El arzobispo Konrad Krajewski habla de su nueva actividad como
limosnero con “L’Osservatore Romano”: llevar el abrazo del Papa a los
hospitales y entre los vagabundos
Papa Francisco, al confiarle el encargo de limosnero, le dijo: «No serás
un obispo de escritorio, ni te quiero ver atrás de mí durante las
celebraciones. Te quiero saber
siempre entre la gente. Tendrás que ser la extensión de mi mano para
llevar una caricia a los pobres, a los desheredados, a los últimos. En Buenos Aires
salía a menudo por la noche para ir a encontrar a mis pobres. Ahora ya
no puedo: me es un poco difícil salir del Vaticano. Entonces tú lo vas a
hacer por mí, tú serás la extensión de mi corazón que los alcanza y les
lleva la sonrisa y la misericordia del Padre celeste».
Desde entonces, el padre Konrad
Krajewski, que prefiere ser lalmado de esta forma a pesar de ser
arzobispo, recorre ciudades y alrededores «para llevar la solidaridad
del obispo de Roma a los suburbios más oscuros y más desesperados» y ya
«empezó a visitar a los huéspedes de algunas casas de reposo», como él
mismo contó en una entrevista con el periodista Mario Ponzi de
“L’Osservatore Romano”.
«Me llena de alegría –cuenta Krajewski– saber que cuando ahora abrazo
a uno de estos más desafortunados hermanos nuestros les transmito todo
el calor, todo el amor y toda la solidaridad del Papa. Y él, Papa
Francisco, a menudo me pide que le cuente. Quiere saber». El nuevo
limosnero, que vive en Roma
desde 1998 y fue maestro de ceremonias de Wojtyla, pudo conocer «ese
sotobosque que gravita alrededor de los Sacros Palacios, sobre todo durante la noche. Un sotobosque poblado de gente desesperada, sin hogar fijo, que a menudo necesita más que
comida –Roma en este sentido es muy generosa– calor humano, alguno
dispuesto a escucharla, a hacerle sentir el calor de un abrazo, de una
caricia».
Así, con la ayuda de las monjas de la Guardia Suiza, de las del
almacén privado y de un grupo de jóvenes voluntarios de la misma Guardia
Suiza, el padre Konrad organizó una especie de comedor itinerante.
«Recogíamos –contó al periódico vaticano– lo que quedaba después de las
comidas y de las cenas de la Guardia. Lo empaquetábamos en muchas
raciones individuales y, después de las 20.30, salíamos del Vaticano
para llevar comida a los pobres que pueblan la noche en la Plaza San
Pedro». Unas cuarenta personas sin hogar que se alojaban como podían
bajo los arcos de la Vía de la Conciliazione. «Era una manera para
acercanros, para estar un poco con ellos». Una práctica que continúa
todavía.
Justamente de esos desheredados, dijo, «recibí el regalo más hermoso
el día de mi ordenación episcopal. Invité a unos veinte de ellos y me
regalaron dos días enteros sin tomar ni siquiera medio vaso de vino. Fue
muy difícil resistir a la tentación del alcohol. Lo hicieron con el
corazón, y lo lograron. Sabían que esto para mí habría sido el regalo
más hermoso. Incluso lavaron su ropa en las fuentes de Roma y al día
siguiente, en el Aula Pablo VI, regresaron y me regalaron un ramo de
flores: a decir la verdad no sé de dónde lo sacaron, pero fue una manera
para expresar su afecto. Y estoy feliz porque ahora, cuando voy a
verlos, llevo conmigo el corazón del Papa justamente para ellos».
El Papa se lo pidió públicamente –según explicó padre Krajewski–
durante la audiencia «que nos concedió a mi y a mis familiares el día
siguiente de la ordenación episcopal: ser el limosnero significa, sobre
todo, ejercer una caridad que va más allá de los muros. Me pidió
expresamente que no me quede detrás de un escritorio firmando
pergaminos, sino que vaya a encontrar a los pobres, a los necesitados,
en el cuerpo y en el espíritu».
Así pues, no es suficiente el subsidio ofrecido a los necesitados.
«Claro que no. El Papa quiere que entre en contacto directo con ellos,
que me encuentre con ellos en sus realidades existenciales, en los
comedores, en las casas de acogida, en las casas de reposo o en los
hospitales. Le pongo un ejemplo. Si alguien pide ayuda para pagar un
recibo, está bien que yo vaya a su casa, si es posible, par allevarle
materialmente la ayuda, para darle a entender que el Papa, a través del
limosnero, está cerca de él; si alguien pide ayuda porque está solo o
abandonado, debo correr a su encuentro y abrazarlo para hacerle sentir
el calor del Papa, por ende de la Iglesia de Cristo. Quisiera hacerlo
personalmente, como hacía en Buenos Aires, pero ya no puede. Por esto
quiere que lo haga yo en su lugar».
No hay comentarios:
Publicar un comentario