El
fenómeno de centenares de jóvenes que van juntos a dar una vuelta por
los shoppings centers de Río y São Paulo ha suscitado las más
disparatadas interpretaciones. Algunas, de los acólitos de la sociedad
neoliberal de consumo, que identifican ciudadanía con capacidad de
consumir, generalmente en los grandes periódicos de los medios
comerciales, no merecen consideración. Son de una indigencia analítica
que da vergüenza.
Pero hay otros análisis que han ido al
centro de la cuestión, como el del periodista Mauro Santayana del JB
on-line y los de tres especialistas, que han evaluado la irrupción de
estos jóvenes en la visibilidad pública y el elemento explosivo que
contienen. Me refiero a Valquíria Padilha, profesora de sociología en la
USP de Ribeirão Preto: “Shopping Center: la catedral de las mercancías”
(Boitempo 2006), al sociólogo de la Universidad Federal de Juiz de
Fora, Jessé Souza, “Ralea brasilera: quién es y cómo vive” (UFMG 2009), y
a Rosa Pinheiro Machado, científica social con un artículo “Etnografía
del rolezinho” en Zero Hora de 18/1/2014. Los tres dieron entrevistas
esclarecedoras.
Por mi parte interpreto de la siguiente forma tal irrupción:
En primer lugar, son jóvenes pobres, de las grandes periferias, sin
espacios de ocio y de cultura, penalizados por servicios públicos
ausentes o muy malos, como salud, educación, infraestructura sanitaria,
transporte, ocio y seguridad. Ven televisión cuyas propagandas los
seducen para un consumo que nunca van poder realizar. Saben manejar
computadores y entrar en las redes sociales para articular encuentros.
Sería ridículo pedirles que analicen teóricamente su insatisfacción.
Pero sienten en la piel cuan malvada es nuestra sociedad porque excluye,
desprecia y mantiene a los hijos e hijas de la pobreza en una
invisibilidad forzada.
¿Qué se esconde detrás de su irrupción? El hecho de no ser incluidos
en el contrato social. De poco vale que tengamos una constitución
ciudadana, que en este aspecto es solamente retórica, pues ha
implementado muy poco de lo que prometió con vistas a la inclusión
social. Ellos están fuera, no cuentan, ni siquiera sirven de carbón para
el consumo de nuestra fábrica social (Darcy Ribeiro).
Estar incluido en el contrato social significa tener garantizados los
servicios básicos: salud, educación, vivienda, transporte, cultura,
ocio y seguridad. Casi nada de esto funciona en las periferias. Lo que
están diciendo con su penetración en los bunkers del consumo es:
“míranos de cerca”, “no estamos parados” “estamos aquí para incomodar”.
Con su comportamiento están rompiendo las barreras del apartheid social.
Es una denuncia de un país altamente injusto (éticamente), de los más
desiguales del mundo (socialmente), organizado sobre un grave pecado
social pues contradice el proyecto de Dios (teológicamente). Nuestra
sociedad es conservadora y nuestras élites extremadamente insensibles a
la pasión de sus semejantes y por eso cínicas. Continuamos siendo
Brasilindia: una Bélgica rica dentro de una India pobre. Todo eso
denuncian los rolezinhos, más con actos que con palabras.
En segundo lugar, ellos denuncian nuestra mayor llaga: la desigualdad
social cuyo verdadero nombre es injusticia histórica y social. Es
relevante constatar que con las políticas sociales del gobierno del PT
la desigualdad disminuyó, pues según el IPEA el 10% más pobre tuvo entre
2001-2011 un crecimiento de renta acumulado de 91,2% mientras que la
parte más rica creció un 16,6%. Pero esta diferencia no atacó la raíz
del problema, pues lo que supera la desigualdad es una infraestructura
social de salud, escuela, transporte, cultura y ocio que funcione
accesible a todos.
No es suficiente transferir renta; hay que crear oportunidades y
ofrecer servicios, cosa que no ha sido el objetivo principal del
Ministerio de Desarrollo Social. El “Atlas de la Exclusión Social” de
Márcio Poschmann (Cortez 2004) nos muestra que hay cerca de 60 millones
de familias, de las cuales cinco mil familias extensas detentan el 45%
de la riqueza nacional. Democracia sin igualdad, que es su presupuesto,
es farsa y retórica. Los rolezinhos denuncian esa contradicción.
Ellos entran en el “paraíso de las mercancías” vistas virtualmente en
la TV para verlas realmente y sentirlas en las manos. Este es el
sacrilegio insoportable para los dueños de los shoppings. Estos no saben
dialogar, llaman a la policía para que los reprima y cierran las
puertas a esos bárbaros. Sí, bien lo vio T. Todorov en su libro “Los
nuevos bárbaros”: los marginalizados del mundo entero están saliendo del
margen y yendo hacia el centro para suscitar la mala conciencia de los
“consumidores felices” y decirles: este orden es orden en el desorden.
Los hace frustrados e infelices, llenos de miedo, miedo de sus
semejantes que somos nosotros.
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