Ya lucen los adornos de Navidad en las calles y en las casas. El árbol y el Belén están preparados para recibir a Jesús, para hacerlo nacer. Cuando digo Jesús, no digo unos dogmas, sean los que fueren. Digo una vida y una esperanza que renuevan el mundo. Digo el nombre de lo que ya es en el fondo de todo, y la profecía de lo que será plenamente si hacemos que sea.
Hagamos que sea. No importa lo que creas, pero abre los ojos y lo más profundo de tu ser. Que tus ojos se alegren como los de un niño al ver las luces, el árbol y el Belén, y puedan mirarlo todo con la luz del corazón. Que tu corazón, a pesar de todo, siga latiendo en paz, en la Paz que todo lo crea y transforma.
No lo tenemos fácil, ciertamente. La enésima mujer ha sido asesinada por la violencia machista. Más de tres mil inmigrantes han perecido (¡asesinados!) en lo que va de año en aguas del Mediterráneo, y ni se sabe cuántos han sido “devueltos en caliente” para morir sin agua ni tierra. La enésima Cumbre del clima ha concluido sin afrontar la emergencia planetaria, limitándose a salvar la cara con un vaporoso acuerdo en tiempo de descuento. Luis Alberto González acaba de ser despedido de su instituto, porque el Obispado de Canarias le ha retirado la licencia para ser profesor de religión, por haber contraído matrimonio homosexual (no estaría mal que el papa Francisco intervenga para dejar bien claro lo que significa eso de “acoger con misericordia a los homosexuales”).
Sigo. Nos dicen que la crisis ha terminado, pero lo cierto es que los ricos son ahora mucho más ricos, mientras los pobres son mucho más pobres y mucho más numerosos, y por pura lógica deducimos que la crisis la inventaron los ricos, ya sabemos para qué. Las 85 personas más ricas del mundo aumentan su fortuna en un millón de dólares por minuto. Seis de cada diez jóvenes del Estado español planean emigrar en busca de futuro. Crean puestos de trabajo sin aumentar el sueldo total repartido. La corrupción invade el sistema político, que rinde culto a Mamón, y seguro que lo conocido hasta hoy no es más que el pico de un iceberg que tal vez nunca conoceremos pero que existe y nos hunde. Los poderes financieros nombran Gobiernos, rigen a los partidos políticos, controlan a los medios de comunicación, y a eso lo llaman democracia y libertad. Los Estados Unidos y Europa negocian a nuestras espaldas un tratado (TTIP) para que las grandes empresas sigan gobernando a los Estados a su antojo.
Y muchas más cosas. Baja el precio del petróleo, no porque sí, sino para hundir a Rusia, Brasil, Venezuela o Irán, peligrosos rivales del sistema dominante. Los poderosos apelan a los derechos humanos cuando les conviene, y torturan y matan sin escrúpulo cada vez que les interesa y pueden (mírese a Guantánamo, mírese al Medio Oriente, mírese a África, “pecado del Occidente”). El ébola ya no interesa, porque ya no hay blancos contaminados. Y mientras todo esto ocurre, nos distraen con las travesuras (o vaya Ud. a saber qué) del pequeño Nicolás… He ahí nuestro mundo.
Pero no. Hay otro mundo más cálido y fraterno, y mucho más real. Otro mundo se anuncia en las ruinas de este mundo. Otro mundo está naciendo cada día en este mundo entre dolores de parto, desde la lucha y la ternura. Un abuelo me lo acaba de contar, lleno de ilusión: hace unos días, en un Hospital de Madrid, le nació un nieto rechonchete, adorable, un “regalo de Dios” que tiene a toda la familia “loca de contenta”; tiene síndrome de Down. Acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai, joven paquistaní de 17 años, que fue tiroteada por extremistas talibanes a causa de su militancia en favor de la educación de las niñas en su torturado país. Innumerables movimientos sociales levantan la voz y las manos por ese otro mundo en este mundo, donde todos los seres seamos más libres y hermanos, y más felices con menos.
Son lucecitas prendidas en los corazones y en los árboles. Es la verdadera Navidad. Es el mundo que Jesús veía llegar, un Adviento imparable. Es el mundo que esperó, es decir, que imaginó e hizo nacer de la cuna a la cruz, de la cruz a la cuna y a la pascua. Nosotros también podemos. Si sabemos mirar esas luces con ojos de niño, si nos dejamos alegrar con corazón de niño, entonces también nosotros podremos. Y aunque perdamos ganaremos, como Jesús, María y José.
(Publicado el 14-12-2014 en DEIA y los Diarios del Grupo Noticias)
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