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jueves, 13 de noviembre de 2014

Independientes del prójimo Mari Paz López Santos


Eclesalia
“Es importante percibir en qué medida tu propia felicidad está ligada a la de los demás. No existe la felicidad individual totalmente independiente del prójimo”. (XIV Dalai-lama). Acabo de leer esto y me ha sonado, en el buen sentido, a música celestial. Me ha reconfortado interiormente.
Y es que ando estos días un tanto cabizbaja y meditabunda pensando en la preocupante situación de mi país, con más agujeros que un queso gruyere por las mordidas de corruptos de toda condición y pelaje.

He intentado meterme en la piel de tanto sinvergüenza de corbata o fino tacón, y me da escalofrío pensar en la esencia vital de alguien que cree que puede esquilmar y arrasar desde una banalidad tan escandalosa.
Hay mucha buena gente que no puede ser feliz si no le llega para llevar bien alimentado a su niño al colegio; hay mucha buena gente que no puede ser feliz si ha tenido que volver a casa de sus padres a que la pensión de los abuelos sea su medio de vida; hay mucha buena gente que no puede ser feliz cuando ve que los jóvenes de su familia no pueden tener un trabajo digno y aportar riqueza intelectual, profesional, laboral y de pura fuerza de la juventud; hay mucha buena gente que tiene que marcharse a ver qué se cuece por otros países e intentar llevar una vida digna; hay mucha buena gente que vino a nuestro país como inmigrantes a mejorar sus condiciones de vida y se han tenido que marchar de nuevo.
Hay mala gente que, aunque numéricamente, comparada con la buena gente, es un grupo mucho menor, el mal que producen crece exponencialmente, con lo cual el daño llega a niveles de tsunami o de bomba nuclear. ¡Qué exageración!, dirá alguno. ¡Eso es demagogia!… se escandalizará otro. Será que todavía no se han leído el VII Informe Foessa 2014 sobre la pobreza en España. Creo que el documento completo tiene 700 páginas.
Pregunten qué piensan de la mala gente, a los que han dejado sin sus ahorros con las preferentes (jubilados y pequeños ahorradores de toda la vida). Mala gente que ha echado la soga al cuello en forma de hipoteca leonina y han sacado de sus casas a mucha buena gente. Mala gente que se sintió con el privilegio, sin hacer preguntas, de utilizar “tarjetas negras” mientras el Estado suministraba millones de euros (nuestro dinero, para entendernos) para reflotar el fiasco de la entidad bancaria que se las suministraba. Mala gente que se ha aprovechado del dinero que debía dedicarse a la formación de trabajadores. Mala gente que compuso programas electorales para atraer a los votantes y una vez en el poder los han troceado, recordado, esquilmado…
¿Es feliz la mala gente? Creo que no, francamente. Aunque desde el exterior lo que vende sea la opulencia y el derroche, desde el punto de vista psicológico la ambición, la codicia y la corrupción masiva dan un diagnóstico de extrema gravedad: el miedo se apoderó de las vísceras de la mala gente, con un peligro añadido: ni siquiera saben que están enfermos y que su enfermedad arrasa por donde pasa.
Envuelta en estos pensamientos llegó el Día de los Difuntos y pensé: ¿Cómo gestiona la mala gente la cercanía de la muerte y su vida corrupta? ¿Tienen columbarios en los paraísos fiscales para almacenamiento de sus saqueos? ¡Por favor, miren lo que pasó con los tesoros de los Faraones! ¡Léanse lo del Rey Midas… murió de inanición y en perfecta soledad rodeado de estatuas de oro!
Tiene razón el XIV Dalai-lama, no existe la felicidad individual ajena a la felicidad del prójimo. Por tanto, concluyo: la mala gente no puede ser feliz a juzgar por la infelicidad que producen. Creen que son felices pero por algún sitio hacen aguas.
Desde que en el año 2007 se tiró de la manta “Lehmans Brothers” (USA) y un putrefacto olor a basura empezó a emerger por los canales del sistema financiero, preguntémonos cuanta buena gente ha quedado en los márgenes sociales y más allá.
Es absolutamente necesario buscar juntos una felicidad colectiva y comunitaria que tendrá que pasar, de forma imprescindible, por la devolución de todo lo robado por la mala gente corrupta a través de una justicia justa, es decir, plena de sentido común; que restituya lo robado y haga descender las cifras de penalidades de la buena gente.
Luego vendrá el pedir perdón, el concederlo y el ayudar a que sean extremadamente felices cumpliendo condenas y privados de la libertad que no supieron usar para el beneficio y la felicidad del prójimo.
pazsantos@pazsantos.com
MADRID.
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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