Enrique Martínez Lozano, este sacerdote turolense (¡Teruel existe, vaya que sí!), es un gran maestro espiritual. Posee el carisma de la luz, la gracia del consuelo, el don de la palabra hablada y escrita. Es un maestro espiritual para este siglo XXI con su nuevo paradigma cultural y su renovada búsqueda espiritual. Con su gracia y su riesgo.
Enrique conoce en primera persona la gracia y el riesgo de nuestro tiempo, que es el tiempo de Dios, como todos los tiempos. Hace pocos días difundió entre sus amigas y amigos una carta, dando una noticia importante para él y para todos nosotros: “Quiero compartiros que he tomado la decisión de dejar el ministerio sacerdotal, por lo que he pedido la secularización”.
Leí la carta (breve, sobria, rotunda) muy de prisa y con enorme sorpresa. ¿Había leído bien? La volví a leer reposadamente. Era verdad. ¿Pero de qué me extrañaba? Todo era tan límpido y franco, todo era tan lógico y coherente con su pensamiento y trayectoria, y todo me era tan familiar. Me alegré profundamente por él y por muchos. Hace tiempo que había encontrado su lugar en el mundo en la anchura del Espíritu, y ahora lo habita plenamente. ¡Enhorabuena, Enrique!
No ha sido “una decisión nada fácil”, nos asegura, y cuesta poco entenderlo. La institución clerical es una maraña que lo ata todo, hasta las entrañas de uno mismo; la demanda ajena interfiere confusión con lo propio y la historia personal tiene su ritmo, necesita su tiempo. Y cuando, a través de innumerables censuras, chantajes y presiones sufridas durante años, los nudos se desanudan y los hilos de la vida se unen uno a uno, es un milagro que hay que celebrar como un nuevo nacimiento.
Como todo nacimiento, también éste conlleva ruptura, dolorosa como toda ruptura. Y sucede con frecuencia que se apela a la “comunión eclesial” para encubrir mejor indecisiones y temores. Pero Martínez Lozano lo dice sin tapujos: “No me siento ya dentro de esa estructura”. Punto. Él vive una comunión más honda. He aquí un creyente, uno más, que necesita salir “del marco institucional” de la Iglesia para ser fiel al espíritu de la Vida. Es muy fuerte para el que debe hacerlo y es muy fuerte para la institución eclesial que un maestro espiritual como Enrique deba abandonarla para poder seguir siéndolo. También lo hizo Jesús de Nazaret: fiel al corazón de la Vida y dispuesto a lo que viniera, rompió con su familia, con su profesión y su digno salario de albañil-bricolador, con sus relaciones sociales, y también en el fondo –lo más duro de todo– con el sistema religioso del Templo y de la Ley.
Muchos –entre ellos no pocos teólogos considerados como abiertos y críticos, pero en el fondo anclados todavía en el viejo paradigma dogmático– acusan precisamente a Enrique Martínez Lozano de haberse cargado el dogma cristológico y la fe de la Iglesia. ¿Qué dogma, qué fe, de qué Iglesia? Identifican la Iglesia con una institución dogmática y jerárquica, que nunca jamás le pasó por la cabeza a Jesús. Identifican la fe en él con unas categorías mentales tan metafísicas y dualistas (dos naturalezas, divina y humana, una persona divina, segunda persona de la Trinidad…) que pasmarían o divertirían al profeta de Nazaret. Identifican a Dios con un personaje separado del mundo y dotado de psicología humana, que toda las tradiciones místicas, también la cristiana, siempre han superado (¿No han leído en San Juan de la Cruz que “el centro del alma es Dios” o que “Dios habita sustancialmente el alma”?). Son libres de pensar como piensan, si así les parece mejor. ¿Pero por qué ese empeño en condenar a todos los que hablan otro lenguaje? ¿Por qué confunden el lenguaje con la fe en lo esencial que es indecible? ¿De dónde les viene sino de su ego estrecho esa obsesión de poseer la verdad y de identificarla con unas ideas y además las suyas?
¡Enhorabuena, Enrique! Seguro que tu teología no es la única, ni tú lo pretendes. Pero es necesaria, para liberarnos a tanta gente de las angustias y angosturas de las pobres ideas de nuestro yo más ilusorio. Sigue siendo libre y enseñando a tanta gente a ser libre, feliz y más generosa. Sigue iniciando a hombres y mujeres de hoy en una espiritualidad unificada, integradora, dialogal, samaritana. Una espiritualidad cada vez más necesaria. Sigue enseñando que Lo Que es Es Amor, y que todos nosotros también, a pesar de todo, y más allá de toda dualidad, somos Lo Que Es, y cómo llegar a serlo y respirar por fin.
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