La Iglesia ha beatificado a 522 religiosos de la Guerra Civil sin importarle despertar los viejos fantasmas de aquella gran matanza
Las dos Españas enfrentadas en la Guerra Civil produjeron la misma cosecha de mártires, de uno y otro bando.
Desde entonces persiste una profunda cicatriz que aún supura, porque
unos mártires están en el altar y otros en la cuneta; a unos los
envuelve un coro de ángeles en el cielo, a otros solo les cantan los
pájaros en los árboles.
El olor a cera e incienso perfuma los
pies de escayola de los mártires beatificados; pero los enterrados en
los barrancos reciben el aroma de las plantas
silvestres, la lavanda, el anís, el tomillo y el espliego. A los
mártires de la Iglesia les rezan los fieles de derechas; a los
asesinados del otro lado las plegarias las trae el viento que dobla los
narcisos salvajes sobre su memoria.
En los retablos barrocos envueltos en falso oro, las hornacinas
cobijan a los religiosos que fueron vilmente asesinados; los mártires
laicos, alcaldes, maestros, obreros, funcionarios y militares
demócratas, que cumplieron con su deber y cayeron después de la victoria
bajo los fusiles en las tapias de los cementerios solo son glorificados
por el sol, que al amanecer y al final de la tarde les ofrece con el
incendio de las nubes un retablo de oro puro.
A simple vista parecía un acto fanático y provocativo. En medio de la
crisis social y política que azota y divide a este país, la Iglesia se
ha marcado el farol de beatificar a 522 religiosos asesinados en la
Guerra Civil sin importarle en absoluto despertar y poner al día los
viejos fantasmas de aquella gran matanza entre hermanos. Durante la
ceremonia el papa Francisco mandó un mensaje aséptico, sin atreverse a
tocar el hueso.
Por lo visto es más fácil echar mermelada sobre los pobres, dejar de
calzar las sagradas pantuflas, enfrentarse a los cocodrilos de la curia,
montar en coche utilitario y mezclarse entre la multitud sin temor a un
atentado que aludir, aunque solo fuera de pasada, a los mártires que
generaron los crímenes del franquismo. Es imposible que un argentino no
encontrara las palabras siquiera ambiguas, si no es por el miedo cerval a
molestar a una derecha dura,
que es tenaz con su ideología. Pero, después de todo, lo peor no es
esto, sino que un día volverá al poder la izquierda y atrapada en el
mismo miedo tampoco va a hacer nada para que cese de una vez esta
ignominia.
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