“Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos de hoy”
“Es inaceptable que haya fronteras impermeables para los pacíficos de la tierra”
«No hace falta que nadie lo interprete, pues está dicho para que lo
entiendan incluso los niños: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a
los pobres sin techo, viste al que va desnudo”.Y después del mandato al
alcance de todos, por si hiciese falta, se añade la razón que lo
sostiene: “No te cierres a tu propia carne”. ¡El hambriento, el pobre
sin techo, el desnudo, son “nuestra propia carne”!
“No te cierres a tu propia carne”: Este
único conocimiento bastaría para que fuese otra la política de las
fronteras, otra la lógica de nuestros razonamientos, otra el motivo de
nuestras manifestaciones, otra la matriz de nuestras preocupaciones, de
nuestras aspiraciones, de nuestras quejas, de nuestras opciones.
“No te cierres a tu propia carne”: Si entras por el camino de esta
sabiduría, “romperá tu luz como la aurora”, delante de ti irá la
justicia, detrás irá la gloria del Señor, brillará tu luz en las
tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”.
“No te cierres a tu propia carne”, y el pan que compartes con el
hambriento, te hará luz para el indigente, como es luz para ti el que,
con su vida en las manos como un pan, dijo: “Esto es mi cuerpo, que se
entrega por vosotros”.
“No te cierres a tu propia carne”: Sienta a los pobres a la mesa de
tu vida, y tú serás para ellos la luz con que Dios los ilumina.
Y a cuantos una y otra vez me recuerdan que la Iglesia no es una ONG,
una y otra vez recordaré que los pobres son “nuestra propia carne”, y
que mi pan es su propio pan, y que la Iglesia es su propia casa.»
Ése era, queridos, el mensaje que había preparado para acercarme con
vosotros al misterio de la palabra que oiremos proclamada en la liturgia
del V domingo del tiempo ordinario; pero los acontecimientos reclaman
transformar la suavidad de la exhortación en denuncia de lo que es
inaceptable.
Lo inaceptable:
Es inaceptable que la vida de un ser humano tenga menos valor que una
supuesta seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un estado.
Es inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas
un camino que los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres para entrar en un país.
Es inaceptable que las políticas migratorias de los llamados países
desarrollados, ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren sus
derechos fundamentales, y se conviertan en el caldo de cultivo necesario
para multiplicar en los caminos de los emigrantes las mafias que los
explotan.
Es inaceptable que haya fronteras impermeables para los pacíficos de
la tierra, y no las haya para el dinero de la corrupción, para el
turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es inaceptable que la política obligue a las fuerzas del orden a
cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron
causar.
Es inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que
dar y una mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga
culpables, primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son
agresores: han sido agredidos desde que sus corazones empezaron a latir
al sur del Sahara, hasta que se paran para siempre en las aguas de
nuestra indiferencia.
Es inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que
hoy vuelven a encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a
los intereses económicos de un poder opresor.
Desde la impotencia a la esperanza:
Queridos: ante el drama de sufrimientos y muerte en que el poder ha
convertido los caminos de los emigrantes, es difícil que apartemos de
nuestro corazón sentimientos de frustración, de impotencia, de tristeza,
de indignación. Pero nuestro compromiso con la vida de los pobres no
nace de esos sentimientos, sino de un amor incondicional, un amor fiel,
que a todos se nos ha manifestado, y que a todos nos ha reunido para
siempre en el único cuerpo de Cristo.
“No te cierres a tu propia carne”: no te cierres al sufrimiento de Cristo.
En este camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea
justo. A nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de
los demás.
Y son muchas las cosas que, hasta dar la vida, podemos hacer: Tenemos
la fuerza del amor y de la oración, una fuerza que es capaz de mover el
mundo. Podemos hacer que los emigrantes no estén solos en su camino, y
podemos dejar solos a quienes, gobiernos o mafias, les están robando la
vida.
Podemos compartir con el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco
de agua, la última harina de nuestra vasija, el último aceite de
nuestra alcuza. Podemos darles voz para que se escuche su grito, podemos
llamar a las puertas de cada conciencia para que la sociedad reclame
una nueva política de fronteras, y, con terquedad de discípulos de
Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su propia carne, también la
de Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en las fronteras
del sur de Europa.
Queridos: no me dejéis sin vuestra oración.
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