Enviado a la página web de Redes Cristianas
Serán odiosas, pero nos pasamos la vida haciendo comparaciones.
Comparamos nuestro grado de felicidad o desgracia, nuestros
merecimientos, inteligencia o aptitudes con los de unos y otros; nos
comparamos con los países del sistema y del entorno; comparamos las
democracias burguesas con las socialistas; nos comparamos incluso con
nosotros mismos en un antes y en un después de fases determinadas de
nuestra existencia…
Pues bien, los que vivimos desde sus
principios toda la dictadura franquista, sin aspiraciones políticas pues
no eran posibles pero también porque no habíamos probado todavía el
veneno de esa vieja ramera, la política; los que nos despojamos en lo
posible de los prejuicios de entonces y de ahora y tratamos de pensar
por cuenta propia… podemos asegurar que vivimos actualmente el peor
período de los últimos cien años, abstracción hecha los de la guerra
civil y la postguerra.
Pudo ser horrible vivir amordazados por el dictador, consternados y
sumidos en una atmósfera clerical oprimente que nos hacía dudar de si
aquello era realmente una dictadura o una teocracia, aunque viene a ser
lo mismo. También pudo serlo saber sólo de la verdad social a través del
secreto o el rumor, pues el oscurantismo se enseñoreó de la sociedad..
Vivíamos así. Pero la inmensa mayoría, poco a poco, tuvimos empleo y una
vida desahogada, en alquiler o en propiedad; y nuestra dignidad
personal se imponía a las miserias que estaban detrás. Sobre todo,
teníamos una ventaja: sabíamos a qué atenernos. Nada desdeñable, si lo
comparamos con la incertidumbre sobre el presente y el futuro que sufren
ahora en este país millones de personas…
Aunque de poco sirvió su admonición, la libertad de todo un pueblo no
vale el derramamiento de una sola gota de sangre, decía Voltaire en
épocas pre revolucionarias de Francia. Pues bien, la libertad de
información que se arrogan los medios de comunicación escritos y
audiovisuales (en su mayoría ultra conservadores o fascistas, o
férreamente controlados por el espíritu de ambos) no vale el sufrimiento
y la desesperación de millones de vidas malogradas por legiones de
ladrones y estafadores públicos en todas las instituciones de un país
que en estos momentos históricos no admite comparación en desgracia con
ningún otro de Europa y quizá ya con ningún otro del mundo. Un país, por
cierto, alegre por fuera pero triste por dentro cuyos poderes cultivan,
promueven, incentivan y protegen la desigualdad, excluyen de la sanidad
y de la pedagogía a grandes bolsas de población, tratan con el mayor
desprecio a la cultura, al arte y a la Naturaleza y van a obligar a las
mujeres a alumbrar hijos que no desean….
En este esperpento español, gran parte de la sociedad civil vive, en
suma, otra época siniestra además sazonada con ríos de cinismo, de
desfachatez, de autocracia y de impunidad del poderoso. Tal es la
opresión, que no es improbable que la indignación generalizada
convertida poco a poco en odio por la deserción de la justicia
institucional de su papel reparador de la corrupción, acabe tarde o
temprano en sed de venganza de millones de españoles…
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