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viernes, 11 de diciembre de 2015

“Misericordia quiero y no sacrificios” José M. Castillo, teólogo


Castillo2Teología sin censura
El evangelio de Mateo menciona dos veces el texto del profeta Oseas (6, 6) que he puesto como título de esta reflexión. Lo recuerda cuando relata que Jesús comía con publicanos y pecadores (Mt 9, 13). Y lo repite al explicar por qué los discípulos, cuando tenían hambre, quebrantaban las normas religiosas sobre el descanso del sábado (Mt 12, 7). Si el evangelista Mateo repite dos veces la misma sentencia sobre el tema de la misericordia, sin duda alguna eso se debe a que el evangelista pensaba que aquí se dice algo muy importante. ¿En qué consiste esta importancia?


Como es lógico, Jesús afirma aquí que Dios quiere que los seres humanos tengamos entrañas de bondad y misericordia con los demás, aunque sean gente mala e incluso cuando la práctica de la bondad lleve consigo la violación de una ley religiosa. Esto – aunque resulte escandaloso para los más puritanos – es lo que dice el Evangelio. Pero no se trata sólo de esto. Lo que dice Jesús es mucho más fuerte. Porque establece una “antítesis” entre la “misericordia” y el “sacrificio” (Ulrich Luz). O sea, lo que Jesús viene a decir es que, si hay que elegir entre la “ética” y el “culto” (entre la “justicia” y la “religión”), lo primero es la ética, la honradez, la defensa de la justicia y los derechos de las personas. Si esto no se antepone a todo lo demás, Dios no quiere que tranquilicemos nuestras conciencias con misas, rezos, devociones y cosas por el estilo.
Es decisivo recordar esto ahora precisamente. Cuando celebramos el año de la misericordia. Y cuando vemos que la corrupción, la desvergüenza, las desigualdades y el atropello de los más indefensos clama al cielo. Yo no se por qué, pero el hecho es que, con demasiada frecuencia, la gente que acumula más dinero, más poder y más privilegios, es al mismo tiempo la gente que tiene las mejores relaciones con la Iglesia, la que defiende con uña y dientes los privilegios de la religión y las mejores relaciones posibles con el clero.
Termino recordando que, como está bien demostrado, los rituales religiosos (observados y cumplidos al detalle) suelen producir dos efectos: 1) tranquilizan la conciencia del observante que los cumple; 2) en la mayoría de los casos se convierten en costumbre, pero no modifican la conducta, sobre todo cuando se ve que esa conducta está mal vista por la religión. Por lo que cuentan los evangelios, Jesús andaba “con malas compañías” y no era un modelo de “observancia religiosa”. Y así, en Jesús se nos reveló Dios. Si esto nos resulta extraño y hasta nos escandaliza, seguramente es que nos parecemos más a los fariseos que a los verdadero seguidores de Jesús. Si no pensamos esto en serio, poca misericordia vamos a practicar. 

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