Enviado a la página web de Redes Cristianas
Como en los mitos antiguos, montó en un rayo celeste y llegó a la Tierra
unas semanas antes de Navidad. Asumió la forma de un barrendero que
limpiaba las calles.
Así podía ver mejor a la gente que pasaba, las tiendas todas iluminadas y
llenas de cosas envueltas para regalo y especialmente a sus hermanas y
hermanos más pequeños que andaban por ahí, mal vestidos y muchos con
hambre, pidiendo limosna.
Se entristeció sobremanera porque se dio
cuenta de que casi nadie seguía estas palabras que él había dicho:
“quien recibe a uno de estos niños en mi nombre a mí me recibe” (Marcos
9,37).
Vio también que ya nadie hablaba del Niño Jesús que venía, escondido, en la noche de Navidad a traer regalos a todos los
niños. Su lugar había sido ocupado por un vejete bonachón, vestido de
rojo, con largas barbas y un saco a la espalda, que gritaba tontamente a
todas horas: “Oh, Oh, Oh, Papá Noel está aquí”. Sí, en las calles y
dentro de los grandes almacenes estaba él, abrazando a los niños y
sacando de su saco regalos que los padres habían comprado y puesto
dentro. Se dice que vino de lejos, de Finlandia, montado en un trineo
tirado por renos. La gente había ido olvidando a otro viejito, este sí
realmente bueno: San Nicolás. De familia rica, por Navidad hacía regalos
a los niños pobres diciendo que era el Niño Jesús quien se los enviaba.
De todo esto nadie hablaba. Sólo se hablaba de Papá Noel, inventado
hace poco más de cien años.
Tan triste como ver a niños abandonados en las calles, era ver como se embobaban, seducidos por las luces y por el brillo de los regalos, de los juguetes y por mil cosas que los padres y madres suelen comprar para regalar con ocasión de la cena de Nochebuena.
Los reclamos publicitarios,
muchos de ellos engañosos, se gritan en voz alta, suscitando el deseo
de los pequeños que luego corren hacia sus padres pidiéndoles que les
compren lo que han visto. El Niño Jesús, travestido de barrendero, se
dio cuenta de que aquello que los ángeles cantaron de noche por los
campos de Belén “os anuncio una alegría, que lo será también para todo
el pueblo porque hoy os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en las
alturas y paz en la tierra a la gente de buena voluntad” (Lucas 2,
10-14) ya no significaba nada. El amor había sido sustituido por los
objetos y la jovialidad de Dios, que se hizo niño, había desaparecido en
nombre del placer de consumir.
Triste, montó en otro rayo celeste, pero antes de volver al cielo,
dejó escrita una cartita para los niños y las niñas. La encontraron
debajo de las puertas de las casas y, especialmente, de las chabolas de
los montes de la ciudad, llamadas favelas. La carta decía así:
Queridos hermanitos y hermanitas:
Si al mirar el portal y ver allí al Niño Jesús, junto a José y María,
os llenáis de fe en que Dios se hizo niño, un niño como cualquiera de
vosotros, y que es el Dios-hermano que está siempre con nosotros.
Si conseguís ver en los demás niños y niñas, especialmente en los más
pobres, la presencia escondida del niño Jesús naciendo dentro de ellos.
Si sois capaces de hacer renacer el niño escondido en vuestros padres
y en las otras personas mayores que conocéis, para que surja en ellas
el amor, la ternura, el cuidado y la amistad en lugar de muchos regalos.
Si al mirar el pesebre y ver a Jesús pobremente vestido, casi
desnudo, os acordáis de tantos niños igualmente mal vestidos, y os duele
en el fondo del corazón esta situación inhumana, y quisierais compartir
lo que tenéis, y deseáis desde ahora cambiar estas cosas cuando seáis
mayores para que no haya nunca más niños y niñas que lloran de hambre y
de frío.
Si al descubrir a los tres Reyes Magos que llevan regalos al Niño
Jesús pensáis que hasta los reyes, los jefes de estado y otras personas
importantes de la humanidad vienen de todas partes del mundo para
contemplar la grandeza escondida de ese pequeño Niño que llora sobre
unas pajas.
Si al ver en el nacimiento la vaca, el burrito, las ovejas, las
cabritinas, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que todo el
universo está también iluminado por el divino Niño y que todos,
estrellas, soles, galaxias, piedras, árboles, peces, animales y
nosotros, los seres humanos, formamos la Gran Casa de Dios.
Si miráis al cielo y veis la estrella con su cola luminosa y
recordáis que siempre hay una Estrella como la de Belén sobre vosotros,
que os acompaña, os ilumina, y os muestra los mejores caminos.
Si aguzáis bien los oídos y escucháis a través de los sentidos
interiores una música suave y celestial como la de los ángeles en los
campos de Belén, que anunciaban paz en la Tierra.
Sabed entonces que yo, el Niño Jesús, estoy naciendo de nuevo y
renovando la Navidad. Estaré siempre cerca, caminando con vosotros,
llorando con vosotros y jugando con vosotros, hasta el día en que todos,
humanidad y universo, lleguemos a la Casa de Dios, que es Padre y Madre
de infinita bondad, para ser juntos eternamente felices como una gran
familia reunida.
Firmado: Niño Jesús
Belén, 25 de diciembre del año 1
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