Esta sociedad española, dirigida, manejada, orquestada, manipulada por unos pocos en comparación con todos, es un desastre observada con los ojos de un fino escrutador. La sociedad en sí misma no tiene la culpa. Como no la tienen los menores de edad de las fechorías de sus progenitores. No extrañe que compare yo aquí a la sociedad española con menores, pues unas generaciones trasteadas por una dictadura durante cuarenta años como incapaces para gobernarse por sí mismas como sí fueran chiquillos indóciles, han dejado una estela de minusvalías en la idiosincrasia de todo el país. A la lícita ambición ha sucedido una estúpida codicia; al retraimiento, la insolencia; al pudor, la desverguenza; a la armonía, la disonancia; a la concentración mental, la dispersión; a la voluntad como eje de la personalidad, el capricho; a la existencia heiddegeriana de la plena consciencia del vivir, la existencia sartriana de la vida pasiva en la que en lugar de vivir nosotros nuestra propia vida, la vida vive por nosotros…
En estas condiciones psicosomáticas reforzadas por la tecnología y el manejo que hacen de ellas las élites políticas, comerciales, publicitarias e informativas, no extraña en absoluto que un accidente ferroviario tan terrible como el de Santiago esté siendo estrujado por los medios (publicidad siempre como efecto y causa) hasta la náusea. Ante un hecho luctuoso que por sus características no tiene precedentes y en el que no dudo que los familiares de las víctimas no estén haciendo todo lo humanamente posible para olvidarlo sin dejar de experimentar un inmenso dolor por la ausencia súbita de sus seres queridos, los medios no pierden ocasión de insistir y reiterar hasta los más mínimos detalles la disección de la tragedia. Es imposible que los familiares presten atención a ellos sin estragarse, pues a quienes no lo somos y no estamos enfermos del espíritu esta práctica periodística reiterada bajo la manida excusa de un deber de información que en este asunto se pone también a la altura de la corrupción que contamina a todo el país, nos resulta absolutamente abominable…
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