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viernes, 20 de julio de 2012

NOSOTROS OCCIDENTALES, LOS PRINCIPALES RESPONSABLES

La compleja crisis que abruma a la humanidad nos obliga a parar y hacer un balance.
Es un momento filosófico para todo observador crítico que quiera ir más allá de los discursos convencionales e intrasistémicos.
¿Por qué llegamos a la actual situación que objetivamente amenaza el futuro de la vida humana y de nuestra civilización?
Respondemos sin mayor justificación: los principales causantes de esta situación son aquellos que en los últimos siglos ostentaron el poder, el saber y el tener. Ellos se propusieron dominar la naturaleza, conquistar el mundo entero, dominar a los pueblos y colocar todo al servicio de sus intereses.
Para eso utilizaron un arma poderosa: la tecnociencia. Gracias a la ciencia identificaron cómo funciona la naturaleza y con la técnica realizaron intervenciones para el beneficio humano sin pensar en las consecuencias.
Esos señores que realizaron esta cadena fueron los occidentales europeos. Nosotros, los latino-americanos fuimos a la fuerza agregados a ellos como un apéndice: el extremo Occidente.
Estos occidentales, sin embargo, se encuentran hoy extremadamente perplejos. Se preguntan aturdidos ¿cómo podemos estar en el foco de la crisis si tenemos el mejor conocimiento, la mejor democracia, el mejor conocimiento sobre nuestros derechos, la mejor economía, la mejor técnica, el mejor cine, la mayor fuerza militar y la mejor religión, el cristianismo?
Ahora bien, estos “logros” están en jaque, pues a pesar de su valor, innegablemente no proporcionan ningún horizonte de esperanza. El momento occidental se agotó y se acabó. Por eso, perdió cualquier legitimidad y fuerza de convencimiento.
Arnold Toynbee, analizando las grandes civilizaciones, observó esta constante histórica: siempre que el arsenal de respuestas para los desafios ya no es suficiente, las civilizaciones entran en crisis, comienzan a quebrarse hasta su colapso o absorción por otra. Esta última trae un vigor renovado, nuevos sueños y nuevos sentidos de vida personales y colectivos. ¿Quién vendrá? Quién sabe. Esa es la cuestión crucial…
Lo que agrava la crisis es la persistente arrogancia occidental. Incluso en decadencia, los occidentales se imaginan todavía como una referencia obligatoria para todos.
Para la Biblia y los griegos ese comportamiento constituía el desvío supremo, pues las personas se colocaban en el mismo pedestal de la divinidad, considerada como la regencia suprema y Ultima Realidad. Llamaban a esa actitud <>, que quiere decir: arrogancia en exceso del propio Yo.
Fue esta arrogancia la que llevó a EEUU a intervenir, con argumentos falsos, en Irak, después en Afganistán y antes en América Latina, manteniendo por muchos años regímenes dictatoriales militares y la vergonzosa Operación Condor, por la cual centenares de líderes de paises de América Latina fueron secuestrados y asesinados.
Con el nuevo Presidente Barak Obama se esperaba un nuevo rumbo, más multipolar, sensible a las diferencias culturales y compasivo con los más vulnerables. Craso error.
Está siguiendo el proyecto imperial en la misma línea del fundamentalista Bush.
No cambió sustancialmente nada en esta estrategia de arrogancia, Al contrario, inauguró algo inaudito y perverso: una guerra no declarada usando “drones”, aviones no tripulados. Dirigidos electrónicamente desde frias salas de bases militares en Texas, atacan matando líderes y hasta grupos enteros entre los cuales se supone que hay terroristas.
El propio cristianismo, en sus distintas vertientes, se distanció del ecumenismo y está asumiendo trazos fundamentalistas. Hay una disputa en el mercado religioso para ver cuál de ellas capta más fieles.
Pudimos ver en la Cumbre Rio+20 la misma arrogancia de los poderosos, negándose a participar e intentar encontrar mínimas convergencias que alivien la crisis de la Tierra.
Y pensar que, en el fondo, buscamos la sencilla utopía, tan bien expresada por Pablo Milánes y Chico Buarque: “la historia podría ser un coche alegre, lleno de un pueblo feliz”.

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