Este podría ser el único villancico cantable hoy, inteligible para el hombre postmoderno. La cultura consumista exigiría una inculturación de este tipo. Y en los belenes del futuro ya no será necesario colocar ninguna cueva (“Qué hortera ¿no?”), porque el Nacimiento tendrá lugar en unos grandes almacenes o en un Banco. El buey y la mula ya no estarán en torno al pesebre; el buey yacerá dentro de la cuna -pequeñito, pero revestido de oro- para que todo el mundo pueda ebtender lo que en realidad se está celebrando: el nacimiento…del becerro de oro.
Fiesta pagana.-No creo que esta situación tenga remedio en el mundo occidental, ni que el cristianismo primermundista tenga hoy fuerza para cambiar el sentido de una fiesta pagana, como cuentan que supo hacer con la Navidad en los comienzos de su historia.
Estas líneas, pues, no pretenden cambiar nada. Se dirigen sólo a aquellos que no creen en ese dios al que Jesús llamaba Mammón, o a aquéllos que se preguntan qué es lo que estuvo alguna vez debajo de toda esa trivial parafina consumista, y qué había en el lienzo originario o en la pintura primitiva de la Navidad.
Difícil explicarlo hoy con lo desteñidas que se nos han quedado las palabras. Pero a mí me proporciona cierto acceso a ello la comparación entre un texto hindú y otro texto cristiano. En uno de los libros sagrados de la India, muy anterior a Cristo, se encuentra la afirmación siguiente: “En el principio existía el “Sí-mismo”./Este existía en forma de persona./ Miró: no vió nada más que a Sí,/ y dijo: “Yo soy”./ Este fue el comienzo (Br.arm.Upanishad I, 4,1).
Llama en seguida la atención el parecido de ese texto con otro de los clásicos del cristianismo, con el que coincide en casi todo el primer verso: “En el principio existía la Palabra”. Si traducimos un poco lo que significa eso de “la Palabra”, la comparación con el texto hindú se vuelve más luminosa: “En el principio existía el “Salir-de-sí-mismo”,/ y ese Salir-de-sí-mismo era Dios y estaba vuelto hacia Dios./ Esto es lo que ocurría en Dios desde el principio…/ Y ese Salir-de-sí-mismo se hizo poquedad humana./ Y plantó su tienda entre nosotros…(Evangelio de Juan, cap. I).
En ambos casos resulta sobrecogedor el esfuerzo del lenguaje humano por asomarse al comienzo de los comienzos, más allá incl-uso de aquel big-bang que -cuando se lo piensa un poco seriamente- no deja de ser también estremecedor. Aquí (“en el principio”) coinciden nuestros textos.
Pero comienza a separarse en el contenido de esos orígenes. Para el texto hindú, el inicio de toda realidad es Dios como Sí-mismo absoluto. Para el texto cristiano, en el origen de todo está Dios como salida de Sí o como autodonación absoluta de ese Sí-mismo. En un caso, Dios como Autoconciencia Absoluta. En el otro, Dios como Comunión Absoluta.
Pueden parecer formulaciones muy enrevesadas, pero creo que no lo son y que, si seguimos leyendo, se aclararán. Porque -según el texto cristiano, esa concepción del origen extratemporal como Comunión Absoluta es lo que hace posible que, en un tiempo concreto del tiempo, esa Autodonación Absoluta, se hiciera libremente un vulgar ser humana, de esta historia y que de este modo, saliera también hacia nosotros y se comunicara a nosotros.
Paz y bien.
Paz y bien.
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