Como buen luchador, sabías de la importancia de compartir la vida, de
celebrar cada acontecimiento, de abrir espacios de participación…(Marco Antonio Velásquez).
Al cumplirse un año de tu pascua querido padre y amigo Pierre, quiero detener el tiempo para hacer memoria, y multiplicar mi gratitud por las huellas de Jesucristo que dejaste como apóstol infatigable de los pobres y trabajadores, tus predilectos.
Mientras tu figura se ensancha con el paso del tiempo, y la sociedad te ofrece un sitial de honor en la historia del
movimiento social en Chile, yo, con el privilegio de tu cercanía, me
atrevo a compartir con humildad, algunos detalles que fueron
configurando el hecho de llegar a convertirte en un hombre de Dios amado
por el Pueblo. Porque con tu vida y tu ejemplo revelaste con nitidez el
rostro amoroso y justo de Dios.
Me imagino que a muchos, como a mí, tu testimonio le cambió su visión
de Dios. Tengo la certeza que, con tu cercanía, mi dios, heredado por
la cultura y la tradición, construido a costa de prejuicios y
cumplimientos, se fue desmoronando hasta caer irremediablemente con tu
pascua. En cambio, me cautivó tú Dios; Aquel a quien brindabas todas tus
fatigas, tu celo y rigor de apóstol, tu parkinson. Me enamoré de ese
Dios justo, de Ése que puso tanta capacidad transformadora en la
voluntad humana, que hizo de tu propia voluntad el más firme de los
aceros, que te convencieron que aquella “roca” que aplasta a los
hombres débiles por la injusta decisión humana de unos pocos, no sólo
podía ser removida, sino que transformada. Descubrí en tu pasión la
fuerza del profeta, que al exponer la propia debilidad, sin violencia,
es capaz de desencadenar toda la fuerza transformadora de Dios.
Mostraste que el pensamiento es una potencia divina que debe ser
ejercida con agudeza por los predilectos del Señor. Tú, como buen
heredero de la lógica cartesiana, enseñaste a los trabajadores,
dirigentes sindicales y pobladores que deben usar como arma de lucha el
pensamiento, la razón dialogada y compartida comunitariamente al calor
de la Revisión de Vida. Nos invitabas a VER los hechos que marcan la
vida de los pobres, para contemplarlos con el prisma de la Palabra y del
Magisterio, para ser capaces de JUZGAR las causas y consecuencias de la
injusticia provocada; siendo imposible quedar indiferente y pasivo ante
la miseria humana, hasta despertar la conciencia para ACTUAR conforme
al estilo del profeta.
Entonces, descubríamos cuánta potencia transformadora había puesto
Dios en la voluntad humana. Así conseguiste formar obreros y dirigentes,
expertos en discernimiento; valientes luchadores, conocedores de
trampas añejas y de vicios impertérritos; hombres y mujeres unidos,
reconstruyendo tejido social destruido, y lo hacías ayudando a tomar
conciencia del propio “mapa de relaciones” para saber que Dios confía a
cada uno de sus hijos un espacio del mundo, que debe ser servido colectivamente para hacerlo justo, bueno y nutritivo.
Como fiel hijo de la Acción Católica y amigo de proletarios, sabías
que los pobres para luchar no sólo deben estar unidos, sino que deben
contar con un sustrato fundamental, la propia familia. Entonces,
enseñabas a armonizar el hogar, a aplacar los vicios, a consolidar la
relación de pareja, a respetar al otro. Así fue como te hiciste experto
en el método natural de control de natalidad, más conocido como
“billings”. El mejor testimonio de aquello era ver a cada trabajador o
trabajadora, siempre acompañado de su pareja y su prole en cuanto
encuentro y jornada hubiera. Tenías claridad que la célula fundamental
de la lucha obrera es la familia, porque de familias armónicas,
solidarias y abiertas se construye esa otra gran familia, el Pueblo de Dios.
Como buen luchador, sabías de la importancia de compartir la vida, de
celebrar cada acontecimiento, de abrir espacios de participación. Así
la liturgia contigo alcanzaba su máxima fecundidad y sentido. Tenías
claridad que el pueblo pobre, no sólo se nutre de esperanzas, sino
también de alegrías, de la celebración de los pequeños y los grandes
triunfos. Como aquella vez en que habiendo la intensión de ampliar el
templo, preferiste ampliar el salón, para que los pobres pudieran
celebrar con amplitud sus matrimonios, bautizos, cumpleaños y fiestas,
porque sus casa eran muy pequeñas.
Amigo Pierre, no puedo terminar estos sentimientos sin volver la
mirada a aquellos que fueron la mayor alegría de tu vida, los amigos del
MOAC (Movimiento Obrero de Acción Católica), quienes estuvieron contigo
desde que comenzaste tu ministerio en las minas de carbón en Coronel,
hasta tus últimos días; aquellos que siguen unidos luchando para
movilizar juntos aquella “roca” de la injusticia que los aplasta. Porque
también dijiste que jamás había que esperar que los cambios vinieran de
arriba, ni que fueran una concesión; sino que los grandes cambios
vienen de abajo y se consiguen luchando unidos con las armas de la no
violencia activa.
Amigo Pierre, estás vivo en la memoria de tu pueblo y de tus amigos,
ayúdanos desde el cielo a seguir construyendo unidos un mundo más justo,
fraterno y solidario, donde los derechos y dignidad de los trabajadores
sean respetados.
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