Enviado a la página web de Redes Cristianas
Buenos Aires
El Papa Francisco ha elegido unos nuevos cardenales para la Iglesia.
Pero, ¿qué son los cardenales? Propiamente hablando son títulos
honoríficos, una suerte de corte papal, de príncipes. Elegidos –estos–
pocos días después de que el Papa dijera que no habría más títulos
honoríficos en la Iglesia salvo el de “monseñor”, resulta un tanto
contradictorio. Pero se ha de reconocer que es un “título” con mucha
tradición y que no ha de ser fácil desarticular.
Para ser precisos, dentro de los
ministerios no hay –o no debería tenerse como si hubiera– escalafón, y
sólo hay tres grados que son sacramento, y por tanto, la Iglesia
considera “instituidos por Jesús”: diaconado, presbiterado y episcopado.
Por eso, insistimos, el Papa no es “un grado más” él es “obispo” de la
diócesis que preside en la caridad a las demás: Roma (cuando decimos que
la Iglesia es católica, apostólica y “¡romana!”, a eso nos referimos).
La renovación en la Iglesia nunca será verdadera sino volviendo
atrás, a los “tiempos fundacionales”, a fin de despojarse de todo lo que
en la historia y los tiempos, la cultura y los pecados ha ido
agregando, adhiriendo a la comunidad sin ser esencial, pero
pareciéndolo. Recién después de mirar “la Iglesia que Jesús quería”
podremos intentar “encarnar” ese modo de ser a nuestro tiempo. De otro
modo, no sería sino “seguir modas” que en nada aportan densidad y
profundidad a cualquier cambio deseado; los cambios no debieran ser
“cosméticos”, por cierto.
En este caso, una buena pregunta sería –para comenzar– reconocer que el
título de cardenal no pertenece, evidentemente, a nada vivido ni
conocido en los tiempos fundacionales y los primeros siglos dentro de la
Iglesia.
Tratándose de títulos honoríficos, además, no se parece demasiado a
la actitud constante y sistemática de Jesús de señalar que todos y todas
en la comunidad deben ser y vivir como hermanos y hermanas, sin nadie
que sea puesto en el primer lugar. ¿Debe haber en el grupo de Jesús, ese
del “discipulado de iguales”, alguien que ostente títulos,
particularmente “honoríficos”? ¿Qué es lo que da “honor” en la
comunidad cristiana?
Para Jesús, lo que da más “honor”, el “primero” es aquel que se hace
el último (y la imagen del esclavo debe conservarse en toda la crudeza
que tiene el tema, y debe evitarse una lectura “piadosa” del término,
tan cruel en todos los tiempos). El mismo teólogo Joseph Ratzinger
señalaba lo “honorífico” y poco conforme a Jesús que es el título
“Papa”, cuando para Jesús nada es más importante que ser “hermanos”.
Sólo Dios es “papá” (abba).
En su origen, además, el título de “cardenal” se remonta a los
párrocos romanos, por eso es habitual que los elegidos cardenales sean a
su vez “honoríficamente” nombrados párrocos de alguna parroquia
tradicional de Roma. Y por eso son ellos los que eligen al futuro Papa.
Pero ¿esto no puede cambiar? En lo personal, no sólo creo que sí, que
puede, sino que sería bueno que de hecho cambie.
En lo personal desearía que las conferencias episcopales en comunión
con Roma elijan al Papa, con participación de laicas y laicos en ese
Cónclave. Es por eso que no quisiera que haya “cardenalas”. No porque no
deben mujeres participar de la elección papal, sino porque debería
haberlas como laicas, y no debería haber cardenales, ni varones ni
mujeres (es obvio que si hay cardenales, no se ve por qué no pueda haber
mujeres a las que se otorgue ese “título honorífico”, como tampoco se
entiende por qué no puede haber “nuncias”… más allá de que desearíamos
que tampoco haya nuncios).
Pablo VI puso como límite máximo los 80 años para que los cardenales
puedan elegir Papa a fin de evitar que pudieran participar en el futuro
Cónclave varios miembros de la curia romana claramente opuestos a los
cambios del Concilio Vaticano II (como el cardenal Ottaviani, por
ejemplo).
Es por eso que en muchos casos se nombran cardenales meramente
honoríficos al ser mayores de 80, con lo que se les quita la capacidad
electoral (y con lo que no queda claro qué tan honorífico es ese título,
entonces). Es cierto que –tal como está estructurada la Iglesia hoy–
hay diócesis que son “cardenalicias” y es obvio que el obispo de la
misma será cardenal en el consistorio siguiente a su elección (como es
el caso del obispo de Buenos Aires o de Rio de Janeiro en los
nombramientos del día de ayer).
No ha de ser fácil lidiar con una institución que en tantos
estamentos tiene una preocupante esclerosis múltiple. Y seguramente no
ha de ser en el cardenalato el frente principal donde se han de
introducir los cambios en la Iglesia de hoy.
Pero no deja de ser un signo anacrónico que haya quienes ostenten
vestimentas extrañas, con el rojo de la sangre de quienes casi
seguramente jamás deberán dar la vida por el reino; y que además reciban
un signo de honor, cuando el mayor honor debiera ser alimentar a los
pobres, atender enfermos, dar de beber a sedientos porque tenemos el
honor de que ellos nos permitan descubrir en su sufrimiento a Cristo
mismo.
A ese Jesús que desde la cruz nos muestra que su honor mayor es dar
la vida porque no es rey de palacios, de capelos y vestimentas lujosas
sino “rey” (= INRI) desde la desnudez del deshonrado crucificado que nos
revela que los que son tenidos por “señores” y “príncipes” son
precisamente los que le quitan la vida. + (PE/TA)
(*).
Publicado en el matutino Tiempo Argentino, de la ciudad de Buenos Aires, el 13 de enero de 2014.
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