Soy un afortunado. El otro día la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría habló de mí. Bueno, de mí y de unos cuantos más. De los que
no fuimos a la cadena humana, de esos a los que ella llamó «mayoría
silenciosa», ese concepto que debe salir en el minuto 1 de reunión de
cualquier Gobierno que ve salir a la calle mucha gente. Tan originales como siempre.
Apreciada vicepresidenta, yo no fui a la cadena, pero le rogaría que la próxima vez que hable de mayoría silenciosa
no me cuente, no se apropie de mi silencio. Porque le aseguro que
quedarme en casa no significa tener la opinión que usted interesadamente
presupone.
Mire, no fui a la cadena porque sigo manteniendo buenos vínculos con
el resto de España que hacen que mi primera opción no sea la
independencia. Mis padres nacieron allí, se criaron aquí, aprendieron
catalán, me lo enseñaron. He viajado por toda España sin ocultar nunca
mi catalanidad, y he tenido la suerte de conocer también una España
dialogante, plural y tolerante. Una España prácticamente desaparecida de
algunos medios de comunicación
catalanes, que prefieren darle eco a una columna incendiaria de la
página 27 de La Razón. Y pasa lo mismo con la Catalunya dialogante,
plural y tolerante: que ha desaparecido de algunos medios españoles
empeñados, por ejemplo, en magnificar en sus grotescas portadas la
supuesta persecución del castellano en Catalunya. Y así los extremos han
ido retroalimentándose hasta la situación actual de casi no retorno.
Dicen ustedes que aquí hay medios de comunicación públicos volcados
en la causa independentista. No le diré que no. Y es una anomalía que
eso ya no sea ni noticia. Pero pocas cosas son tan eficaces para el
independentismo como un buen editorial del Abc o una declaración de su
ministro Wert.
Los que creemos aún en los puentes entre Catalunya y España ya somos minoría. Y no me extraña tras todos los
sinsabores vividos desde el gratuito «apoyaré» de Zapatero: un Estatut
votado en referendo, aprobado por el Parlament, cepillado en el Congreso
y luego inconstitucional.
Ahora en Catalunya lo que impera es exhibirse como independentista. A
una amiga su hijo de 9 años le preguntó por qué ellos no iban a lo de
la cadena, que visto por la tele parecía muy guay. Y mi amiga no supo
qué responderle. Porque la puesta en escena cívica, reivindicativa y
festiva es indiscutiblemente atractiva. Por no hablar del rotundo éxito
de convocatoria. Pero yo nunca he sido muy de patrias. Ni de aquella ni
de esta. Descolgaría el banderón de la plaza Colón, me incomodan las
banderitas españolas en los polos de algunos, igual que me incomoda
vivir en un lugar en el que la estelada se ha convertido en adorno
habitual de balcones, pulseras o zapatillas deportivas.
Me dicen que con la independencia Catalunya será libre. Será libre de
España para poder equivocarse o acertar por su cuenta, como es lícito.
Pero libre con mayúsculas no me lo acabo de creer. Y no es que yo ahora
sea libre. No lo soy. Por ejemplo, como periodista
mi libertad radicaría en poder publicar aquello que considero que debo
publicar. ¿Es posible llevar a la portada de algún gran medio catalán o
español algo que afecte gravemente a un banco que ha dado un crédito a
ese medio de comunicación? ¿Y con la independencia eso será posible?
Pero ¿sabe qué pasa, apreciada vicepresidenta? Que si alguien me da
motivos para cambiar de opinión esos son ustedes, que con su actitud se
han convertido en la máquina más bestia de hacer independentistas. Desde
que gobiernan, ustedes no han perdido un solo minuto en intentar
entender lo que pasa aquí. A veces tengo la sensación de que son ustedes
los primeros interesados en que Catalunya se independice.
Dejen votar
Si realmente quieren escuchar a la «mayoría silenciosa», déjenla
votar. Y si la Constitución es un obstáculo, refórmenla: ustedes y el
PSOE ya tienen experiencia en reformas constitucionales exprés. Y,
puestos a pedir, háganlo más pronto que tarde. Porque yo también tengo
prisa. Tengo prisa para que mis gobernantes se preocupen de algo más que
no sea la independencia. Para que los gobiernos que hemos elegido se
ocupen, por ejemplo, de la gente que lo está pasando mal. Aunque puede
que a los que gobiernan aquí o allí eso no les interese.
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