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jueves, 21 de mayo de 2015

Cambio de moral, sí. ¿Y por qué no de Teología y de presentación del Dogma? Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

Viene este título a cuento por una magnífica entrevista que he leído en Religión Digital, (RD). El entrevistado es Jesús López Sotillo, cura y teólogo de Madrid, y el entrevistador el director de RD, José Manuel Vidal. Es una entrevista clara, valiente, con la indiscutible intención de llegar hasta al fondo de la realidad eclesial madrileña, en primer lugar, y española y universal, después, pues todas ellas están íntimamente interrelacionadas. Más abajo comentaré con cierto detalle algunas de sus afirmaciones, o titulares, posibles, como las llaman los periodistas, pero ahora os propongo dos como aperitivo. “Los grandes defraudadores de nuestra crisis no son ateos, sino católicos apostólicos”. O, “cómo ser cura en Madrid, una ciudad gobernada por políticos que roban mientras desprecian a los pobres” (y se dicen cristianos). Aconsejo que leáis la entrevista, publicada en RD de hoy, día 19 de Mayo. A mí me han llamado la atención muchas afirmaciones, pero de lo más desconcertante ha sido una pregunta, que vierte una sospecha. Y es por la que comienzo:

“Está por ver que el papa y nuestro obispo quieran hacer una renovación ideológica, por encima de cambiar sencillamente la moral”. Como digo, no es una afirmación, sino una sospecha y una inquietud. Lo de cambiar la moral, como podrán comprobar los que lean la entrevista, se refiera a la insistencia de tener en cuenta, en el comportamiento cristiano, y en las programaciones y proyectos, a los pobres. Y de que esta impronta esté presente no solo en los pronunciamientos y escritos, como la última instrucción de la “Conferencia Episcopal Española”, (CEE), sobre el protagonismo y centralidad de la doctrina social de la Iglesia, sino también, y sobre todos, si es posible, en los hechos, en las decisiones, en el quehacer de la Iglesia. Pero según nuestro teólogo, doctor en Teología Pastoral por el poco sospechoso Instituto de Teología de Pastoral, de la Pontificia Universidad de Salamanca en Madrid, ese cambio de rumbo de Francisco, y de nuestro obispo Carlos Osoro, con ser muy importante, no es suficiente. Es preciso sentar las bases teológicas para que se note que los comportamientos sociales de la Iglesia, como los de la Iglesia primitiva, son fruto no solo de una buena intención y responsabilidad social, como los de una buena y eficaz ONG, sino consecuencia del discurso sobre Dios, Jesús, la Iglesia, y su entroncamiento en el mundo y su cultura, la conciencia y la libertad. En este orden de cosas, según Sotillo, sería importante, y esperanzador, que Francisco levantase la censura, severa y hasta cruel, impuesta en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, a tantos y tan buenos teólogos, también españoles, y expresa un deseo: “Sería una desgracia que se muriera H. Kung sin que se le haya rehabilitado como teólogo católico
“En la Universidad San Dámaso de Madrid sólo puede haber profesores de línea teológica conservadora”, y siguiendo la estela del Seminario, llega hasta la formación de los curas, objetivo al que aquél está destinado: “Estos curas jóvenes necesitarían un reciclaje: el nuevo obispo tendría que querer que la Teología la expliquen teólogos renovadores”. Las dos afirmaciones son verdaderas. La primera la hemos comprobado todos estos años, (en mi última época estoy trabajando en esta diócesis desde el año 1991), y la segunda es un buen deseo que está por ver si se va, o no, a cumplir. Pero si queremos que el clero, es decir, los que mayoritariamente van a dirigir la renovación eclesial del resto del Pueblo de Dios, se renueve en sus conocimientos bíblico-teológicos-históricos (de la Iglesia), es fundamental que se realice este cambio en la Facultad teológica de San Dámaso. Tal vez esa renovación fomente y provoque un cambio en los contenidos y tono de los medios de la Iglesia, que, por ahora, y todavía siguen casi igual, y son vergonzantes. Y así lo expresa el protagonista de la entrevista: “Hasta la llegada de Bergoglio, ha sido vergonzoso: los medios de la Iglesia española despreciaban a los pobres”. Y, en mi opinión, y bien después de la llegada de Francisco, siguen igual, despreciando a los pobres, y ridiculizando a todo pensador o político que demuestre una sensibilidad social de justicia distributiva. O que sea lo que ellos llaman, despectivamente, “los progres”, sin jamás definirlos.
“No podemos seguir con el convencimiento de que tenemos la verdad absoluta en medio de una sociedad moderna”./ “Lo que haría moderna a la Iglesia es el sano agnosticismo que está en la Biblia, está en Job”./ “Hay que entender que nuestro discurso religioso es provisional”. Estas tres afirmaciones las pongo juntas porque están íntimamente ligadas. Al hablar de Dios, al hacer un discurso de lo que nosotros mismos calificamos de santo, de absoluto, no podemos sino aceptar que nuestras palabras siempre serán insuficientes, se quedarán pequeñas, y nunca alcanzarán por completo todo lo que queremos decir, que siempre será parte de lo poco que nosotros conocemos. Este agnosticismo aceptado no es un relativismo total, no quiere decir que da igual una cosa que otra, que no caemos en la equivocidad en nuestra disquisición sobre Dios y sobre toda la Revelación, sino que aceptamos humildemente, como Job, al que Dios dice en su libro, más o menos: “Si necesitas que te explique el misterio del dolor, algo que está en tu mundo, ¿Cómo quieres entenderme a mí, que te sobrepaso en todo?” Interrogado por Vidal si esta posición podría denominarse de “relativismo”, palabra maldita pa los últimos papas, sobre todo Benedicto, se mantiene en su denominación de “agnosticismo”, como más neutra. Yo hablaría de sano relativismo, porque aprendí en mi época de estudio teológico, de boca de nuestro gran profesor P. Miguel Pérez del Valle, ss.cc., que sin un sano, humilde, pero lúcido relativismo, se cierran las puertas que nos permiten avanzar en la investigación, sea en disciplina de ciencias o de letras, o de Filosofía, o de Biblia o de Teología
El documento “La Iglesia, servidora de los pobres”, tiene partes muy buenas pero le han metido la mano también los conservadores. Se refiere, en concreto, a la influencia de Rouco Varela, que consiguió introducir, en el documento de Juan José Omella Omella, obispo de Calahorra-La Calzada-Logroño, la idea de Juan Pablo II, mantenida por Rouco, de que una de las causas de la crisis era el ateísmo y la crisis de fe. Tesis que se cae por su peso cuando, como dice el mismo entrevistado, “La corrupción la estamos viendo por parte de la misma gente que vemos en las procesiones”; o, “Es curioso que en las zonas más ricas de Madrid sea donde haya más fervor católico”, (rigurosamente cierto, pero no confundir “fervor católico” con “experiencia cristiana”: ambas realidades están, desgraciadamente, en España, en las antípodas); o este último párrafo, tan verdadero como terrible, para acabar:
“En Madrid ha sido terrible: la Conferencia Episcopal ha tenido muy pocos pronunciamientos en contra de la corrupción. ¡Y eso que es una corrupción de los católicos! Desde toda la parranda de Camps en Valencia a Esperanza Aguirre, que también va de católica queriendo esconder a los pobres de Madrid. ¡Los que cobran sobres son católicos, apostólicos y romanos! Entonces, los obispos deberían decirles que, si llevan el nombre de católicos, no roben ni desprecien a los pobres, porque están haciendo lo contrario a lo que hizo Jesús”.

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