Apreciados
amigos: no tengo más título para presentarme ante vosotros que el de
ser español, uno más entre los millones de este país, que ve llegar del
PSOE en estos momentos, a pesar de todo, un posible rayo de luz y
esperanza.
La insoportable desigualdad
Percibo en vosotros, y en otros muchos, un deseo sincero de afrontar los problemas de nuestra
sociedad y, lo que es más alentador, un propósito radical de promover
una convivencia que asegure la igualdad entre todos. Es éste el mal
verdadero que genera los más importantes, si no todos.
La igualdad, sentida personal
y comunitariamente, nos hará dar un giro radical a nuestra política. El
desvanecimiento de esta verdad, o su sutil degradación, es lo que
explica la guerra entre individuos y pueblos, la ciega carrera a
constituirse los unos sobre los otros, a base de menospreciar, dominar y
excluir. Es la ética disyuntiva del yo o nosotros y no la conjuntiva
del yo y nosotros.
En esta perspectiva antinatural de la desigualdad, se abren los más
extraños y ridículos desniveles que han estructurado nuestra sociedad.
Lo que debiera ser guía de un sentir y pensar igualitario en el quehacer
de la convivencia, se ha convertido en ley de medro y competencia
agresiva, de codicia más menos escondida que seca el movimiento de ternura, sencillez, humildad y solidaridad.
Primero de todo, pues, agarrar en su corazón al tema que nos divide y enfrenta. Y, segundo,
mantener como principio animador y estructurante de nuestras relaciones
individuales y sociales, el principio de que nada puede tolerarse que
ignore, hiera o conculque este principio.
La noble tarea de los políticos
Se comprende entonces que la tarea de los políticos consista en
promover y asegurar por encima del interés particular el interés de
todos y que se cifra en la preservación de ese bien sagrado de la
igualdad.
Si se mira bien, todo desequilibrio, malestar o daño social proviene
de la conculcación de este principio, que se lo intenta legitimar desde
una filosofía equivocada que pretende encuadrar nuestra convivencia bajo
la ley del egoísmo, la única que darwinísticamente aseguraría el éxito
de unos y el fracaso de otros.
Una cuestión, por tanto, no de pura economía sino de humanismo y
ética, de luchar y planificar para que en la sociedad todos encuentren
condiciones que garanticen su dignidad, el logro de sus derechos básicos
y el correspondiente cumplimiento de sus obligaciones.
El hombre, hermano-amigo del hombre, no lobo-enemigo
La situación, con las injusticias y contradicciones que arrastramos,
aflora en este tiempo de crisis con dura clarividencia. Todos oímos y
vemos los dramas de esa desigualdad sin que los políticos pongan
solución a esos dramas.
Millones de personas, movimientos sociales y colectivos de toda
procedencia gritan los trazos más visibles y crueles de quienes siendo
iguales como nosotros y surcando las aguas procelosas de una misma
crisis, hacen oídos sordos a las necesidades que muchos están pasando,
sin alterar ellos en nada su desmesurado y refinado nivel de vida.
Hay que acabar con ese
afán devastador de hacer carrera y enriquecerse a base de aprovecharse
del sudor y trabajo de los demás, estableciendo controles a la codicia
de tanto desaprensivo. Tenemos lo suficiente para vivir todos en
dignidad, pero atajando el egoísmo de quienes piensan que la sociedad
está para campar a sus anchas. Se acabó esa especie de lobos esteparios
que creen que el hombre es enemigo del hombre y no hermano-amigo-.
El descrédito de la política y de los políticos
La política es cosa de todos y para el bien y felicidad de todos.
Pero hemos visto cómo cada día salen más ciudadanos de la gestión
pública, presos de la corrupción, defraudando a quienes creíamos que nos
representaban y cumplían para lo que los habíamos elegido. Ha fallado
la ética.
Hoy ya pocos creen en los políticos. Prometen y luego no hacen; o
prometen y hacen lo contrario; o sabiendo lo que tienen que hacer, luego
tiemblan y se someten; o carecen de principios y mística política y van
a la deriva, siguiendo los dictados de quienes imponen proyectos que
nosotros ni analizamos ni votamos. Esto es grave y hace que los
políticos de verdad sepan medir la urgencia de lo que nos estamos
jugando para no delegar en otras instancias y poderes lo que es
responsabilidad suya.
Camino para recuperar la credibilidad política
Después de todo lo dicho, llego al punto que considero decisivo: cómo
nuestros políticos pueden recuperar lo que está perdido, su
credibilidad. Escritos, protestas, manifestaciones, situaciones
lacerantes apuntan a lo mismo, a la incoherencia: es fuerte la brecha
entre lo que dicen y lo que hacen, entre lo prometido y realizado. Les
hemos escuchado, se les ha hablado de mil maneras, se les ha descrito
por activa y pasiva el escándalo de su tren de vida, en un momento en
que la pobreza y el sufrimiento atenazan a muchos.
¿Y qué hacen? Toman nota, es cierto, de muchos de los problemas para
reaparecer prometiendo cambios y reformas que ya antes debían haber
hecho. Pero, nadie los cree. Porque la creencia en quien la pide se
genera cuando a las palabras precede el ejemplo.
El testimonio personal es lo que vale: baja a la calle, comprueba la
situación real, la ausencia de trabajo, los sueldos reales, las
privaciones, las injusticias, el desespero y sufrimiento de la gente y,
en el sentirse uno de ellos, decide compartir y hacer lo que está en sus
manos: igualar sueldos, prescindir de tantas cosas que le sobran y que
servirían para resolver situaciones de extrema necesidad.
No resuelven todo, pero sí lo principal: que la gente crea y confíe
en ellos: “Ahora sí, estos están con nosotros, comparten nuestro
destino, y ponen a disposición de otros lo que les sobra y que
éticamente no les pertenece”. Es decir, cumplen, están a su lado, para
representarles y defender sus derechos con coherencia y valentía. De
ahí, y no de otra parte, vendrá la regeneración, la nueva cosecha de
electores, que los seguirán por estar pegados a ellos y ser de verdad su
representación democrática. El ejemplo lo primero. Las palabras pierden
su dignidad si no van acompañadas con los hechos.
Y los hechos son estos y otros similares. Llevamos meses y años
recitando esta cantinela y no hay manera de que dentro del Parlamento
surja un movimiento de cambio y cumplimiento de la voluntad popular. Se
les ve como una casta aristocrática más que democrática, sin que
parezcan entender que la solidaridad hace estar con la gente y emprender
otra clase de política.
Demos, pues, un giro a la política, que nos irá bien, aunque tengamos
que reducir gastos innecesarios, que nos vienen de derechos que negamos
a otros. Son más que conocidos, por públicamente cuestionados, los
lugares y actividades donde se puede aplicar esta ética de solidaridad
efectiva, y que haría resurgir una nueva política. No me corresponde
señalarlos, pues son los mismos políticos quienes, guiados por su
responsabilidad, deben designarlos y argumentarlos.
Espero tener el gozo de que pronto pueda ver algunos gestos
significativos que restablezcan el rostro noble de la política luciendo
en el quehacer éticamente coherente de los políticos. ¡La vida por
delante!.
De esta manera, volverá a prender sitio entre nosotros la ilusión, la
participación ciudadana, el compromiso y la fortaleza de nuestra
política.
Con mi reconocimiento y saludos cordiales.
(*) Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo claretiano.
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