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viernes, 27 de marzo de 2015

Pascua de misericordia Gabriel Mª Otalora


El papa lleva dos años y parecen cinco, a tenor de su ejemplo lleno de mensajes para que recuperemos la esencia evangélica. No ha temblado en la denuncia profética llena de misericordia, fiel al lema de su pontificado (“Lo miró con misericordia y lo eligió”).
Pero está tan convencido de que este atributo de Dios es especialmente necesario practicarlo para crecer como cristianos, que ha elegido estos meses para instaurar el Año Santo de la Misericordia, coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II (1962-1965).


En la Biblia, las entrañas maternas son el ejemplo de la misericordia, presentando a Dios con sentimientos maternos y entrañas de amor, misericordia y ternura. Jesús es comparado con una madre que reúne a sus polluelos bajo sus alas y está más cerca a la forma de actuar de una madre que de un padre, según los arquetipos patriarcales de la época: corre hacia el hijo, le abraza, le besa efusivamente… E igualmente, en las cartas de los apóstoles abundan las referencias metáforas femeninas y maternas de Cristo. Pero dicho esto, tampoco debemos caer en un antropomorfismo superficial: nuestro Dios ni es un adusto padre ni tampoco un Dios femenino, es decir, una diosa, sino un Dios materno, de actitudes entrañables, que solo significa que todos los atributos humanos que solemos atribuir al padre y/o a la madre, ya los tiene Dios hasta el infinito. No hay que paganizar el culto reduciendo a Dios a categorías sexuales sino sentirnos acogidos por un Dios-amor-total.
¿Por qué, entonces, esa cultura tan arraigada de ver a Dios Padre como alguien lejano y permanentemente insatisfecho con sus criaturas?
El papa Francisco no se cansa de recordar que nuestro Dios es pura misericordia, que su mensaje es la misericordia, “hija predilecta del amor y hermana de la sabiduría; que nace y vive en el perdón y la ternura” como se refleja admirablemente en el salmo 102. Sin embargo, esta característica no ha sido el asunto principal entre las diferentes jerarquías cristianas, ni tampoco entre sus feligresías.
Misericordia viene de misesere: compadecerse por un infeliz (miser, desdichado, miserable); y de cor: tener corazón con los aplastados por la vida. Y significa abrirse a su necesidad desde las mismas entrañas. De ahí surge el fundamento del perdón como parte esencial de la obra redentora del Padre que no deja margen para la división entre justicia y amor. No existe amor a Dios sin amor al prójimo aunque la medida con el prójimo la hemos colocado a un nivel bastante inferior.
En este sentido, el problema fundamental de la Iglesia toda es determinar cuál es su actitud en el mundo, pero no en teoría sino en la práctica. Para Jon Sobrino, el ejercicio de la misericordia es lo que pone a la Iglesia fuera de sí misma, allí donde acaece el sufrimiento humano. La razón es que, en este mundo, se aplauden las “obras de misericordia”, pero no se tolera a una Iglesia configurada por el “Principio-Misericordia” que le lleve a denunciar a los salteadores que producen víctimas, a desenmascarar la mentira con que cubren la opresión quienes son sepulcros blanqueados y a animar a las víctimas a liberarse de los victimarios. En otras palabras, Jon Sobrino afirma que los salteadores del mundo anti-misericordioso toleran que se curen heridas, pero no que se sane de verdad al herido ni que se luche para que éste no vuelva a caer en sus manos.

Cuando eso ocurre, la Iglesia es amenazada, atacada y perseguida, lo que muestra que se ha dejado regir por el “Principio-Misericordia” y no se ha reducido simplemente a sumar “obras de misericordia”. La ausencia de tales amenazas, ataques y persecuciones significa, a su vez, que la Iglesia tiene una asignatura pendiente aunque haya podido realizar “obras de misericordia”. Si se toma en serio la misericordia como lo primero y lo último, entonces se torna conflictiva. A nadie lo meten en la cárcel ni lo persiguen simplemente por realizar “obras de misericordia”, y tampoco lo habrían hecho con Jesús si su misericordia no hubiera sido, además, lo primero y lo último. Pero, cuando sí lo es, entonces subvierte los valores últimos de la sociedad, y ésta reacciona en su contra.
Cercanos a la Semana Santa y la Pascua de Resurrección, bien nos vendría a todos reflexionar un poco más sobre esta actitud que ha sido considerada demasiadas veces como la hermana débil del mensaje cristiano, cuando es el epicentro de la Buena Nueva.

Gracias Francisco, por recuperar la teología de la misericordia.
(*) Autor del libro Compasión y misericordia. San Pablo, 2014)

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