Este es el comentario al enérgico y decidido artículo de José María Castillo, Otro restauracionismo preconciliar. En él el teólogo-ensayista anunciaba la campaña contra el estilo, los modos, los gestos, y las acciones de Francisco, orquestada, según su opinión, y por las informaciones de que dispone, por grandes jerarcas de la Iglesia. De hecho, los cuatros cardenales Müller, Caffarra, De Paolis, Brandmüller y Burke son de lo más granado y alto en el escalafón vaticano. Sobre todo, Muller, que es el prefecto de la romana Congregación para la defensa de la Fe, antiguo Santo Oficio, antigua Inquisición. Para que mis lectores puedan entender el alcance y la gravedad de la situación, explicaré brevemente los puntos principales,
Estos purpurados apelan a la Tradición. Pero como a muchos les sucede, podrían ser generosos y amables e informarnos en qué año comienza la Tradición que ellos invocan, Porque no es lo mismo tener como referencia el Siglo XVI, que el siglo primero. Los primeros cristianos aceptaban, sin más, el significado latino de “traditio”, que es lo más parecido que puede haber al concepto de “relevo” en las carreras por equipos. La seña que recibo, es la que entrego después. Ese fue el sentido que Pablo dio en su carta a la fidelidad y lealtad que él tuvo con sus fieles al transmitirles, en la celebración de la Eucaristía, lo que, a su vez, él había recibido. (“porque lo mismo que yo recibí, y que venía del Señor, os lo transmití a vosotros, que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó un pan, …”).De tal manera que la “traditio” quedó como una de las etapas del camino catecumenal hacia el bautismo.
Pero la tradición de estos cardenales es muy reciente: a lo sumo va hasta el Concilio de Trento, en el siglo XVI, y abarca, sobre todo, los usos y costumbres de la Curia Vaticana, a veces nimios, ridículos e infantiles. Y, sobre todo, mantienen, proclaman, enseñan y defienden la ¿tradición?, la costumbre que ha hecho que ellos ocupen esos sitiales privilegiados, que los llena no solo de orgullo, sino de poder. Y que hacen quese pavoneen, preocupados en su propia vanidad”. ”. Il Papa dixit
Lo que es triste y vergonzoso es que esa vanidad, y ese aferramiento al poder, ponga en peligro no solo el pontificado de Francisco, papa legítimo a todas luces, sino también la propia Unidad de la Iglesia. Ese muro que algunos eclesiásticos quieren levantar para defenderse de las reformas del Papa argentino, son exactamente los mismos diques que quisieron levantar contra la marea conciliar del Vaticano II. Desgraciadamente, en aquellas circunstancias pos-conciliares, con la inestimable y entusiasta colaboración del papa Karol Woigtila, y la impagable ayuda del cardenal Ratzinger. Ya en esos años tormentosos hubo otro cardenal, mucho más engreído que inteligente, Alfredo Ottaviani, quien afirmó, y, sobre todo, practicó, que la Tradición era mucho más importante para marcar la dirección institucional de la Iglesia que la Sagrada Escritura. (¡Toma ya!) Al que esto le parezca raro y extraño, e inaceptable, les recuerdo que la Inquisición no solo prohibió, sino persiguió con saña a los que se atrevieron a traducir a las lenguas vernáculas cualquier pasaje de la Escritura. Y también les refresco la memoria de que la primera traducción de la Biblia, permitida por la Iglesia española, data del año 1943.
Hay muchos miembros eminentes en la Iglesia, (¡o, por lo menos, ellos así se autodenominan!), y, lo que es peor, muchos teólogos, que manejan más los conceptos mundanos del pensamiento, y se sienten mejor, en los vaivenes de la cultura filosófica y teológica europeas, que en las luminosas y comprometedoras páginas de la Biblia. Es lamentable, pero así ha sido durante siglos, y solo un pequeño número de cristianos fieles a la Palabra de Dios se ha atrevido por el camino para mí recto, y directo.
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