El pontificado del papa Francisco todavía es corto. Y por tanto aún no ha tenido tiempo para decirle a la Iglesia y al mundo todo lo que este hombre singular tiene que enseñarnos a todos. Pero, tan cierto como eso, es que, en el breve tiempo que lleva al frente de la Iglesia, ya ha dicho lo más importante que tenía que decir.
Hago caer en la cuenta de que este papa no ha tomado decisiones importantes en dos ámbitos fundamentales de un buen gobierno eclesiástico: la reforma de la Curia Vaticana y la reforma de la Liturgia. Por supuesto, sabemos que ha habido algunos cambios. Pero cambios sin especial importancia a largo plazo. Y por cuanto se refiere a la doctrina, es cierto que Francisco ha demostrado de sobra que es un hombre con una notable sensibilidad social y también con una patente preocupación por los grandes problemas que afectan a la humanidad. Pero también es cierto que, en este orden de cosas, todos sabemos que el papa Bergoglio es un jesuita que, en sus años de formación y estudio, da la impresión de que recibió una enseñanza más bien tradicional a la que se mantiene fiel. ¿Hará este papa cambios decisivos en la teología y en la gestión del gobierno de la Iglesia? Nadie lo sabe. Ni eso se puede predecir de antemano.
Por supuesto, yo sé que a lo que acabo de decir se le pueden (y seguramente se le deben) poner no pocas matizaciones. Las acepto de antemano y con gusto. Pero hay una cosa incuestionable, que es a lo que yo quería venir. Y por lo que publico esta reflexión.
¿Qué es lo que ya nos ha enseñado el papa Francisco, que va a quedar como legado fundamental para la Iglesia y para el mundo? Sencillamente esto: lo primero y lo más determinante no es lo que sabemos, no es lo que decimos en nuestras enseñanzas, no es tampoco lo que decidimos o imponemos en relación a los demás. Lo primero y lo más determinante es nuestra propia forma de vivir, nuestra sensibilidad y nuestra humanidad ante la felicidad o el sufrimiento de quienes están a nuestro alcance.
Se sabe que, en el ranking de personas más influyentes ahora mismo en el mundo, según el criterio del actual gobierno de China, el papa Francisco está entre los cuatro primeros. ¿Por qué? ¿Por su religiosidad? ¿por su ortodoxia doctrinal? ¿por su poderío económico? Ciertamente, por nada de eso. Entonces, ¿de dónde le viene al papa tanta importancia y tanta influencia mundial? De una sola cosa. Su poder simbólico. Francisco es un símbolo mundial. ¿Por su saber? ¿Por su poder? ¿Por su riqueza? Insisto: por nada de eso. Sólo en una cosa está su fuerza: es el símbolo más claro de la presencia y de la actualidad del Evangelio en el mundo. Con tal que entendamos y vivamos el Evangelio, no como una religión más (entre tantas otras), sino como un “proyecto de vida”.
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