Rajoy ofrecerá diálogo a los agentes sociales pero no variará su reforma laboral
Entre los derrumbes que nos rodean, está pasando desapercibido uno cuyas
consecuencias aún no adivinamos: el desplome del modelo sindical que ha
sido mayoritario durante casi cuatro décadas en España. El crepúsculo
de CCOO y UGT parece a estas alturas tan imparable como irremediable:
asfixiados económicamente por el cierre de sus fuentes de financiación, y
faltos de cada vez más apoyo, su futuro no puede ser más negro. Pero no se oyen muchas voces que lo lamenten. ¿Nadie llorará por los sindicatos?
Sí, ya sé que CCOO y UGT no son los únicos sindicatos. Que los hayamos percibido así durante tanto tiempo es también parte del problema. Pero sin ignorar que hay
otras organizaciones de trabajadores, y que algunas de ellas ofrecen un
sindicalismo radicalmente diferente, me temo que el derrumbe de los dos
grandes dejará un extenso terreno de ruinas y una polvareda que también
cubrirá a esos otros sindicatos en mayor o menor medida.
Aunque muchos trabajadores hace tiempo que ya no cuentan con los
sindicatos mayoritarios, y sé que hay quien bailará sobre su tumba,
todavía hay quien los considera un activo en la protesta, y por eso días
atrás me llegaba repetida una pregunta: “¿dónde están los sindicatos,
qué hacen, por qué no se les oye?” Por ejemplo, con el último hachazo a
las pensiones, ante el que CCOO y UGT no se han mostrado todo lo
contundentes que la ocasión merece.
Sobre ambos sindicatos se ha formado una tormenta perfecta, que está
descargando con furia sobre ellos. Una mezcla de errores propios y
ajenos, estrategia equivocada, dependencias asfixiantes y falta de
reacción cuando todavía estaban a tiempo, les ha convertido en presa
fácil de quienes hace tiempo querían cobrarse su cabeza. El resultado,
ya digo: la tormenta perfecta.
Es cierto que desde hace años hay una campaña de desprestigio contra
ellos, recurriendo a métodos sucios si hace falta. Es cierto que la
derecha política y mediática aceptó los sindicatos mientras le
garantizaban la paz social, hasta que dejaron de serles útiles. Es
cierto que el ataque a los trabajadores pasa también por arrasar toda
forma de lucha colectiva, por descafeinada que sea. Y es verdad que los
seis millones de parados y las dos reformas laborales
últimas han destruido las bases de este sindicalismo, hundiendo la
afiliación y dinamitando la negociación colectiva que les daba poder.
Pero también es cierto que estos sindicatos se lo han puesto muy fácil a sus enterradores. A nadie más que a ellos puede culparse de una vocación institucional que les ha llevado a fundirse con el sistema político
que hoy se derrumba arrastrándolos en su caída (por ejemplo, en las
antiguas cajas de ahorro). Solo ellos tienen la culpa de haber
abandonado la calle y preferido los despachos del diálogo social, al que
han seguido sentados cuando ya no había nada que dialogar, sentados
ante el tablero y las fichas mientras la partida ya se jugaba en otra
parte. Son ellos quienes han temido sumarse a movilizaciones más
audaces, quienes han dudado cuando hacía falta ser contundentes, quienes
no han sabido relacionarse con las nuevas formas de protesta ciudadana.
Son CCOO y UGT quienes han entregado su autonomía económica a un
sistema de subvenciones y programas de financiación pública, que hacía
posible su asfixia con solo cerrar el grifo, y que hoy los deja a merced
de quien concede unos recursos que pueden mantenerlos un poco más con
vida. Son también ellos quienes están despidiendo a sus propios
trabajadores mediante ERE y aplicando incluso la reforma laboral que
criticaban; o quienes no han sabido explicar su participación en la
trama andaluza de los ERE o el caso actual de las facturas en Andalucía,
aumentando la confusión en sus bases y el desprestigio entre los
ciudadanos.
Sí, lo sé: en estos sindicatos, en CCOO y UGT, hay también gente muy
valiosa, honesta, luchadora. No hace falta que me convenzan: conozco a
muchos de ellos. Y también sé que, pese a su debilidad, todavía tienen
fuerza en algunos sectores y empresas, donde no se puede plantear una
acción colectiva sin contar con ellos. Pero nada de eso basta hoy, ante
la tormenta perfecta que puede acabar ahogando por completo el modelo
sindical mayoritario tal como lo conocíamos.
Como decía al principio, me pregunto quién llorará por estos
sindicatos. Me pregunto quién siente hoy su ausencia, quién teme su
desaparición. Y contesto: yo. Por mucho que me separe de ellos, por
mucho que los sepa corresponsables de su propio hundimiento, lamentaré
su pérdida. Por motivos históricos, porque ambos tienen detrás una
historia de esperanzas colectivas y sacrificios individuales que no
merece un final así. Pero sobre todo porque no tenemos un recambio.
Todavía no tenemos con qué llenar un hueco tan grande. Y no están los
tiempos para abandonar ni una sola trinchera, por vulnerable que nos
parezca esta.
No, yo no bailaré sobre su tumba, mientras los cuervos ríen alrededor.
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