lunes, 12 de septiembre de 2016

Clericalismo avasallador en Fuenlabrada


 Pepe Mallo

Enviado a la página web de Redes Cristianas
INDIGNADO POR TANTAS DIGNIDADES
Reflexión sobre el clericalismo y su aplicación en Fuenlabrada (Madrid)

Siguen nuevos “Príncipes de la Iglesia”
No hace mucho, Religión Digital informó que, “coincidiendo con la clausura del Año de la Misericordia, Francisco prepara su tercer consistorio para finales de noviembre en el que crearía, al menos, trece nuevos cardenales electores.” O sea, trece nuevos “Príncipes de la Iglesia” como se les distingue a quienes reciben tal “dignidad”, el más alto “título honorífico” que puede conceder el Papa. Dudé si dignarme a escribir esta reflexión porque ignoro si soy digno; pero la verdad es que estoy indignado por la profusión de las que considero indignas dignidades en el estamento eclesiástico. Pero digno o indigno, disparo mi indignación.
Advertencia previa: no hablo de “ministerios”; hablo de “dignidades”, aunque en este caso, lamentablemente, coincidan ambas naturalezas. La Iglesia, en sus diversos grados de jerarquía (papas, cardenales, nuncios, arzobispos, obispos, abades, abadesas mitradas, presbíteros, diáconos, canónigos, prelados domésticos…), usa característicos tratamientos, privilegiados, privativos, exclusivos y excluyentes, en función del cargo ocupado en el piramidal estamento eclesiástico: Santidad, Eminencia, Excelencia, Ilustre, Monseñor, Reverendo… (con los respectivos relevantes “ísimos” superlativos), y con sus correspondientes heráldicos escudos de armas. (Y es que algunos son de “armas tomar”). A estos brillantes, selectos y honorables predicamentos los denominan pomposamente “dignidades”.
Contradicción palmaria de las enseñanzas de Jesús
¡¡Cómo no voy a indignarme comprobando que tales prerrogativas contradicen palmariamente a las enseñanzas de Jesús!! Ya los “primeros elegidos” alimentaban pretensiones de grandeza. Aquellos hombres querían saber quién era el más importante entre ellos. Todos conocemos los diversos episodios y las respectivas contestaciones de Jesús. Y es que la jerarquización, el dominio de unos sobre otros, origina y trae consigo las desigualdades. En la Iglesia se sigue incurriendo en las mismas corrupciones que Jesús pretendió evitar: ilustres títulos de honor, fastuosos ornamentos y acicaladas vestimentas, reverencias solemnes, primeros puestos… La Iglesia está indignantemente estructurada como un sistema de rangos que implican dominio, y por tanto, dependencia, sumisión, subordinación.
Los primeros seguidores de Jesús formaron comunidades fraternales en las cuales, según las necesidades y características de cada grupo, se fueron creando “ministerios laicos” (diakonia). No tardaron en convertirse en instituciones dominantes, restaurando unos símbolos sagrados y jerárquicos más propios del Antiguo Testamento que del Evangelio. Esos “dignatarios” se constituyeron en una “casta” superior adjudicándose la propiedad de lo sagrado y atribuyéndose la representación de lo divino. Los “ministros de la comunidad” (obispos, presbíteros, diáconos) se configuraron como signo privativo de autoridad, a diferencia de Jesús que daba preferencia a los pequeños, a los últimos. Esta jerarquización se llevó a cabo a costa de secuestrar esencias y vivencias significativas de las primeras comunidades, como la igualdad y la fraternidad, y de usurpar el “sacerdocio” universal y común de todos los bautizados. Y así, con el tiempo, quedó constituida la Iglesia como un “cuerpo jurídico jerárquico”. ¡Qué indignante discordancia con la sencilla y austera definición de Iglesia como “Pueblo” donde todos sus miembros poseen la “dignidad de hijos de Dios”!
El clericalismo ha vaciado la dignidad cristiana: igualdad, libertad, fraternidad
La RAE define el término “dignidad” como “Cualidad de digno”. Y el adjetivo “digno” hace referencia a lo “correspondiente o proporcionado al mérito de alguien o algo”, y también puede indicar que alguien es “merecedor” de algo. Ante estas definiciones, me pregunto: ¿Quién ha estimado y juzgado, y por qué probidades o méritos, a estos personajes dignos de tal dignidad? Ciertamente, la endogamia clerical. Sin “diakonía” la Iglesia no es Iglesia, por muchos bicornios mitrados, ostentosos báculos, brillantes anillos, pomposas capas magnas, aparatosas liturgias… que se ostenten como signo feudal de autoridad y dominio. ¿Se podrán desglosar en el individuo las dos categorías, ministerio-jerarquía? ¿Dónde acaba la persona y empieza el personaje? ¿Dónde acaba el ministro de la comunidad y empieza el ministro del poder y la autoridad? El ansia de privilegios, poder y dominio excede con creces al deseo de servicio ministerial.
¡¡Cómo no voy a indignarme comprobando que esta aristocracia clerical jerárquica se ha apropiado de un concepto universal!!
La dignidad es el derecho que posee “todo ser humano”, hombre o mujer, de ser respetado y valorado como ente individual y social, con sus características y condiciones particulares, por el solo hecho de ser persona. Por eso, lo que resulta más indignante es que, con su enfoque, la Iglesia ha creado un muro de separación entre jerarquía y laicos. Estas distinciones y títulos honoríficos encierran una idea avasalladora y de segregación respecto al resto de bautizados. Hay grupos en la Iglesia que se han visto privados de su dignidad.
Así los laicos pues son considerados indignos para ciertos “servicios” a la comunidad. Las mujeres, homosexuales y transexuales rechazados, marginados y vituperados. Quienes han intentado rehacer su vida de amor tras un fracaso matrimonial. Los sacerdotes casados que han sido degradados, relegados, desacreditados y estigmatizados. Ciertos curas de parroquia que animan una iglesia servidora, comunitaria y acogedora y son removidos con prepotencia avasalladora por la Excelentísima Dignidad episcopal diocesana por el mero hecho de no vestir el clonado “hábito celibatario”, porque sus liturgias son celebraciones de una comida fraternal y participativa de la presencia eucarística de Cristo en la comunidad, porque vive la entrega social a los necesitados, porque en su parroquia el sacerdote no es el déspota señor feudal sino el animador pastoral, acogiendo las decisiones de su Consejo Parroquial, elegido democráticamente… La dignidad es un derecho inexpropiable. No se trata solo de vivir una vida digna, sino de poder vivirla con dignidad.
Caso claro de clericalismo avasallador: el cese de un párroco en Fuenlabrada (Madrid)
En la última mención de los “indignos” hago referencia al reciente “baculazo” propinado por monseñor López de Andújar, dignatario episcopal de Getafe, al párroco de la Sagrada Familia de Fuenlabrada, expulsado de la parroquia por el obispo haciendo uso de la prepotencia, arbitrariedad y obstinación que le caracterizan. No ha buscado el obispo el bien de la comunidad sino sus propios intereses, al despreciar los 120 folios con 3.600 firmas de feligreses que le presentó el Consejo Pastoral, más otras más de 2.000 de apoyo en otros foros. Los feligreses no son un “rebaño de ovejas”. Ser llamado para un servicio en la Iglesia no es un privilegio nobiliario ni un honor, sino una misión, una tarea de Jesús, una diakonía. El feudalismo, el avasallamiento señorial y el autoritarismo inflexible están excluidos de todo servicio en la comunidad cristiana.
¿Seré yo el único indignado por estas indignas dignidades?

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