Hay periodistas (concretamente Alfonso Rojo) y políticos (concretamente Antonio Miguel Carmona) que, allá donde ejercen públicamente la libertad de expresión exhiben opiniones o ideas miserables -al menos tan miserables como ellos tratan las de su adversario ideológico. Y, lo que es más despreciable todavía, falsean sobre la marcha las publicadas por quienes no piensan como ellos. Ellos propalan la doctrina neoliberal o una dudosa socialdemocracia y menosprecian cualquier otra…
Entre otras tergiversaciones propias del pésimo periodista y piruetas propias de la jerga contable del economista engreído, el uno y el otro van diciendo por radios y televisiones que Vicenç Navarro, de 77 años, que no es un neófito ni alguien que pasaba por ahí (médico, economista, sociólogo y politólogo, experto en economía política y políticas públicas, catedrático de Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Pompeu Fabra, profesor en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore) propone a Podemos crear súbitamente 3,5 millones de funcionarios…
Mienten ambos bellacamente. Lo que propone V.N. a “Podemos” es ir creando paulatinamente, a lo largo de los próximos años y hasta esa misma cifra, empleos del Estado. Lo que a todas luces no es lo mismo. El prestigioso economista toma como referencia a Suecia, donde 1 de cada 4 habitantes lo son, mientras que en España sólo hay 1 de cada 10. Pero en lugar de rebatir con argumentos y de razonar con minuciosidad esa idea y esa práctica, ambos personajes, Alfonso Rojo y Antonio Miguel Carmona, se limitan a creer que la desmontan presuponiendo que el funcionariado es indeseable sin decir por qué.
No son funcionarios, en todo caso, lo que V.N. considera técnicamente como contribución parcial a la solución que la economía española precisa. Pero aunque fuesen funcionarios… ¿acaso quien trabaja para un empresario personal, para una corporación o para una multinacional es más digno que quien desempeña una función en el Estado? Si fuese así, si todos abrazásemos semejante disparate, los principales parásitos del Estado, es decir, los gobernantes, debieran dimitir inmediatamente y entregar su gestión a un particular o simplemente a la iniciativa privada. Lo que evidentemente es (por el momento) una majadería.
Porque, ¿de qué se trata en la vida social, para la mejor vida de la colectividad? ¿Cuál es la misión de los gobernantes si no procurar a todos los gobernados -todos y no sólo unos cuantos- la máxima felicidad posible? Si por mantener la idea, el sistema o la filosofía económica predominante ahora esos gobernantes, sus partidarios, sus acólitos, sus turiferarios y los periodistas asociados están dispuestos a declarar la guerra (como en otro tiempos negar a Dios o no ser favorable a un rey fue causa de toda clase de tribulaciones), no sólo refuerzan la impresión, ya potente, de que estamos en una democracia de mínimos, sino también ponen en circulación la evidencia de que hay asimismo casta en versión periodística que, con la que pulula en la política, representa lo más abominable de esta sociedad que sufre en su cuarta parte. En todo caso, ya que esa gente difamadora, manipuladora y mendaz tiene el privilegio de hacerse oír de manera persistente, y además cobrar, debiera ser más prudente. Con falsías y libelos hacen doblemente odiosa y repulsiva su presencia. Si V.N. compareciese en televisión con la asiduidad de estos dos villanos, es muy posible que los seguidores de su inteligente propuesta se multiplicasen. Por eso no le llaman las televisiones privadas y aún menos las públicas…
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