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martes, 30 de octubre de 2012

Menos músicas celestiales

JOSÉ ALEGRE, abad  de Poblet

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José AlegreNo es habitual asomarse a los medios de comunicación y tener una experiencia gratificante leyendo la información.Estos días han venido noticias que dejan una profunda tristeza, e incluso angustia. La noticia de la persona de 75 años operada del corazón, a punto de ser desahuciada por ser avalista de un préstamo hipotecario a su hijo que no terminó de pagar.
La noticia de la persona de 53 años que se ahorcó en el patio de su casa. Una hora después del hallazgo del cadáver, los agentes que acudieron al lugar del suceso se encontraron con compañeros que iban a ejecutar una orden de desahucio de esa persona.
Y ¡cuántas historias tristes, angustiosas, podríamos encontrar detrás de las 350.000 ejecuciones de desahucio que se han producido en España desde el inicio de la crisis!
Tan grave que hasta los mismos jueces denuncian los abusos del sistema español de desahucios. Un sistema de cobros de créditos hipotecarios, creado en 1909, hace más de un siglo.
Digna de tener en cuenta esta sensibilidad de los jueces que además afirman: Entre nuestras funciones debe estar el proporcionar soluciones a los ciudadanos, Si no, sobramos.
Noticias dramáticas que desconciertan, angustian incluso a quienes las lee, al tener la impresión de que a la humanidad se le recorta su horizonte. Y el desconcierto crece cuando vivimos otras asombrosas y dolorosas experiencias, cuando por otra parte andamos a la greña entre que si España no nos quiere, o que Cataluña va a la suya; cuando lo que nos domina es el número de votos y conservar el sillón para asegurar un sueldo más que un servicio; cuando se recortan derechos tan fundamentales en educación o sanidad; cuando buscamos paraísos fiscales y provocamos subidas de impuestos a los más débiles. Y tantos otros puntos que afectan a la dignidad de toda persona humana…
Y uno recuerda una llamada de atención que nos hizo un Papa, hace ya 50 años:
Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio este legítimo deseo.
A esto se añade el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente en el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder, mientras que en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de la población, pobre y dispersa, está «privada de casi todas las posibilidades de iniciativas personales y de responsabilidad, y aun muchas veces incluso, viviendo en condiciones de vida y de trabajo, indignas de la persona humana»
El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico... Lo que cuenta para nosotros es el hombre, cada hombre, cada agrupación de hombres, hasta la humanidad entera».
Por su inserción en el Cristo vivo, el hombre tiene el camino abierto hacia un progreso nuevo, hacia un humanismo trascendental, que le da su mayor plenitud; tal es la finalidad suprema del desarrollo personal.
Menos humanas: Las carencias materiales de los que están privados del mínimo vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo. Menos humanas: las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones. Más humanas: el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura. Más humanas también: el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza (cf. Mt 5, 3), la cooperación en el bien común, la voluntad de paz. Más humanas todavía: el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos, y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin. Más humanas, por fin y especialmente: la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar, como hijos, en la vida de Dios vivo, Padre de todos los hombres.
«Si alguno tiene bienes de este mundo, y viendo a su hermano en necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?»(1Jn 3, 17 «No es parte de tus bienes —así dice San Ambrosio— lo que tú das al pobre; lo que le das le pertenece. Porque lo que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La tierra ha sido dada para todo el mundo y no solamente para los ricos».
Hay que darse prisa. Muchos hombres sufren y aumenta la distancia que separa el progreso de los unos, del estancamiento y aún retroceso de los otros.
«Si un hermano o una hermana están desnudos —dice Santiago— si les falta el alimento cotidiano, y alguno de vosotros les dice: "andad en paz, calentaos, saciaos" sin darles lo necesario para su cuerpo, ¿para qué les sirve eso?»(Sant 2, 15-16). Hoy en día, nadie puede ya ignorarlo, en continentes enteros son innumerables los niños subalimentados hasta tal punto que un buen número de ellos muere en la tierna edad, el crecimiento físico y el desarrollo mental de muchos otros se ve con ello comprometido, y enteras regiones se ven así condenadas al más triste desaliento.
Cuando tantos pueblos tienen hambre, cuando tantos hogares sufren la miseria, cuando tantos hombres viven sumergidos en la ignorancia, cuando aún quedan por construir tantas escuelas, hospitales, viviendas dignas de este nombre, todo derroche público o privado, todo gasto de ostentación nacional o personal, toda carrera de armamentos se convierte en un escándalo intolerable. Nos vemos obligados a denunciarlo.
Populorum Progressio. Una encíclica de Paulo VI, recogiendo con fuerza y fidelidad problemas sangrantes de la humanidad, que otros Papas subrayan también, antes y después de él. Estamos celebrando los 50 años de un Concilio renovador, un Año de la fe… Quizás necesitamos en nuestra vida “menos músicas celestiales” e invocar aquella autoridad con la que Paulo VI se presentó ante la Asamblea de la ONU: ser, como Iglesia, expertos en humanidad. Seamos consecuentes. Profundamente humanos.

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