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domingo, 17 de abril de 2016

Los obispos tienen mucha culpa de la relajación litúrgica de los fieles en la celebración de la Vigilia de Pascua Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Viene a cuento el explosivo titular a la vista de lo que está sucediendo en la celebración de la Pascua. En mi parroquia, de los más o menos 8.000 feligreses, han acudido a celebrar la Vigilia Pascual exactamente 18, de los que 8 ejercían alguna tarea litúrgica. Así que hemos juntado a los pocos que éramos, y hemos concelebrado todos en torno a la mesa. Después han sido unánimes en expresar su alegría por la cercanía, autenticidad de la celebración, y por la hondura que una pequeña comunidad de esas dimensiones han hecho posible. Y nos hemos preguntado, ¿por qué acude tan poca gente a la celebración centro, fuente y culmen del año litúrgico? La respuesta más sencilla y aparentemente lógica es la hora, a las 11 de la noche.

¿Seguro? En una ciudad bien iluminada, en un barrio en el que las ventanas están encendidas casi todas las noches hasta más de la una de la madrugada, y con una noche primaveral y olorosa, sin viento, ni amenaza de lluvia ni pizca de frío, el argumento de lo tardío de la hora no me convence. Mi opinión es que, simplemente, a nuestros católicos no les agrada, ni les emociona, ni les dice nada, celebrar la Vigilia Pascual
Se trata de una constatación triste, penosa, y que causa mucho desánimo entre los que nos dedicamos a dinamizar, coordinar y presidir las reuniones litúrgicas. Y las causas son varias, pero, la principal, el cansancio, tedio, aburrimiento y poca gracia y creatividad, espontaneidad, comunicación, y pasión, que, por lo general, faltan de manera flagrante en las celebraciones litúrgicas de nuestra Iglesia. Los maestros de Liturgia se contentan, generalmente, con el libro de normas y rúbricas, como si de su estricto cumplimiento se derivara, automáticamente, la dignidad y la añorada belleza de las funciones litúrgicas. Y no es así, lo que se produce con ese agarrotamiento no es otra cosa que una falsa frialdad hierática, que no tiene por qué representar la fuerza, la savia, el calor y hasta la pasión de una celebración comunitaria. Una de las razones más reconocidas de la increíble persistencia histórica del judaísmo es que el centro de su culto no se realiza en la hermosa, pero muchas veces gélida, armonía de un templo impecable, sino en calor acogedor del hogar. Ha sido fundamental para la supervivencia digna y creativa de los judíos que cada año celebren la Pascua en las entrañas de sus casas.
Hubo voces después del Concilio Vaticano II, que todavía perduran, de que se multiplicaban los abusos litúrgicos en muchas, y atrevidas, interpretaciones falsas, y falseadoras, de la reforma litúrgica conciliar. Y, ¿saben quiénes proferían esas voces? Pues los que más llevan abusando de la liturgia cristiana desde siglos: los monseñores, doctores y doctorcillos vaticanos de Liturgia, o de las diócesis más copetudas, serias y solemnes, -más lo primero que lo segundo-, satisfechos con la parafernalia de sus celebraciones, como las que nos llegan de los pontificales del Vaticano, o la Almudena, o del Pilar de Zaragoza, o de la catedral de San Patricio de Nueva York. ¿Abuso litúrgico, esas celebraciones?, se preguntará alguno. Pues sí, lo he escrito y lo reitero: comparen esos espectáculos, televisivamente muy conseguidos, con la celebración de la Cena del Señor, o las de los primeros cristianos, y me digan quién es el que abusa. Y, ¿qué tiene que ver la colección de ornamentos, mitras, tiaras, báculos, inciensos, venias, saludos, y ritos cortesanos, con la bella sobriedad de las asambleas litúrgicas de la Iglesia primitiva?
Ahora volveré al tema candente y, yo diría, sangrante, de la Vigilia Pascual. He preguntado, en la misa de 9,30 hs. del domingo siguiente a la Pascua, cuántos habían celebrado la Vigilia Pascual, y a qué horas, y de unos 35 sólo lo habían hecho tres mujeres, ¡qué casualidad!, una a las 22,00., y otras dos a la 2o,00 hs. Además me he enterado de que en Madrid se han celebrado Vigilias desde las 18,00 hs., seis de la tarde, todo ello con la ¿sana? intención de incomodar lo menos posible a los fieles con una hora intempestiva. Y así nos va. La Vigilia Pascual no se celebra todas las semanas, ni todos los meses, ni siquiera todos los trimestres, ni siquiera semestres. Se trata de una celebración anual, que podría, por su reiteración, complicar, interferir, o hasta dañar, el sano hábito de no cambiar ni un milímetro, ni un segundo, la dulce secuencia de los sueños plácidos, placenteros y tranquilizadores. No vayamos, pues, a exponer a nuestros fieles, más bien desgastados y decrépitos, a una ruina total.
Es decir, si no se puede celebrar la Vigilia de Pascua, no la celebremos, pero no convirtamos la Vigilia, ese momento único, mágico y arrebatador, en un rito más, que no vamos de dejar de celebrar, ¡faltaría más!, por los escrúpulos de unos puristas de la Liturgia. Pero, ¡de verdad!, no se trata de esto, sino de no engañar ni defraudar a los fieles en un momento litúrgico único, irrepetible, y que demanda, más que ninguna otra celebración, la total sintonía con el entorno físico de la Noche, y, -a ser posible, que lo es, normalmente-, que englobe, como supone el glorioso cántico del pregón pascual, por lo menos ¡parte de la noche de Pascua!. Yo no digo que los obispos impongan horarios litúrgicos, pero sí que marquen líneas. Y que dejen claro que no se trata de Vigilias de Pascua aquellas que de eso, de Vigilia, y de Pascua, tienen más bien poco. ¿No podrían emplear una de sus cartas pastorales, en los días previos a la Semana Santa, en animar, alentar y hasta provocar a los fieles a la celebración de la Vigilia Pascual, al mismo tiempo que en disuadir a los párrocos del empleo de horarios inadecuados, que solo consiguen maltratar, y rebajar hasta niveles ínfimos, lo que debería ser una vigilia honda, nocturna, tensa, pero festiva?

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