Enviado a la página web de Redes Cristianas
Tienen sobrados motivos tanto la mayoría que se manifiesta en la calle como la silenciosa hastiada que se que queda en casa, para indignarse. El notorio complot del poder económico con el político y del poder judicial con ambos en España es de dominio público. Pero si el nivel de indignación ya es altísimo, puede llegar al paroxismo para el que presencia el espectáculo de varios periodistas de campanillas, asalariados del programa televisivo “La Sexta Noche”, arremetiendo con saña y de modo innoble contra el juez Silva; entre ellos un personajillo inmundo que a buen seguro tiene en “La Sexta” mucho más poder del que se le supone, pues su chulería habitual tratando a los que no pertenecen a su detestable ideología, de desinformados que dicen despropósitos y “chorradas’, lo acredita…
El juez Garzón, como Sócrates rechazó la libertad que le ofrecían sus carceleros y eligió tomar la cicuta sólo por cumplir las leyes del Estado, se comportó estoicamente en el juicio y aceptó suerte sabiendo de antemano cuál sería su final en la mascarada abierta contra él por motivos contra el sentido común y que además no se aplican en otros procesos. Garzón se mantuvo dentro del respeto a las formalidades más ortodoxo, y como acusado fue impecable en este sentido. Pero de poco le sirvió, pues fue separado virtualmente de por vida de la carrera judicial. ¿Qué efectos favorables para el interés público, para las instituciones, para la economía, para la paz social, para el pueblo y para la credibilidad de la propia justicia se pueden atribuir a la compostura de Garzón en aquel trance? Ninguna.
Aparte de llegar a general conocimiento que unas decenas de millones de euros se encontraban en Suiza a nombre del tesorero del partido del gobierno, gracias precisamente a una comisión rogatoria cursada por Garzón, la credibilidad de la política y de los políticos, de la banca y de los banqueros, de la justicia y de sus tribunales están por los suelos. En tales condiciones ¿cómo y por qué es posible que todos esos periodistas de ese programa nocturno cierren filas en contra de la figura del juez Silva y de lo que representa su insumisión a las artimañas, en lugar de cuestionar la dudosa imparcialidad del tribunal que le juzga? ¿Hemos de empezar a desconfiar también de esos periodistas que son el perejil de todas las salsas televisivas y radiofónicas y muestran tan pocos escrúpulos empujando al árbol sano, todavía no caído pero que se tambalea?
Esta interrogante se une a otras acerca no sólo de fiabilidad de estos opinadores que están en todas partes, sino también a la sospecha de que bajo el manto del famoso “deber de información” (pero que no incluye el de opinión) se esconde otra suerte de corrupción que tiene que ver con el posicionamiento, siempre, a favor del más fuerte en casos de correlación de fuerzas. Y en el que nos ocupa el juez, que tratando de dar un golpe de efecto contra la corrupción instituída y se atreve a encarcelar preventivamente a un poderoso, mafioso o no (como Garzón se atrevió a escuchas telefónicas que perseguían desenmascarar a esos truhanes de la G?rtel a los que les espera la prescripción del delito o de la pena), es convertido por la desaprensión de esos periodistas en un iluminado que no merece respeto.
Hay que reformarlo todo. Pero desde luego el periodismo que predomina fuera de las redes sociales es en buena medida responsable de que aunque descubra y denuncie tropelías, abusos y desmanes de los poderosos, en el momento de la “verdad” no quieren saber nada de lo que se resista al sistema o intente minarlo. ¿No será soterradamente porque rebuscar efectos (a menudo con malas artes) de comportamientos indeseables es relativamente fácil, pero si se va a la raíz las causas, como hace el juez Elpidio Silva, peligra su medio de vida?
No hay ya quien no sepa que España, siendo cuna de tantos genios de las artes y los talentos de la invención, es un país condenado a estar en manos de pícaros, de fulleros, de ladrones, de comadres y de mediocres. Por eso, al igual que en la política plagada de ellos, en el periodismo abunda el periodista cuyo mérito principal consiste en retorcer los argumentos, descalificar, injuriar o calumniar a los excelentes y alabar a los que, como ellos, son mediocres. Y cuando están frente a una persona verdaderamente excepcional (y el juez Silva lo es, no hay más que echar un vistazo a su biografía y su cultura), la fuerza inusitada de esos mediocres se desata contra él. No soportan a la gente cabal, a la gente esforzada y a la gente verdaderamente inteligente. Y menos cuando, para hacer frente a un tribunal a la carta que va a jugar sucio para juzgar a un juez extraordinario, éste tiene que recurrir a la astucia y añagazas de David contra Goliat. En suma, un periodismo de periodistas mediocres que en el fondo no quieren remediar las cosas porque sin malvados no hay noticia y por eso apuntalan el sistema para que todo siga igual…
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