Y basta la señal más simple: “Os ha nacido un niño”. ¿Cuándo no nacen
niños, a pesar de la penuria general? En el portal en que vivo, en Arroa
Behea, este año han nacido dos: Marena en el segundo, Josu en el
cuarto. ¡Y cómo sonríen! ¡Cómo sonríe también Izaro con solo mes y
medio, plácida como una isla, luminosa como una estrella!
Cada nacimiento
es una señal, un inmenso milagro, una bella promesa, una honda llamada.
Vivir es milagro. Solo ser ya es milagro. Y el mayor milagro es la
ternura que cuida, nutre, consuela. Eso es “Dios”, y no importa que le
pongas nombre o que no se lo pongas. Es Lo Que Es. Y es muy distinto de
aquello que insinuamos cuando decimos: “Hay lo que hay”.
No. Lo Que Es, es infinitamente más y mejor que lo que hay. Así lo
anuncia el ángel a unos pobres pastores de Belén, al raso en medio de la
noche: “No temáis. Os ha nacido un niño. Se llama Jesús: ‘Dios salva’.
Es Enmanuel: ‘Dios con nosotros’ ”.
Es un lenguaje cristiano y metafórico, dirás. Sí, y se merece una
enorme estima, una profunda consideración, ya solo por haber inspirado
tantos bellos poemas y melodías, por haber consolado tantas penas de
gente pobre, por haber alentado tanta bondad y tanta lucha justa a pesar
de todos los
fracasos. Yo no quiero prescindir de ese lenguaje de ángeles y pastores,
de glorias y pesebres. Yo no quiero prescindir de Jesús, carne humana
de Dios, del Misterio del mundo.
Pero tampoco quiero encerrar a Jesús en un pensamiento confesional y
exclusivista, como si fuera la única encarnación de Dios. Ni quiero
definir a Dios en un esquema dualista, como si fuera un Ente o un
Alguien. Es mucho más, es el Misterio Infinito. Cuando el cristiano
confiesa que Dios se hizo carne en Jesús, confiesa en el fondo lo mismo
que han expresado todos los creyentes de todas las
tradiciones y los poetas no creyentes de todos los tiempos: que cuanto
es está habitado por el Infinito indecible, la Belleza que arrebata, la
Bondad que abraza, y que siempre podemos confiar a pesar de todo, y
recrear el mundo cada día como rehacemos el Belén cada año.
Yo no sé si pones un Belén en tu casa: el ángel, la gruta y los
pastores, el burro y el buey, y María y José y el niño Jesús. ¡Todo es
tan entrañable! Ponlo a tu manera. Pon bondad y ternura. La vida es
dura, el año ha sido difícil, y el futuro… ¿quién sabe qué del futuro?
Pero no temas. Cuida tu vida, cuida tu ánimo, cuida a los tuyos, cuida a
todos los seres.
Y míralo todo con ojos nuevos. Todo es milagro y promesa de una
Presencia. Nada es lo que parece. Todo está sin cesar siendo y
renaciendo en Otra Realidad, hacia Otra Realidad presente y posible.
Celebra en tu casa el Nacimiento de la vida. Mira los ojos
de un niño. Los ojos de un niño bastan para iluminar todas las
tinieblas del mundo, de Lampedusa o de Melilla, del África negra o de la
Latinoamérica olvidada.
Y todos los seres. Todos los seres anuncian lo mismo que el ángel
bueno y alegre de Belén: “No temas, criatura bendita. Tú vienes de la
Belleza, vienes de la Bondad. Tu ser es más precioso que todas las
piedras preciosas, mucho más que todos los oros, inciensos y mirras.
Cree en tu bendición, criatura bendita. Sé bendición, lleva bendición en
tus pequeñas manos heridas, en tu pequeño corazón latiente”.
Mira: el árgoma y las prímulas o flores de San José ya están
floreciendo en el corazón del invierno, alegrando el monte despejado y
los caminos sombríos. ¿Lo ves? Mira cada ser como una humilde señal de
aquella “Bondad que es la fuente de todas las cosas y que un día será
enteramente en todos los seres”, como dice el biógrafo que miraba todas
las cosas Francisco de Asís, inventor del belén.
Si miras así, nacerás de nuevo, nacerá otro mundo. ¡Feliz Navidad!
Publicado en Deia
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