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martes, 8 de julio de 2014

¿Por qué no va Rouco a Melilla? José M. Castillo, teólogo


No planteo esta pregunta como exigencia. Y mucho menos como reproche. ¿Quién soy yo para exigir al Sr. Cardenal, Arzobispo de Madrid, que haga tal cosa? Y más aún, ¿qué autoridad o qué poder tengo yo para atreverme a llamar la atención – y menos todavía reprochar – a otro ser humano, sea quien sea, por lo que hace o por lo que deja de hacer? No, ¡por favor!, que nadie interprete lo que aquí digo como una forma de intromisión en algo en lo que no tengo que entrometerme. Por lo demás, lo que digo del cardenal de Madrid, lo podría decir igualmente del presidente de la Conferencia Episcopal. O quizá de una comisión especial, nombrada “ad hoc”, por el episcopado español. Y lo digo (además, en un medio público) por una razón muy sencilla. Si el papa Francisco, obispo de Roma, ha ido a Lampedusa, para estar siquiera unas horas, con los miles de criaturas que esperan poder entrar en Italia, ¿no sería igualmente un acto de generosidad y de bondad que el obispo de Madrid (o el presidente de los obispos españoles) hiciera en España algo semejante a lo que ha hecho en Italia el obispo de Roma, cabeza del Colegio Episcopal que gobierna toda la Iglesia? Yo sé que los obispos españoles se preocupan por los que sufren.
Pero, si además de preocuparse, van a estar con ellos, al menos unas horas, ¿no harían, en definitiva, lo mismo que hizo Jesús cuando, abandonando Jerusalén, se fue a Galilea (Mc 1, 14 par), la región más pobre y seguramente la más abandonada en los lejanos tiempos en que el Señor andaba por el mundo? Me limito a indicar la importancia que tendría hacer una visita. Aunque, la verdad, recordando algo que solía decir el recordado José María Díez Alegría, cuando los cristianos leemos los evangelios, encontramos dos relatos que dan pie a pensar en dos “misterios”: el misterio de la visitación (Lc 1, 39-56) y el misterio de la encarnación (Lc 1, 26-38). Y digo yo: ejemplar es visitar a los últimos de este mundo. Pero, ¿no sería más evangélico dejarse la propia instalación y llegar incluso a encarnarse en los pobres y con los pobres? Y conste que yo no lo he hecho. Pero, por lo menos, ¿no nos vendría bien a todos pensar seriamente en este asunto, es decir, en que nuestra sociedad sea más igualitaria? Al menos, pensar en esto, aunque nos deje el lastre de la mala conciencia. 

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