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miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Qué podemos hacer? Gabriel Mª Otalora

Demasiadas veces percibimos que muchas cosas malas no las podemos cambiar; y es verdad. A nuestro nivel, tenemos muy poco que aportar ante situaciones tremendas que se sufren y se mantienen a muchos kilómetros de donde estamos… o cada vez más cerca, como el millón de refugiados en la puerta de Europa: poderes fácticos, violencia a gran escala, injusticias enormes e imposibles de erradicar con nuestras manos… Sentimos impotencia. Esta impotencia suele dar lugar al desánimo que a su vez, puede deslizarse hacia la añoranza del pasado, idealizándolo, mientras dejamos sin vivir el presente; o puede derivar en cinismo y/o en indiferencia.

La frustración de no poder arreglar casi nada nos conduce a lo fácil: “si nos ponemos a pensar en todas las desgracias del mundo empezamos a llorar y no paramos”. Y pasamos a otra cosa. Emmanuel Mounier decía que no basta con estar contra la injusticia sino que es preciso hacer algo contra la injusticia. ¿Qué podemos hacer? Para que la respuesta no sea nada, tenemos que elegir una hoja de ruta cercana, sencilla y realista:
Solucionar algo es accesible para cualquiera de nosotros. Tenemos mucho por hacer siempre que no pidamos resultados a corto plazo, apuntemos a problemáticas inalcanzables o busquemos agradecimientos para calmar la vanidad o la inmadurez.
Cerca nuestro. No hay que ir lejos para toparnos con personas en situaciones difíciles o amargas. Baste agudizar la sensibilidad humana que todos llevamos dentro -más o menos embarrada- para impedir que la indiferencia salga vencedora. A nuestro lado, existen personas que nos necesitan.
Muchos pocos pueden hacer muchísimo. Ante una situación ominosa de alguien que nos es cercano, no es fácil que seamos solución del problema. Alrededor neceistan de nuestra sonrisa, de nuestra escucha y nuestro tiempo. Intentando comprender, perdonando… se puede aliviar bastante dolor. Hay situaciones que tienen un curso inexorable pero depende de nosotros el que el trago sea menos amargo. La fuerza invisible de lo pequeño es muy grande.
¿Somos parte de las soluciones o de los problemas? No está de más reflexionar si, a la vez que disertamos sobre las grandes injusticias del mundo con el fatalismo de quien no atisba soluciones, mirásemos también si somos parte directa del problema como causantes del dolor a otros.
Nuestra actividad, en nuestro círculo de influencia. Estamos donde la vida nos ha puesto y ahí es donde podemos mejorar el mundo. Y no es una exageración: sí, mejorar o empeorar el mundo de una sola persona es algo trascendental, en una dirección o en otra.
Lo importante es la actitud, no la cantidad de cosas que se hagan. Las más de las veces, los gestos humanizadores no son noticia en los periódicos pero supone una experiencia transformadora para los que sienten una mano tendida cercana, que ayudan a hacer visible el Reino.
Esperanza más allá de los acontecimientos puntuales. Hoy no es siempre, y la ayuda “estéril” de hoy puede ser válida mañana. Sentirte escuchado o ayudado sin ningún interés a cambio, es gratuidad que humaniza y predispone a quien lo experimenta para predisponer a realizarlo después con otros; y viceversa.
Rezar tiene fuerza. El creyente tiene la posibilidad de compartir con su Padre el dolor del otro. La eficacia de la oración sólo se puede entender desde la fe… Y desde el fruto de sus obras.
¿Y qué no debemos hacer? Minimizar nuestras posibilidades de mejorar la vida de otras personas. Pero debemos querer. La psicología afirma que cuando no orientamos nuestro interior hacia la solidaridad y la generosidad torpedeamos nuestro equilibrio vital y nuestra capacidad de sentirnos alegres. Pura ciencia, puro evangelio.

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